Artes

Antigona en Santiago: ‘La resta’, de Alia Trabucco Zerán; por Edmundo Paz Soldán

Por Edmundo Paz Soldán | 25 de enero, 2016

Antigona en Santiago La resta, de Alia Trabucco Zerán; por Edmundo Paz Soldán 640

“¿Cómo igualar la cantidad de muertos y las tumbas?, ¿cómo saber cuántos nacemos y cuántos quedamos?, ¿cómo ajustar las matemáticas mortales y las listas?” La literatura es, sobre todo, el lugar de las preguntas difíciles; lo sabe Alia Trabucco Zerán, escritora chilena cuya primera novela, La resta (Tajamar, 2015), es uno de los mejores aportes a ese subgénero narrativo tan transitado en los últimos años en el Cono Sur, el de la “literatura de los padres” (o mejor, el de la “literatura de los hijos”).

La novela comienza de forma poco convencional, a través del monólogo alucinado de Felipe, hijo de un militante muerto durante la dictadura, que ve muertos por todas partes, muertos que pueden ser “anuncio”, “pista”, “prisa” de algo más, pero que también son ellos mismos el mensaje: no descansan en paz porque no se les ha dado una propia sepultura (muchos siguen desaparecidos). Encontrar a un muerto en este contexto es restar un desaparecido −de ahí el título−, de manera que, de a poco, se llegue a cero y todas las tumbas tengan su contenido.

Felipe es una versión contemporánea de Antígona, la heroína del mito griego dispuesta a enfrentarse a la ley en procura de dar las ritos fúnebres adecuados a su hermano Polínices. Felipe es más bien ensimismado y no tiene una ley a la que enfrentarse, pero su misión no es menos potente: “voy a escarbar otra vez el mismo hoyo, excavar y sacar la tierra para desenterrarlos, uno por uno exhumarlos, lamerlos y velarlos otra vez, todos los días y todas las noches de mi vida, hasta que ya no quede territorio sin remover, hasta arar los desiertos y los pueblos fantasma y las playas sucias y los manzanales, hasta compensar cada uno de los funerales faltantes…” La distorsión en la mirada de Felipe es la forma que tiene el trauma de hacerse presente en una sociedad que no ha llevado a cabo el duelo adecuado: es el inconsciente, reprimido parcialmente, el que habla a través de él.

Luego, a manera de contrapunto, aparece la narración de Iquela, otra hija de exmilitantes. Ella, unida a Felipe por la culpa de un padre delator, es la voz madura de la novela; en esas narraciones alternadas, Trabucco Zerán nos entrega dos versiones complementarias del duelo en la sociedad chilena: una es racional, mesurada, inteligente, pero no exenta de poesía, y la otra más bien irracional y delirante. En la narrativa de Iquela aparece Paloma, otra hija de exmilitantes recién llegada de Alemania (el exilio como otro de los destinos de la desaparición), y la misión: repatriar el cadáver de la madre de Paloma, que, por culpa de las cenizas que llueven sobre Santiago, ha sido desviado al aeropuerto de Mendoza.

Trabucco Zerán sobredetermina su narrativa: es demasiado que lluevan cenizas sobre Santiago, que los tres jóvenes deban cruzar los Andes en una carroza fúnebre; la novela ya dice esas cosas sin que tenga necesidad de hacerse literal. Pero esos son reparos menores a una novela que te lleva por delante con su fuerza y maneja una notable amplitud de registros (es, por turnos, lírica, elegiaca, sensual, cómica, trágica). La escritora de La resta está, como sus personajes, obsesionada por las palabras, esas “grietas del idioma” por las que se cuela nuestra forma particular de aprehender las cosas; gracias, entre otras cosas, a ese cuidado minucioso, obsesivo con el lenguaje, esta novela quedará.

Edmundo Paz Soldán es escritor y es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. Su más reciente novela se titula Norte (2011, Mondadori). Pueden seguirlo en twitter en @edpazsoldan

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