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Walter Benjamin, teólogo del capitalismo; por Alejandro Oliveros

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Walter Benjamin

Es verdad todo lo que suponíamos de Walter Benjamin. Que fue uno de los mejores intérpretes de la modernidad, estaba claro. Como lo está ahora que fue el más confiable profeta de la llamada post-modernidad. Se habla en estos días de su obra con la misma pasión que estimularon sus escritos publicados entre una y otra guerra. No obstante, siempre fue Benjamin un “outsider”, incomodo como todos ellos. Su interpretación del marxismo molestaba tanto a la ortodoxia de Moscú, ciudad que recorrió con Anje Silja, como a los renovadores filósofos de la Escuela de Frankfurt. No de otra manera, su lectura de la tradición rabínica exasperó a su amigo Gerhard Scholem, el más convencido de los sionistas de su tiempo; “teólogo transferido al campo profano”, lo llamó en una oportunidad.

Pocos pensadores tan actuales e influyentes, en una época de eclecticismos y facilidades, salvo Heidegger, como el autor de los Pasajes. Cuando lo leí por primera vez, a mediados de los sesenta, en una traducción casi indigerible de sus ensayos para la Monte Ávila Editores de esos años, ya se le reconocía décadas de vigencia y “modernidad”. Ahora, medio siglo después, cuando leo un escrito menos difundido, un fragmento publicado en su juventud de 1921, su actualidad es acaso más urgente. Fue la profesora Donatella di Cesare quien me llamo la atención sobre “El capitalismo como teología”, que es como se llama el fragmento, en una reseña aparecida en Lettura, el suplemento literario de Il corriere della sera. Di Cesare comienza su trabajo recordando que Benjamin fue uno de los filósofos –todos hijos de Marx–,  que advirtieron como la política, en tiempos modernos había sido desplazada por el imperio de la economía. Algo impensable para los fundadores griegos de la polis, así como para sus teóricos, como Maquiavelo, más modernos. Pero fue Benjamin, sin olvidar a Weber, para quien el capitalismo era solo una forma de producción condicionada religiosamente, uno de los primeros en distinguir los rasgos teológicos del capitalismo moderno. “Benjamin fue el primer gran teólogo de la economía de la modernidad” sentencia la De Cesari.

El fragmento de Benjamin comienza con una de esas afirmaciones que al principio no captamos en toda su gravedad: “Hay que entender el capitalismo como una religión”. Estamos en 1921. Las potencias europeas dieron fin a la guerra con un armisticio tambaleante y ominoso. Lo que firmaron no fue una rendición sino una tregua, diría algún cínico. Los grandes capitales serían los únicos ganadores en el conflicto. La bacana que le siguió duraría once años, hasta 1929, cuando se haría necesario un nuevo enfrentamiento para resolver los problemas de la economía. La Alemania de 1921 es el caldo de cultivo, el agar glucosado donde se agudizaron las más inquietantes contradicciones. El Berlín de los mutilados de guerra y el de las noches sin sueño de los hoteles y cabarets de Kunfusterdam. Ninguna ciudad, como la capital germana, fomentó tanto buen arte durante esos años; arte, literatura y cine. El mismo contexto en el cual Benjamin escribió su perturbador fragmento.

En sus no más de tres cuartillas, distingue cuatro rasgos de la estructura religiosa del capitalismo: 1. “Se trata de una religión de culto, la más extrema que haya existido jamás. En el capitalismo todo tiene significado solo en relación inmediata con el culto. No conoce ninguna dogmatica especial, ninguna teología”; 2. El segundo rasgo refiere el carácter totalitario de esta  religión: “El culto es de duración permanente. El capitalismo es celebración de un culto sans trêve et sans merci (sin tregua ni piedad). En él no hay señalado un día a la semana, ningún día que no sea festivo.” Nada menos cuestionable. No hay día “domingo” para el capitalismo. Todos los días son domingo para los intereses de la banca. El capital no duerme, se trata de una religión a tiempo completo; 3. El tercer rasgo, es el más inquietante, pues relaciona el culto con la culpa: “Es un culto culpabilizante. Posiblemente es el primer caso de culto no expiante sino culpabilizante… En la esencia de este movimiento religioso que es el capitalismo se encuentra la idea de resistir hasta el final, hasta la culpabilización final de Dios, hasta alcanzar un estado mundial de desesperación. En esto consiste lo históricamente inaudito del capitalismo, que la religión no es reforma del ser sino su destrucción”. Lo inquietante llega a lo terrible cuando recordamos la ambigüedad en alemán de la palabra schuld, que puede ser “culpa” (“schuld haben”: tener culpa)  y “deuda” (“schuld machen”: endeudarse); y 4. Según el cuarto de los rasgos, “Dios debe permanecer oculto y solo debe ser llamado en el cénit de su culpabilización. Benjamin no olvida que, como buen culto, el capitalismo ha menester de su propia iconografía. De esta manera, a las imágenes de los santos de cualquier religión se corresponden las de los billetes de banco.

