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Encuestas sobre la paz; por Santiago Gamboa

Encuestas sobre la paz; por Santiago Gamboa 640

En estos días previos a la firma del proceso de paz hacen su aparición las dichosas encuestas, y veo con alarma que la intención de voto del NO en el plebiscito es muy alto, algo realmente dramático. ¿Cómo es posible que la gente pueda no darse cuenta de la importancia de lo que está en juego? La única respuesta es que, una vez más, la ignorancia y la falta de educación política lleva a muchos a creer que si están molestos con el presidente Santos por algo, sea lo que sea, el modo de expresar esa rabia es con el NO, como si eso no tuviera terribles consecuencias para ellos mismos. Una reacción infantil, como la del niño que para castigar a sus padres deja de estudiar o se tira por un barranco. También habrá otros que, desinformados o de mala fe, creen que decir SÍ es darle un regalo a Santos, y fieles a la tradición poscolonial de la limosna, consideran que Santos tiene que darles primero algo a cambio. Y por último están los que confunden el proceso de paz con una rendición de las Farc y quieren que los guerrilleros vayan a la cárcel, como si el Ejército los hubiera derrotado.

Oír a la gente opinando por la radio es la cosa más triste del mundo, dan ganas de subirse a un cohete y escapar a otro planeta. ¡Cuánta ignorancia y cuánto odio! El otro día una señora decía que Santos era un narcotraficante de las Farc. Ante eso uno se llena de dudas y pregunta: ¿Tiene realmente sentido dar la palabra? ¿Es para decir esas burradas que sirve la libertad de opinión? ¿No existe un derecho que nos proteja de la infinita estupidez humana? Con semejante nivel, sigo creyendo que hacer un plebiscito es un error, en primer lugar porque Santos ya ganó las elecciones con el mandato para hacer la paz. Es un riesgo innecesario poner en peligro semejante acontecimiento histórico en momentos en que la gente, molesta con el Gobierno por otras cosas, cree que su pequeña venganza es decir NO. Es realmente patético. Si a esos mismos les preguntaran hoy sobre la pena de muerte o la esclavitud o retirar el voto de la mujer y fusilar a los homosexuales, seguro que lo aceptarían sólo por contradecir al Gobierno.

Y lo peor: al ver que es un flanco débil, políticos incapaces de ver más allá de los linderos de sus fincas, como el senador Uribe y sus huestes, se aprovechan de esa ignorancia y de ese odio para sacar punticos en las encuestas que les permitan seguir chapoteando en la laguna seca de su prestigio. Y ahora sí hablan de democracia, como si Colombia hubiera olvidado el modo en que, en el 2009, Uribe convirtió al Congreso de la República en un mercado persa —así lo llamó Noemí Sanín— para abrir el paso hacia un tercer mandato y finiquitar su labor de transformar a Colombia: de un Estado de Derecho a un autoritario Estado de derecha.

En el fondo los políticos sí se parecen en algo a los escritores: los mediocres son aquellos que hacen sólo lo que quiere la gran masa, así sea insensato y bobo y responda a la ignorancia. Por el contrario, los grandes son quienes, arriesgándolo todo, proponen nuevos caminos que, precisamente por ser nuevos, al principio provocan vértigo y dudas, rechazo e inseguridad, pero al final, al abrirse paso contra viento y marea, acaban por traer una inesperada e invaluable riqueza a la vida de todos.