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Patología del fanatismo; por Freddy Javier Guevara

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Si echamos un vistazo al mundo, encontraremos múltiples conflictos bélicos e incontables muertos. Si observamos estos enfrentamientos bajo una lente de mayor aumento, notaremos que su estructura está compuesta de intolerancia religiosa, sectarismo, fundamentalismo, extremismo, racismo, fanatismo, terrorismo. Y si medimos su actividad eléctrica, hallaremos el impulso que organiza éstas confrontaciones: odio, resentimiento, envidia.

Aunque el fanatismo forma parte de esta lista, parece ser el tronco del que brotan los otros retoños. Y es que el fanatismo se ha convertido en el destino de muchos hombres y mujeres que carecen de una vida psíquica propia. Es posible que por alguna razón, su cultura y tradiciones se hayan diluido en las complejidades sociales, o quizás su presencia haya sido precaria. La migración o la exclusión por religión, color, nacionalidad o pobreza, a veces consiguen ese efecto malsano: en su marginalidad, los desplazados por la sociedad sienten que no pertenecen a nada. El hombre es un ser social en esencia, y en el relegado siempre palpita la motivación gregaria, cualquiera que esta sea.

En muchos excluidos, a las creencias religiosas -al hacerse habituales- las atrapa la somnolencia existencial. Puede deberse al desgaste de su significado al tornarse rutina. Se extravía el motivo del mito original y, por alguna extraña descomposición, las experimentan como un canto vacío. Si por el contrario, los fundamentos de estas convicciones son radicales, en los sujetos discriminados se mantienen latentes. Para aquellos que están “tan cerca y lejos de Dios” estos credos necesitan de la renovación de su significado a través de la sangre.

Aquí las ideologías juegan un papel importante, pues una combinación de ideas utópicas con religión o ideologías con visión futurista, son perfectas para atraer incautos. El Estado Islámico tiene conocimiento de esta situación y la sabe utilizar. Por el trabajo que desempeño, a veces me encuentro con observaciones como la siguiente: “Todo está bien, yo encuentro los artículos de aseo personal de primera necesidad y la comida, sin hacer cola y al precio justo”. O, como pudimos ver en una entrevista a damnificados durante las inundaciones en Guasdualito. Con el agua hasta las rodillas, mientras funcionarios uniformados les vendían la comida (cuando deberían donarla por la contingencia), una de las personas respondía: “Esto está bien bueno… ésta es la efectividad que tiene el pueblo”.

Quién sabe qué quiso decir el entrevistado con esto, pero lo que sí podemos apreciar es que pareciera que existe una realidad paralela y delirante que obnubila los sentidos, que profundiza el fanatismo, y con la cual se siente cómodo. Es capaz de no ver  ni sopesar la situación por la que atraviesa. En cambio, tiene la sensación de ser y formar parte de “algo”, en esa realidad paralela. En el caso de Venezuela, una entelequia político-religiosa que lleva años activada.

La sociedad y la cultura han tratado de asimilar el fanatismo que desde siempre ha existido en el hombre. Hay fanáticos de equipos. De béisbol, fútbol, de tal agrupación de rock, tal banda de jazz, de yoga, y si siguiéramos tendríamos una lista interminable. Este modo de metabolizarlo se ha extendido a los lugares más insospechados, donde el civismo es prioridad. La civilización le ha asignado a este fenómeno extremista una estructura, unas leyes que permiten a las personas expresarlo, e incluso mantener distancia ante esa fuerza arrolladora. Sin embargo, con toda la organización, la barbarie de su impulso persiste. Incluso ha aparecido una nueva forma de su expresión, que puede ser colectiva o individual: el fanático. O dicho de otra manera, el adicto al poder, muy popular en gobiernos latinoamericanos y otras zonas del mundo: Corea del Norte es un buen ejemplo.

Monoteísmo y fanatismo

El dogma monoteísta impone la existencia de un solo dios y, con él, una sola idea de mandato divino. Pareciera que el origen monoteísta de nuestros ancestros hubiese permanecido en la psique del hombre actual. Y ello hace ver que funciona “mejor” y más cómodamente una visión unilateral de la vida. Así el ser humano se deshace de las complejidades conflictivas de la psique y de la diversidad, las cuales constituyen un “estorbo”.