En Venezuela, por ejemplo, lo que ha hecho de Bolívar un dios no son sus milagros (que no se conocen), ni sus grandes creaciones (la Gran Colombia deja mucho que desear), ni sus glorias militares (que no parecen haber sido muchas). Su divinización, el termino es de Elías Pino Iturrieta, fue decretada el día que se decidió acuñar su perfil en el sistema monetario. No debe ser más familiar el rostro de Cristo que el de Bolívar en el imaginario venezolano. Convivimos con él, como mis abuelos convivían con una imagen del Corazón de Jesús en la sala de su casa. Tal vez un quinto rasgo ha podido distinguir Benjamin en su teología del capitalismo. Y es que se trata de un culto monoteísta, el único no originario de las insolaciones del Medio Oriente, pero asociado con ellos en la más infeliz de las prácticas: la intolerancia. El capitalista, como el judío, no puede ser otra cosa. O cristiano, “El que no está conmigo, esta contra mi”. O musulmán. El capitalismo como culto exige la adhesión incondicional y sectaria. No hay manera de servir a dos señores, a pesar de las excepciones; al capitalismo y a la revolución, por ejemplo.

Como Marx, Benjamin no supo encontrar otra salida al cerco asfixiante del nuevo culto, como no fuera a través de la revolución. Pero, como recuerda la profesora De Cesare y han recordado muchos antes que ella, llega un momento en el cual ambos pensadores se contradicen. Y esto ocurrió al final de la vida del más joven. Hacia 1940, poco antes de su muerte suicidada cuando Benjamin, en su Tesis sobre el concepto de la historia, enmienda una de las imágenes utilizadas por Marx para distinguir el carácter del proceso revolucionario. “Las revoluciones son las locomotoras de la historia” había escrito el viejo filosofo en un estudio sobre la lucha de clases en Francia. Por su parte, Benjamin, en ese su testamento filosófico, comentaría la imagen de la locomotora famosa: “Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial (lo de mundial es un agregado de Benjamin). Pero tal vez las cosas se presentan de muy distinta manera. Puede ser que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que viaja en el tren aplica los frenos de emergencia”.

La reveladora observación de este Benjamin tardío debería ser meditada por los venezolanos de estos tiempos. Porque no otra cosa ha sido la revolución que sentó sus reales en el país durante los tres últimos lustros. Lo que desconocía Benjamin, pero seguramente sospechaba, es que el intento violento de acabar con el capitalismo, podía generar males mayores. Del capitalismo como culto al más feroz ateísmo. Una revolución que frenó cualquier posibilidad de bienestar colectivo, de proyecto existencial, de aspiración individual, de felicidad y sueño. Por supuesto, se refería Benjamin al desmadre de un capitalismo que, con cinismo proverbial, provocaba y provoca guerras, revueltas y levantamientos para consolidar sus mercados al costo de millones de muertos.

Al final del día, el “más pesimista de los filósofos marxistas” no se habría asombrado de que la revolución, después de una parada corta, terminaría fomentando una teología aun más extrema, no importa que los oficios se digan en chino, ruso, indio, inglés o vietnamita. En Venezuela, por otra parte, el “freno de emergencia” no hizo sino poner el tren en retroceso. Y ha sido hacia atrás, siempre hacia atrás, hacia el más abyecto predesarrollo, como durante quince años, nos llevó la locomotora de la historia. La teología del capitalismo parece ser inmortal, pero si no sabemos regular sus acciones, la idea de un nuevo frenazo estará siempre en su catecismo.