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Santiago Gamboa: “El escritor es también una ficción”; por Carlos Egaña

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Santiago Gamboa retratado por Roberto Mata

Santiago Gamboa es un hombre serio, conciso. Esa impresión me dio durante nuestra conversa en un hotel en Altamira. A pocas cuadras de nosotros, yacía el CELARG, institución cultural que lleva decenas de años organizando el Premio de Novela Rómulo Gallegos. Aunque El síndrome de Ulises, reconocidísima novela del autor, fue finalista del Premio el 2007, nunca se mencionó la institución. Percibo, tal vez erradamente, que para Gamboa no vale la pena obsesionarse por los detalles del pasado. De ahí su afinidad por el proceso de paz que se está viviendo en Colombia; de ahí su visión pragmática de la literatura; de ahí su silencio.

Estos días, el novelista ha estado en Caracas en son de la reedición local por parte de la editorial Madera Fina, de su único libro de cuentos, El cerco de Bogotá. No es su primera vez aquí: había venido hace unos años para dictar la conferencia Ciudad y exilio, cada vez más pertinente para quienes buscan escapar o sacar provecho de la miseria. En cualquier caso, la estadía de Gamboa, tan acostumbrado a la diáspora y el viaje, tan conocedor de las guerras y sus consecuencias, ha sido dolorosamente corta. ¡Que no sea la última vez!, brindo y espero, con la misma sensación de esperanza que expresó el autor al terminar nuestra reunión.

Una frase comúnmente atribuida a Stendhal dicta que “una novela es como un espejo que se pasea por un ancho camino. Tan pronto refleja el azul del cielo ante nuestros ojos, como el barro de los barrizales que hay en el camino.” ¿Cree que se puede percibir en la novelística de una época particular, de un país particular, un reflejo de la sociedad de la misma época?
Sí, claro. Evidentemente la novela refleja un poco los puntos centrales de conflicto de una época, una época sobre la cual la sociedad de esa novela está referida. No necesariamente sobre el país o sobre la ciudad del autor, sino en general, sobre el mundo en que ese autor se mueve. Pienso que la literatura –no sólo la novela, también la poesía, el teatro, la crónica periodística– va conformando una imagen. Inclusive, no solamente un autor, sino la suma de varios autores va conformando lo que es la imagen de una sociedad. Uno puede mirar la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX ruso leyendo autores como Dostoievski, Tolstoi, Gogol, Chejov. En las obras de todos ellos, se encuentra una especie de reflejo. Que probablemente y en muchos casos puede ser hasta más vivo que el que traza la propia historiografía… O sea que sí, estoy totalmente convencido de eso. Lo que pasa es que el escritor mientras lo hace, está haciendo un presente. Pero ese presente tarde o temprano se convertirá en historia.

¿Y cree que, siguiendo las líneas de Ariel o de Doña Bárbara, la literatura sea útil para proponer modelos de sociedad?
Creo que esa es una idea romántica que, tal vez, hoy no se ajuste a lo que es la literatura. La literatura ya no quiere ni pretende –y en realidad nunca lo ha hecho– salvar a nadie. Mucho menos a una sociedad. Creo que más bien la literatura va por un lado distinto: como dice Vargas Llosa, el escritor como el aguafiestas que está siempre señalando los puntos negros del presente o del pasado. Más bien el novelista –no tanto como el que propone un modelo social, diría un modelo de pensamiento– propone un modelo de pensamiento que permite tener una relación distinta, una relación con los demás diferente. Pero es sobre todo un esquema que tiene que ver con ideas, con percepciones con intuiciones que pueden modificar la relación de las personas con su entorno… No creo que sea una época en donde la literatura, ningún arte, ni siquiera el pensamiento, tengan como objetivo crear un modelo social. Las sociedades hoy se han desarrollado de un modo donde más bien ese tipo de esquemas sociales provienen de la economía, de otras disciplinas.

Habiendo fungido como diplomático ante la Unesco y en la India por parte del Estado colombiano, ¿cómo cree que la palabra escrita pueda ser usada para establecer o asegurar las relaciones internacionales de un país?
La literatura no tiene nada que ver con las relaciones, digamos, administrativas y exteriores de un país. Eso forma parte de un paquete de cosas que son totalmente diferentes. Otra cosa es que algunos escritores hayan sido diplomáticos. Y otra cosa es que la cultura sea una de las caras de una sociedad y de un país, que al ser conocida por otros, permite que un país sea apreciado en el exterior. Pero las relaciones diplomáticas forman parte de un mundo que es totalmente ajeno a la literatura y al arte. Se sirven de la literatura y del arte después, para establecer una serie de vínculos. Pero no son necesariamente lo que las define.

Sea Bogotá en Perder es cuestión de método, Jerusalén en Necrópolis o París en El síndrome de Ulises, en sus novelas, la ciudad pareciera cobrar un rol protagónico ineludible. A tal punto que guía los viajes físicos y psicológicos que emprenden sus personajes. ¿Cree que, así como la geografía influye notablemente en el desarrollo de los pueblos, los espacios geográficos son decisivos en el desarrollo de las obras narrativas?
Depende, porque no todas las obras narrativas son iguales. En algunas sí, en otras no. Depende de qué novela estemos considerando: hay novelas que ocurren dentro de una habitación, ahí no hay espacio geográfico. Hay otras que ocurren dentro de un barco, pasa lo mismo… Ahora, los espacios geográficos son típicos de un cierto tipo de novela, de una factura como decimonónica. O de escritores contemporáneos muy clásicos, como Vargas Llosa: los espacios en donde se narra sus historias, están todo el tiempo influenciando a sus personajes. Creo que lo que es pertinente e importante para las novelas, en el fondo, es la acción…, los personajes y la acción. A mí me parece que la ciudad, en abstracto, es un espacio privilegiado para la novela –para cierto tipo de novelas, sobre todo, como la novela negra. Pero la novela es una cosa enorme que incluye una infinita cantidad de formas: lo que es útil para un cierto tipo de novela, no lo es necesariamente para otra.

