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La vida interior del Chapo; por Jorge Volpi

La vida interior del Chapo; por Jorge Volpi 640

¿Qué sabemos de él? Los datos biográficos revelan su astucia y su talento para las finanzas −y el crimen− pero ningún atisbo de su vida interior. Infancia y adolescencia pobre en Badiraguato, a la sombra de un padre gomero y una familia numerosa; primeros años en el negocio a las órdenes de Miguel Ángel Félix Gallardo; ascenso hasta convertirse en jefe del llamado Cartel de Sinaloa; enfrentamiento con los hermanos Arellano Félix, cuyo saldo más conocido fue el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo; tres capturas y (hasta el momento) dos escapes de sendas prisiones de alta seguridad; cuatro esposas (la última de ellas una reina de belleza treinta años más joven) y al menos once hijos.

Una historia suficiente para convertirlo no sólo en el narcotraficante más famoso de nuestro tiempo (apenas opacado por Pablo Escobar) y en uno de los hombres más ricos del planeta (según Forbes), sino en un icono global, una estrella cuya celebridad no hará sino acrecentarse gracias a la atención tanto de las autoridades mexicanas y estadounidenses −”el criminal más buscado”, el “segundo presidente de México”− como de miles de admiradores y, a últimas fechas, una larga lista de figuras del show bussiness dispuestas a aprovecharse de su popularidad (y a hacerle el juego).

Cada sociedad y cada gobierno requieren, en cierto momento, de un enemigo en quien concentrar la atención y los miedos de los ciudadanos y al cual se le puedan achacar todas las desgracias. Una tendencia reforzada en nuestra simplista era neoliberal, con su fe en el individuo y su necesidad de apuntalar héroes y antihéroes. La trama nunca falla: un sujeto marginal, brillante y maléfico, medra hasta convertirse en una pesadilla para los cuerpos de seguridad; a continuación, se bate con ellos en un duelo a muerte, con victorias y reveses de ambas partes (una sucesión de capturas y escapes, por ejemplo) hasta que al final el rebelde o el criminal queda derrotado. ¿Cuántas novelas y películas reiteran este relato? Como si una sola persona, por poderosa −o malvada− que sea, en realidad fuese capaz de poner en jaque al sistema.

Lo peor de la charla clandestina entre el Chapo y Sean Penn no es el exhibicionismo del actor (el outsider de Hollywood que habla de tú a tú con un outsider en el lado oscuro de la fuerza) o el carácter anodino de sus preguntas (“¿qué le hubiera preguntado usted al Chapo?”), sino la manera en que contribuye a fijar la narrativa oficial. En toda gran entrevista hay un juego de fuerzas donde el entrevistado busca controlar la información frente a los intentos del entrevistador por hacerlo decir lo que jamás diría. Si lo publicado por Rolling Stone fuera un parte de guerra, el claro vencedor sería el Chapo. Por más que Penn trata de reflexionar sobre su papel, no comprende que su odisea, cuyos falsos peligros han sido denunciados por tantos periodistas, refuerza los términos de la guerra contra el narco dictada por ese mismo sistema que dice despreciar: un enfrentamiento a muerte entre un gran criminal y las fuerzas de seguridad del estado que actualiza el típico maniqueísmo estadounidense, por más que algunos confíen más en los primeros (como Kate del Castillo) que en los segundos.

La participación de la actriz mexicana en el intríngulis ha servido para acentuar el mito que el propio Chapo quiere ofrecer de sí mismo y para que el sistema se lave la cara: aunque en sus respuestas a Penn se muestre parco y cauteloso, la idea de que arriesgó todo por amor sirve para que sus fans crean que tiene “corazón” y atenuar el ridículo del gobierno mexicano ante su doble escapatoria, afianzando la idea de que su detención fue provocada por su megalomanía y por su debilidad por esa Bella a la que, como la Bestia de Disney, solo aspiraba a proteger.

Lo anterior no quiere decir que la entrevista no sea un documento importante, aunque más por lo que esconde que por lo que dice. Al dejarse manipular por el Chapo, Penn consiguió que todas las discusiones de estos días sean versen sobre ellos −y la vida interior del criminal−, distrayendo la atención del auténtico problema: la siniestra prohibición de las drogas que provoca miles de muertes al año cometidas tanto por los criminales como por quienes los persiguen. Al menos aquí el Chapo dijo la verdad: “Si no hubiera consumo, no habría ventas. Es verdad que el consumo se hace día tras día más y más grande. Así que se vende y se vende”.