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Un Shakespeare no tan dulce; por Alejandro Oliveros // #LecturasDeAlejandroOliveros

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James Knight como “Angelo” y Stephanie Fieger como “Isabella” en el Festival de Verano de Shakespeare 2007 de The Old Globe en la producción de Medida por Medida, de William Shakespeare, dirigida por Darko Tresnjak. Fotografía de Craig Schwartz

Sweet swan of Avon”

La visión idílica de Shakespeare quiere que el Bardo sólo haya cantado, y de dulce manera, las más elevadas pasiones de los seres humanos. Y cuando su dramaturgia no se inscribía en este criterio, parecía lícito hacer los ajustes correspondientes. Ya en el lejano XVIII, el no desprovisto de talentos, Nahum Tate, presentó con gran éxito, una versión del Rey Lear con el más forzado “happy ending”. Al final de la obra, el rey y Cordelia no mueren en al más “artaudsiano” de los finales, sino que terminan vivos, agarrados de la mano y celebrando el reencuentro. Esta es apenas la menos indigna de estas enmiendas a los textos originales. Lo que resulta por lo menos inesperado, es que la versión de Tate era la que se representaba en Londres incluso en tiempos del romanticismo.

Pero es cierto, Shakespeare puede ser irritante. Y muchas veces lo es, como en El mercader de Venecia, que termina bien para todo el mundo menos para el pobre Shylock y para el público de origen hebreo que asiste a las representaciones. O Todo esta bien cuando bien acaba, donde Helena  la mas manipuladora de las protagonistas de la escena shakesperiana, consigue el oscuro objeto de su deseo, el esquivo Bertran, gracias a las más inconfesables maniobras. La tercera de estas comedias no tan cómicas es Medida por medida, escrita en 1604, algunos años después de Hamlet. El asunto de la obra, como en la tragedia danesa, es el mal uso del poder, el temido, y con razón, “mal gobierno”, ante el cual Santo Tomás consideraba legítima la insubordinación. Pero Hamlet es una tragedia, y una de las más admiradas de la literatura moderna, a pesar de su desordenada narrativa, su extensión y su precipitado desenlace. En cambio, M&M fue considerada una comedia, ayuna de finales sangrientos y justicieros. Pero, ¿qué tiene de comedia una historia que termina con varios matrimonios forzados y nuevas muestras de abuso de poder, por más que no carezcan de cierta legitimidad? Pero fue así, como comedias, como las calificaron los editores del First Folio (el volumen publicado en 1623 con la primera edición de las obras completas) y agrupadas al lado de clásicos del género cómico tales Las alegres comadres de Windsor, Como quieran o Sueño de una noche de verano

Esta incongruencia, de comedias que no son comedias, pero tampoco son tragedias, tempranamente llamó la tención de lectores y críticos. El primero de ellos fue el Dr. Samuel Johnson, en 1765, quien, en el famoso Prefacio a su edición del canon, se refería al tono sombrío, en este caso de MxM: “Tal vez no haya otra obra de Shakespeare más oscurecida por las peculiaridades del autor. Y creo que todos los lectores sienten la misma indignación con el perdón concedido a Angelo”. Pero va a ser el más influyente de los estudiosos del Bardo, el formidable Samuel Taylor Coleridge, el que exprese lo que muchos sentimos al enfrentar, en papel o en escena, la obra: “Esta pieza es la más dolorosa, debería decir la única dolorosa de todas sus obras… La parte cómica es repulsiva y la parte seria horrible”. En lo sucesivo, con los aportes de talentos como Hazzlitt, Lamb, Pater o Swinburne, las tres comedias (El mercader de Venecia, Todo está bien si bien acaba y Medida por medida) serán conocidas como “dark comedies” (Dowden) o “problem plays” (F.S. Boas, quien incluye a la también muy problemática Troilo y Cresida).

