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Monstruos; por Piedad Bonnett

Monstruos; por Piedad Bonnett

Los monstruos nos han atraído siempre, como lo demuestra la popularidad de la que gozan en el cine y la literatura.

Desde la mitológica Quimera de la antigüedad hasta Frankenstein o Godzilla, la humanidad ha acudido a esa figura para crear terror, pero también con otros fines. Aunque la palabra se ha banalizado, como tantas otras, y un monstruo puede ser, en el habla coloquial, un actor colosal o un genio de la física, el monstruo, que en su acepción clásica es un híbrido —mezcla de animal y hombre, o de animal y máquina, o de vivo y muerto— es lo otro, lo distinto, lo que nos repugna por inclasificable. Pero muchas veces es también lo que habríamos podido ser, o la concreción de lo que en muchos llamados “normales” es latencia domada por la razón y la cultura.

En otros tiempos, la gente acudía a las ferias a ver con cara divertida a esos “fenómenos” que se consideraban monstruos: mujeres barbudas, siameses, micro-cefálicos, hombres con joroba; en esta época, más respetuosa de la diferencia, hacemos como que no notamos a esos seres, por temor a ofenderlos. Por extensión, llamamos también monstruos a personas capaces de hacer cosas atroces, que nos ponen en contacto con la parte siniestra de la naturaleza humana. O, para decirlo de otro modo, a hombres cuya maldad los hace parecer inhumanos. Estos surgen de cuando en cuando y estremecen el mundo. Al cruzar el límite marcado por la cultura, los monstruos de maldad desafían el tabú y realizan lo que para muchos es mera fantasía: el hombre que secuestra a su hija en el sótano de su casa, procrea en ella y mata a sus criaturas; el que cita a su víctima por internet, la devora y mete restos de su cuerpo en el congelador, como el Monstruo de Rotemburgo; y el asesino en serie, casi siempre de prostitutas o de personas desvalidas, como el hombre que tenía su casucha en los cerros de Monserrate. Nos parecen ajenos, porque nos explicamos su maldad como patológica, pero esta tendría que confrontarnos, porque también es producto de la sociedad en que viven, como lo muestra Hitler, otro monstruo, que al llevar adelante su atroz proyecto genocida lo que hizo fue convertir en acción el sentimiento racista de toda una sociedad. Paradójicamente, los monstruos también deberían provocar lástima, si tenemos en cuenta la frase de Pavese: “…todos los locos, los malditos, los criminales, han sido niños, han jugado como tú, han creído que les esperaba algo hermoso”.

Hay otros monstruos, sin embargo, cuyas acciones nada tienen que ver con la locura: su maldad nace del cinismo, la ambición y la crueldad. Entre ellos se cuentan los criminales turcos que se lucraban vendiendo salvavidas falsos a los emigrantes que huyen de la guerra, y que son culpables de que muchas personas hayan muerto ahogadas camino a Grecia, porque los materiales los hundían cuando intentaban nadar para salvarse. Y los canallas descubiertos en diciembre en Colombia, que vendían medicamentos “chiviados” a enfermos de VIH, cáncer y otras enfermedades graves. Todos ellos —dueños de droguerías y hasta un empleado de la Secretaría de Salud— son apenas la punta del iceberg de una sociedad para la cual el dinero lo es todo. En las grabaciones se oyen sus risas. Mitad chacales mitad hombres. Monstruos.