Usted recientemente publicó un ensayo titulado “La guerra y la paz”, enmarcado en el proceso de pacificación de las guerrillas que se ha dado en su país estos últimos meses. ¿Es un deber del escritor, en la medida de lo posible, comprometerse con las realidades políticas y sociales de su entorno?
No creo que sea un deber del escritor, porque hay escritores de todo tipo. Yo lo considero un deber para mí, pero no espero que todos los demás hagan lo que yo hago. El escritor es también una ficción. Cada escritor decide hacer lo que se le de la gana. Para mí es importante porque tengo una formación muy francesa, muy afrancesada. Y esa es una tradición muy francesa, lo de estar participando y opinando sobre la vida política. Todo eso me parece importante porque ese tipo de cosas como la paz, la pacificación, el debate sobre qué fue lo que sucedió, la verdad histórica, son importantes en la medida en que se convierten en un debate que involucra también a la sociedad civil. Si no es así, entonces eso se transforma exclusivamente en un debate político. Y creo que una cosa tan importante tiene que ampliarse a todos los sectores de la sociedad civil. Y como escritor, como intelectual, siento el deseo –más que la obligación, en el fondo nadie me obligó– de participar como intelectual, y de invitar a mis lectores, digamos, tradicionales de novelas y de otras cosas, a detenerse un momento y pensar en esas palabras. En guerra, en paz, qué significan, de dónde vienen, qué papel han tenido en la cultura. Y luego pues, al final, ver a la luz de todo lo que se ha leído, qué fue lo que pasó en Colombia. Yo no tengo la última palabra, pero hago una propuesta, o por lo menos doy un punto de vista. Y ese punto de vista necesariamente tiene que ver con lo que está pasando ahora: que la paz es una de las necesidades básicas, en este momento, de la sociedad colombiana.

No todas las guerras son iguales. Hay guerras que deben hacerse. Hay guerras que son en cambio inútiles, como la colombiana. Es sobre todo inútil porque ninguno de los bandos puede vencer al otro. Y eso ya está, desde hace bastantes años. Por lo tanto, es una guerra que no tiene sentido continuar, solamente se va a sufrir la guerra. Cuando es una guerra civil entre sectores de la misma población, pues es la misma la que tiene que financiar a los dos ejércitos. O sea, Colombia no solo tiene que financiar al ejército colombiano, sino también a la guerrilla, porque la guerrilla no obtiene sus recursos desde fuera de Colombia. Es una guerra que no tiene ninguna utilidad para la sociedad y que además es costosísima para la sociedad. De tal modo que desde el punto de vista pragmático, es completamente inútil. Desde el punto de vista político también. Hoy está demostrado, y la guerrilla así lo ha comprendido, que el mejor lugar para luchar políticamente es el congreso, es la representación democrática. Ahí ellos van a obtener, probablemente, más importantes victorias y van a poder hacer de una forma distinta su lucha. Mucho más seguramente que con el método desprestigiado, caduco y obsoleto de la lucha armada.

En 2012, frente a la detención arbitraria de Herman Sifontes, Ernesto Rangel, Miguel Osío y Juan Carlos Carvallo, promotores de la Fundación Cultura Urbana, usted. dijo que Caracas se había vuelto una ciudad triste. Tres años después, los hombres liberados y la urbe sumida en peores circunstancias económicas y sociales, ¿qué puede decir sobre Caracas?
Creo que Caracas ha tenido un deterioro muy grande, supongo que toda Venezuela. Un deterioro realmente notable, se ve mucho, no necesito estar mucho tiempo acá para darme cuenta. Lo veo en la gente, la gente habla básicamente de un monotema: los problemas de abastecimiento, de seguridad. La frustración que provoca también una cierta impotencia ante este poder que en Venezuela se ha ido convirtiendo y que quiere perpetuarse. Ante el acertijo que es el tema cambiario, que para un extranjero es algo prácticamente incomprensible. Es decir, convivir con una serie de cosas que son como delirantes y dementes –por ejemplo, el tema cambiario–, hace que el tema de conversación de todo el mundo sea el mismo. Pero al mismo tiempo, veo que está avocado esto a un cambio. Esto no puede seguir así. Creo que es lo que va a suceder, eso no tiene ninguna duda, esta situación es insostenible. Todo el mundo sabe que en Venezuela, el 6 de diciembre va a haber una victoria de la oposición, creo que lo saben los mismos chavistas. Y va a comenzar probablemente un proceso de cambio que hará que, el año entrante, los dos países, Colombia y Venezuela, estén mucho mejor. Colombia habrá iniciado la construcción de la paz con la firma del proceso en abril, y probablemente, Venezuela ya esté muy inmersa en un cambio político que le vuelva a dar el lugar que ha tenido siempre en el marco de América Latina. Espero, pues, con la gran enseñanza que debe dejar toda esta experiencia.