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París no es Colombia; por Héctor Abad Faciolince

París no es Colombia; por Héctor Abad Faciolince

Mientras en Francia, Siria, Afganistán, Irak, Malí, Turquía, Ucrania, Rusia, etc. estallan aviones, personas, cráneos, manos, en Colombia los enemigos irreconciliables de hace más de medio siglo se empiezan a dar la mano con confianza. Es más, los exterroristas dicen: “Dejemos de tratarnos como enemigos, tratémonos como adversarios”.

Sé que la expresión “exterrorista” puede sonar repulsiva para algunas personas, para algunas víctimas y, sobre todo, para algunos fanáticos. Sin embargo la historia del mundo está llena de exterroristas. Menahem Begin, que llegaría a ser primer ministro de Israel, fue terrorista de Irgún. El 22 de julio de 1947 su grupo voló con explosivos el Hotel Rey David de Jerusalén, sede del Comando Británico. Hubo 91 muertos. El mandato de los ingleses ahorcó terroristas, los cazó, los apresó, los azotó, los llamó por su nombre, pero al fin pactó con ellos.

Al terrorista palestino Arafat, que Israel quiso matar cientos de veces, Rabin acabó dándole la mano en Camp David. Dirán que este acuerdo no fue exitoso, y es verdad, pero lo que trato de mostrar es que hay casos de terroristas que pasan a ser exterroristas y hasta jefes de Estado. Hay ejemplos similares en Irlanda, en Sudáfrica, en Brasil, en varios países centroamericanos. Si en el mundo ha disminuido la violencia (y ha disminuido, así algunos no lo quieran ver) es porque los líderes democráticos han dialogado con los terroristas.

En el proceso de paz colombiano, un largo sacrificio de tres años de los negociadores más capaces que ha tenido nunca el Gobierno Nacional, ha habido recaídas, muertos, atentados, bombardeos, pero el diálogo sigue y parece encaminado, ahora sí, hacia un acuerdo final. No faltan, por supuesto, aves de mal agüero, gentes que dicen que Santos está entregando el país a las Farc, políticos que anuncian que todo esto no es más que “apaciguamiento”, cobardía y traición que fortalecen el terrorismo, y que la dosis de justicia tan exigua que se les dará por sus crímenes estimulará el nacimiento de nuevos grupos guerrilleros. Sinceramente, no lo creo. Al contrario, pienso que la violencia colombiana, como ya ha venido mostrándolo en los últimos meses, tiende a disminuir. Y esto no es solo un deseo, un autoengaño de la esperanza y la ingenuidad, sino un hecho estadístico.

Muchos representantes del Centro Democrático, senadores, ideólogos, tuiteras, columnistas, han desplegado esta semana todo un arsenal de majaderías al tratar de comparar un conflicto que nace (el de los terroristas islámicos europeos) con uno que muere (el de los terroristas comunistas colombianos). La misma Francia que hoy, justamente, persigue, castiga y bombardea a ISIS, apoya el proceso de paz colombiano. Pero los ideólogos locales de la ira no paran de hacer comparaciones ridículas ni de decir tonterías.

Todas las guerras terminan en una mesa de negociación. En nuestros tiempos no existen —serían moralmente impresentables— las guerras de exterminio. Precisamente porque en el mundo ha habido un progreso moral (ya nos parece despreciable la esclavitud, el asesinato de civiles inocentes, el sometimiento de la mujer, el maltrato infantil, etc.), los problemas bélicos se resuelven cada vez más con el diálogo. Llegará el día en que incluso con ISIS habrá que dialogar; en su momento nadie hablaba con con el M-19, pero hoy sus exterroristas están hasta en las filas de Uribe. Si queremos ser menos insensatos, los conflictos se acaban con un período de combate armado (el que hizo Uribe), para que el enemigo no se sienta inmune, y otro período de negociación, donde se exige y se cede. Nosotros estamos en ese punto, y en un punto avanzado. Volver atrás sería el peor error en una coyuntura histórica favorable, en la que todos los Estados europeos y Estados Unidos apoyan con entusiasmo la solución pacífica.