Pero, ¿que es lo tienen de “oscuro”, o “problemáticos”, estos productos del genio shakesperiano, en especial Medida por medida? (una manera de decir en inglés, “ojo por ojo, diente por diente”). El argumento, como es costumbre, no es del dramaturgo (de hecho, ninguno lo es) y sus fuentes son las más variadas; hasta la que se reconoce como la versión original, la historia del nada obvio Battista Giraldo Cinzio (1504-1573). Pero esto es irrelevante; lo que de oscuro, penoso y problemático tiene la obra es puro Shakespeare. Un Shakespeare de un pesimismo desusado por lo brutal (ninguno de los veinte personajes despierta, en mí, al menos la más mínima de las simpatías), desencantado y amargo. Hamlet puede ser un “serial killer”, pero en algún momento de esta tragedia es inevitable que sintamos un poco de solidaridad por aquel príncipe desgarrado e inepto. Incluso Tito Andrónico, el primero de los grandes homicidas shakesperianos, nos produce algo parecido a la compasión (especialmente en la interpretación de Anthony Hopkins) a pesar de sus hechos nefandos. Nada de eso se presenta en MxM, la cual es una comedia de enredos, con los travestis del caso, y un desfile de prostitutas bufones, tontos y pícaros. Una corte burlesca que no alcanza, sin embargo, a disminuir la sordidez de la historia. Resumiendo: el Duque de Milán le comunica a sus súbditos que debe alejarse por unos días (lo cual no es verdad, y no es la única mentira de este Iago en miniatura) y deja a cargo de sus asuntos, a Angelo, el más probo de sus funcionarios, el incorruptible; el puritano obsesivo, cuyo virtuosismo no le impidió romper, de la manera más injustificada, su compromiso con Mariana. Así las cosas, una joven novicia, Isabela, se presenta en sus oficinas implorando piedad para su hermano, Claudio, acusado de acostarse con su novia antes del matrimonio y condenado a muerte por el implacable  gobernante. El virtuoso funcionario, deslumbrado por la belleza de la chica, la chantajea de manera vil e Isabela accede para salvar al hermano. Compromiso que, por supuesto, Angelo no va a honrar y después de consumar el hecho igual manda ajusticiar al hermano. No obstante, pronto se va a descubrir que todo ha sido una farsa. El Duque, quien, disfrazado de fraile, ha estado detrás de todo lo ocurrido, aparece en este quinto acto para revelarnos que Claudio está a salvo; que no ha sido Isabela, sino Mariana, la que satisfizo la lujuria de Angelo. Y que ha decidido arreglar todo con un matrimonio colectivo: él se casará con Isabela, a la cual ni si siquiera se le pregunta si está de acuerdo; el bellaco de Angelo será recompensado por sus buenas obras con Mariana; el famoso hermano Claudio lo hará con su novia y amante, y uno de los pícaros con una prostituta. Y todos tan felices. Lo que le resultaba doloroso a Coleridge (painful) me resulta a mí insoportable. Angelo es un hampón y el intento de homicidio es apenas uno de sus crímenes. No menos inaceptable es el cinismo del Duque o las ambigüedades de Isabel, su resistencia, antes de ser convencida por el hermano en la celebrada escena del Tercer Acto. Cierto es que los hay peores que Angelo en el universo shakesperiano, pero aun con uno de los peores, Macbeth, por ejemplo, establecemos cierta empatía, quisiéramos entenderlo, saber porqué actúa así. O, como en el caso de Ricardo III terminamos admirando la grandeza de su maldad. En este Angelo, cuyo nombre es una de esas ironías del autor, todo es bajo y despreciable. Lo que duele, en verdad, es que haya sido Shakespeare el autor de este desenlace. Lo que ha llevado a algunos críticos a proponer las más variadas hipótesis para justificarlo. Como que los tiempos de Jacobo I fueron una decepción para los ingleses después de las gloria de Isabel. O, como propuso el Buck Mulligan, de Ulises, en la famosa discusión con el joven Dedalus en la Biblioteca de Dublín, la amargura del “dulce cisne de Avon” habría sido motivada por las infidelidades de su esposa, Ann Hathaway mientras el Bardo se encontraba en Londres, ocupado en escribir la más elevada dramaturgia desde los griegos. Pero no era para tanto. Al fin y al cabo, como decían los cínicos del XVIII, “cosi fan tutte”.