Artes

La serpiente y el río; por Santiago Gamboa

Por Santiago Gamboa | 26 de enero, 2016
La serpiente y el río; por Santiago Gamboa 640

En la imagen, el actor Antonio Bolívar, quien interpreta a Karamakate viejo en la película “El abrazo de la serpiente”. Haga click sobre la imagen para ver su fuente.

Soy uno de los miles de espectadores que, a raíz de la nominación de El abrazo de la serpiente al Óscar, se apresuró a verla, aprovechando que volvió a las salas de cine. Y la verdad es que me alegro. En primer lugar porque se trata de un viaje. Una historia viajera al modo clásico de los exploradores ingleses, Stanley o Livingston, en los que el viaje responde a la búsqueda obsesiva de algo. En el caso de los británicos, lo anhelado era nada menos que las fuentes del Nilo, el lugar de nacimiento del río; en el film se trata de la planta sagrada de la yakruna. Y por supuesto, a medida que avanza, se transforma en metáfora de la vida, y de algún modo ir remontando el río es un viaje hacia el conocimiento, hacia la identidad, hacia la sabiduría.

Imposible no mencionar otra historia en la que el personaje también remonta un río: es El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, en donde ese internarse aguas arriba, hacia lo más profundo de la selva, tiene un contrapunto psicoanalítico y acaba convertido en un viaje hacia el mal: hacia los horripilantes meandros del alma humana. También un retorno al pasado más oscuro del hombre, donde la fuerza física y el fuego podían transformar a alguien en dios, como se ve en El abrazo de la serpiente cuando llegan a esa comunidad evangélica cristiana en la que un joven brasilero se ha convertido en el dios bárbaro y lujurioso de unos pobres indios cautivos. Igual que el Kurtz de Conrad, que al remontar el río Congo encontró que el mal no estaba en la naturaleza sino dentro de él.

Todos hemos visto Apocalypse Now, el filme basado en la novela de Conrad, en donde la historia se traslada a Vietnam. Ahí se trata de un teniente del ejército de EE. UU. que debe remontar el río —¿es tal vez el Mekong?— para detener y traer de vuelta a un mando del Ejército que enloqueció, y que es nada menos que Marlon Brando. Como enloqueció también Aguirre el conquistador en Aguirre o la ira de dios, esa película extraordinaria de Werner Herzog, que al igual que los protagonistas de El abrazo de la serpiente remonta ríos amazónicos en busca de un sueño, que en su caso es el de la grandeza y el oro, pero que es castigado con la locura por su ambición desmedida y al final se convierte en su propia víctima.

Por los ríos de la Amazonía deambula otro personaje del mismo cineasta alemán: Fitzcarraldo, interpretado por Klaus Kinski, que entre caños y ríos busca un sueño obsesivo que es el del caucho, esa historia trágica que también está en el filme de Ciro Guerra y que lo emparenta con La Vorágine, donde la selva, con toda su crudeza, es un espacio infernal en el que los hombres se pierden, entre la violencia y el azar. Como dice el telegrama final: “Búscalos en vano Clemente Silva. Se los tragó la selva”. La cauchería infame, la esclavitud y la crueldad que se vivía en ella, está también en la reciente novela de Vargas Llosa, El sueño del celta, recreando el viaje de sir Roger Casement al Putumayo para informar a la corona británica sobre la verdadera situación de las caucherías americanas, que cotizaban en la bolsa de Londres. En fin, un sinnúmero de historias de ríos y viajes que dialogan intensamente con el filme de Ciro Guerra y que contribuyen a darle espesor y originalidad.

Santiago Gamboa 

Comentarios (1)

leonardo
4 de febrero, 2016

¡Hay que verla! Si el eco de Conrad y de Coppola resuenan en la memoria del espectador, sin olvidar, claro está, La Vorágine, me parece que “Los pasos perdidos” de Carpentier también podría ser otra referencia literaria que se filtra en sus aguas.

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