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Lo políticamente correcto; por Piedad Bonnett

Por Piedad Bonnett | 18 de noviembre, 2015

Lo políticamente correcto; por Piedad Bonnett 640

Hace poco me enteré de que la academia norteamericana ha excluido del léxico universitario el adjetivo “universal”, porque, según me explicaron, es una palabra a la que Occidente le ha dado un uso hegemónico. El término escogido para reemplazarlo es “mundial”. Ya no debe decirse “es un artista con un lenguaje muy universal”, sino “con un lenguaje mundial”, o para ser más exactos, imagino, “muy mundial”.

Este es uno de los últimos exabruptos de lo políticamente correcto, que nació como una buena iniciativa en los años 80 con el fin de incrementar el respeto por las minorías, pero que se extravió en los radicalismos hasta convertirse en un movimiento tiránico que bordea el absurdo y da pie a burlas. Porque la lista de términos proscritos crece, así como la de los que se entronizan, a menudo verdaderos esperpentos de rebuscamiento. La “Bias-Free Language Guide” publicada en el sitio web de la Universidad de New Hampshire, por ejemplo, al lado de sugerencias atinadas, incluye otras hilarantes: ahora, por ejemplo, debe decirse “gente internacional” en vez de extranjero, “gente de talla” en vez de gorda, y, ya en el colmo del eufemismo, “personas que carecen de lo que otros tienen” en vez de pobres. Y es que el miedo a usar un lenguaje con connotaciones discriminatorias nos ha llevado a usar un lenguaje condescendiente, que en ocasiones lo que hace es acentuar las diferencias. Ya no decimos prostituta sino trabajadora sexual, ciego sino invidente, negro sino “persona de color”, y al “viejo” se le dice “persona de la tercera edad”, o, abominablemente, “abuelo”. Como dice un estudioso del fenómeno, en aras de tanta corrección caímos en un lenguaje “impersonal y desinfectado”, que carece de fuerza comunicativa y capacidad de singularizar.

El ensayista Jordi Costa escribió que “la corrección política es, en suma, una ortopedia lingüística que ataca el síntoma pero no el origen del sistema”. Lo cual no niega la evidencia de que el lenguaje puede llegar a perpetuar los prejuicios. Lo que habría que plantearse es el límite de la corrección política, algo difícil de hacer a la hora de juzgar el humor, cuyo signo es la provocación y la transgresión. Polémica que se dio a raíz de los asesinatos de Charlie Hebdo y que ahora tiene lugar a raíz de las quejas sobre “el soldado Micolta”, un humorista que caricaturiza a un personaje de raza negra. Nunca lo había visto, pues Sábados Felices me parece un adefesio televisivo, lleno de chistes afrentosos, de los que tenemos una larga tradición que incluye al célebre Montecristo. Pero a raíz del alboroto examiné lo que hace Roberto Lozano y más que racismo encontré chabacanería. Nada muy distinto de lo que ha hecho el humor de mal gusto toda la vida: usar burdos estereotipos. Entiendo perfectamente que las comunidades negras, por el hecho de haber sido siempre vulneradas, protesten ante tan pobre caricatura de su raza. Pero no quisiera que Chao Racismo cayera en los fundamentalismos de lo políticamente correcto pidiendo censurar el humor, por malo que sea. ¿O estaría bien mandar cerrar Charlie Hebdo por burlarse del fundamentalismo musulmán? Hay que ser coherentes cuando de libertad de expresión se trata. Y lo que esperamos es que, gracias a un avance consciente, los humoristas destierren el humor racista, homofóbico, etc. .

Piedad Bonnett 

Comentarios (4)

Francisco Laguna
18 de noviembre, 2015

Hoy día, ante tanta corrección política, aunque sea la mas pequeña incorrección política puede parecer heroica.

Rodrigo J. Mendoza T.
18 de noviembre, 2015

Hace unos días en estas mismas páginas varias personas expresaban su nostalgia por la ironía y “el insulto inteligente”.

Bonnet y Abad, a quienes leo con gusto y provecho, expresan también, por estas fechas, en textos separados, su reserva y decepción por la tendencia a la inanidad y fatuidad de los que reivindican, con estridencia y beligerancia, “la correción política”.

Es dificil opinar fuera de contexto en esta materia. La ironía parece compatible con un debate civilizado, la mordacidad y sobre todo el sarcasmo sugieren, en cambio, un ánimo hiriente.

Cuando se trata de temas religiosos o alusiones raciales, no hay asepsia posible, todo asomo de burla va a encontrar blancos (“targets”, “cibles”) en su trayectoria.

Como hoy en día las redes sociales tienen un alcance enorme, y todo se ha vuelto opinable, es casi imposible evitar que alguien se sienta ofendido con cualquier comentario.

El debate social es un terreno minado y vuelan las piedras por todos lados.

Manuel Salvador Ramos
19 de noviembre, 2015

La llamada “corrección política” es una noción que ha servido de burladero para ocultar verdades categóricas y muchos actores se ven forzados a desenvolverse dentro de los parámetros que ella dibuja, aún con la convicción íntima de un ejercicio hipócrita. Afortunadamente, quienes no tenemos “deberes políticos”, estamos exentos de tal penitencia. Ciertamente, el respeto debe prevalecer, pero ello requiere una interlocución que aún siendo dura, tenga como contraparte ideas y razones y no estribillos insultantes. Como corolario a esta modesta opinión, agrego que el las actuales circunstancias del país, invocar “corrección política” cuando la contraparte oficial resume lo mas acabado del delito, no es sino complacencia o cobardía; o ambas.

Odoardo Graterol
19 de noviembre, 2015

El hombre, ser humano, o como quiera denominarse a ese sector de la animalidad denominada “racional” (que no trascendente, como debería ser, puesto que todos los animales tienen racionalidad – facultad de “relacionar”) inventó el lenguaje como una herramienta para “comunicar-se”, y tal herramienta es, en mi opinión, por excelencia discerniente, lo cual quiere decir “diferenciadora” (el término “discriminar” “selecciona excluyendo”, según la RAE, eliminando el caracter simplemente discerniente del término). El tomar los términos de uso diferenciador, discerniente, como peyorativos es una “hipocresía resaltante” que acentúa el caracter “discriminatorio” en las terminologías sustitutas, al ocultar los términos apropiados para cada caso de comunicación. Solamente la “introducción” de la “conciencia” en el “individuo”, y en la sociedad como “individuo extendido”, puede liberar el lenguaje para su cualidad comunicadora.

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