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Pierre Boulez y la Venezuela moderna: un tributo; por Carlos Egaña

Pierre Boulez y la Venezuela moderna. Un tributo; por Cristina Rafalli

Pierre Boulez retratado por David Goldman para The New York Times

Murió Pierre Boulez. Y aunque sus experimentaciones con la música atonal, dodecafónica y serial hayan sido vistas por muchos apenas como eso, meras experimentaciones, y aunque su rol en el Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique (IRCAM) no haya producido ningún gran compositor posterior a su creación  (tal vez por el repudio de Boulez a los minimalistas y postmodernistas de la época), su nombre ha trazado un corte bastante profundo en la historia de la música académica. Pocos saben, eso sí, que las primeras hendiduras de ese corte se hicieron de mano de un grupo de venezolanos. Y que en Venezuela aquel cuchillo que fue Boulez sigue grabando unas cuantas líneas.

Entusiasmado por las artes plásticas y la poesía, Boulez participó en Los Disidentes, aquel conglomerado de pintores, escultores y críticos venezolanos radicados en París desde mediados de los años cuarenta hasta los cincuenta. A través de la relación que tenía la pintora Aimée Battistini con el entorno cultural de la ciudad, el compositor conoció a Alejandro Otero y, posteriormente, a los demás integrantes de aquel grupo abstraccionista. “Ahí no había ningún músico,” afirma Perán Erminy, “pero en los Disidentes encuentra la plástica, algo que sí le interesaba. Y la relación entre la plástica y la música. Ahí yo tenía una ventaja sobre los otros: que yo era músico”. De alguna forma, la relación que tuvo Perán con Boulez fue un puente entre el mundo del avant-garde francés, que extraía su base teórica de Mallarmé y su famoso Un coup de dés, y la futura Latinoamérica abstracta, moderna, desarrollista. Y, en concordancia con su índole polémica, el rol que tomó el músico entre los artistas venezolanos no fue uno de pura exploración.

Cuenta Perán Erminy que “una de las cosas más importantes de Boulez como parte de Los Disidentes fue su oposición a Los Disidentes, a la ingenuidad de Los Disidentes”. La fe ciega en manifiestos, en -ismos y en programas excluyentes que estaba presente en los artistas de la época (y en los jóvenes vanguardistas) le causaba escepticismo. “Por ideas como las de Boulez me puse a dudar del eslogan de Rimbaud. A pensar: ¿en nombre de quién le voy a cambiar la vida a alguien?”

El francés se oponía a la idea de una modernidad que se cree propia de la verdad, que borra el pasado y tiene por verdadero todo lo futuro que se hará bajo su esquema.

Boulez visitó Venezuela por primera vez de la mano del dramaturgo Jean Vilar, como director de orquesta del Teatro Nacional Popular. El impacto fue tal, recuerda Erminy, que influyó en los nuevos planteamientos musicales que pusieron fin a la dictadura sonora de Vicente Emilio Sojo sobre qué se escuchaba y qué no en el país, algo que el compositor Paul Desenne podría considerar irónico, pues el mismo Boulez (“Robespierre Boulez, heredero de Lully”, como lo cataloga Desenne) asumió una actitud extremadamente autoritaria detrás del IRCAM.

Luego volverría a Venezuela unas cuantas veces más, dictando talleres y conferencias en Caracas y Mérida. Talleres y conferencias que, décadas más tarde, devendrían en el Festival Atempo celebrado anualmente, cuya presidencia honoraria mantuvo el compositor desde su primera edición hasta su muerte. Manteniendo el interés por la investigación de las relaciones entre lo matemático y lo musical, afín a las ideas de Boulez (quien antes de entrar al Conservatorio de París estudió Matemáticas en el Politécnico de Lyon), Diógenes Rivas se ha dedicado a internacionalizar el evento y a llevar el nombre del francés a la contemporaneidad, desde una perspectiva venezolana… o, mejor dicho, desde una perspectiva mestiza, híbrida, característica de la cultura nacional.

Aunque autores como Desenne podrían considerar la relación del compositor con Venezuela como de poca relevancia (en efecto, sería difícil afirmar que el contacto que tuvo Boulez con el país fue esencial en el desarrollo de su obra creativa e investigativa), vale la pena recordarla por lo que implica. Ya su sola participación en el grupo de Los Disidentes es significativa. Su intermediación en Francia con muchos de quienes construyeron culturalmente la segunda mitad del siglo XX venezolano demuestra cierto cosmopolitismo y cierta afición por participar en el futuro de un país que pocas personas se habrían esperado.

Un buen seguidor de Toynbee argumentaría que tal contacto prueba que Venezuela no se escapaba del zeitgeist del momento.

Sus visitas al país exponen un sector artístico que, hoy día, o se ve demasiado sujeto a creencias y prejuicios políticos o se ve minimizado por falta de presupuesto e interés. En fin, como lo fueron las conferencias que sostuvieron en Venezuela Jacques Lacan, Marshall McLuhan o cualquier otro pensador definitivo del siglo pasado, Boulez encarna una porción demasiado importante, demasiado positiva de nuestro pasado, para ser sepultada bajo escombros de polarización e ignorancia. Por eso le rendimos este tributo al llegar el silencio a su sonora vida.