El hombre indiferenciado, para el cual las religiones han perdido su contenido, está presto a sustituir su consciencia individual para identificarse con la colectiva, produciéndose lo que Jung denominó la psique-masa, y así adorar cualquier cosa: incluso a otro hombre con inflación del yo, que se pretende predestinado a dirigir el destino de quienes le siguen. Así ha sido el caso de Venezuela.

Las estructuras de las religiones monoteístas han servido de analogías que se han filtrado a las ideas del hombre. Marx y Lenin se dieron cuenta muy bien de esto: el comunismo revolucionario es el ejemplo más conspicuo. Además de sus “favores”, el monoteísmo nos concede la ficción de la unilateralidad, de la idea única, unas reglas únicas, unas creencias únicas, que apuntan a la literalización de aquello en lo que creemos.

La irracionalidad de los dogmas religiosos del monoteísmo, en un mundo que reprime el cuerpo emocional, está más viva que nunca. Sus aspectos destructivos están tallados en las apariciones inauditas y demoledoras de los extremismos religiosos, el racismo y las ideologías. Es por ello que vemos a un Estado Islámico segando vidas, decapitando por televisión y destruyendo sin reparo joyas arqueológicas sumerias dos mil años más antiguas que la llegada de Mahoma, con una “convicción” monumental.

El Fanatismo que nos ciega

Siempre proyectamos. Desde que el hombre es hombre sobre la tierra. Y se necesita del objeto de proyección, se necesita la imagen: el árbol místico, la piedra de donde brota el agua sagrada o, un ejemplo de la hispanidad más cercano y actual: los santos católicos a los cuales debemos legítima devoción.

Si todo fuese producto de la proyección, el hombre aún viviera en participation mystique (Lévy-Bruhl)* con la naturaleza, como se observa en algunas tribus del Amazonas. A través de la domesticación de lo instintivo, el hombre fue retirando poco a poco su proyección, integrando al mundo psíquico el complejo emocional que representa la imagen. Por ejemplo, La Virgen es la figura ante nosotros, pero también es el mundo emocional que ella representa y habita en cada uno de los creyentes: lo sagrado de lo femenino que llevamos dentro.

El fanático se unificó, se plegó al objeto. Identificado, es incapaz de desligar el complejo emocional de la imagen que lo representa. Su psique está atada parcialmente en una etapa evolutiva ancestral. Está inspirado por una proyección, vive en participation mystique con el otro, o con aquello que representa una emoción compartida. Una parte de él funciona en “modo” psicótico, aunque pueda ejecutar bien las tareas en otros aspectos relativos a su vida. Se podría decir que tiene un núcleo psicótico muy activo. Para él no existe la individuación pues no puede ser individuo.

Solo ve a través de los aspectos que le dicta su credo y trata de mantenerse dentro de las normas que le permiten sus aspectos éticos y morales. Es fiel protector de la dignidad de su creencia. Incluso puede matar por ella. El fanatismo no sólo ha permeado lo religioso. Se ha trasladado a otros aspectos de la vida psíquica del ser humano, como la política, las ideologías, incluso a las instituciones.

Estas personas pueden actuar solas; sin embargo, es de esperar que necesiten de otros iguales a él, atados por una misma creencia. En un mundo donde los grupos pueden ser virtuales, un fanático puede aparecer en cualquier lugar. He aquí otro ingrediente macabro: la secta.

La cepa del sectarismo se cultiva en el lado oscuro de la naturaleza virginal del hombre. En lo puro, en lo impoluto. Y forma parte de la condición humana y arquetipal. El sectario y el fanático se complementan. Su estructura psíquica es endeble, necesitan el uno del otro para apoyarse y reflejarse en él o en ellos. No es extraño que en todo lo que sea excluyente, aparezca la crueldad del malvado. En cierto sentido, la maldad es el lado oscuro de la pureza. Y en parte, la destrucción que se observa en el fanático y el sectario es resultado de la necesidad desesperada de ser un individuo, pues parte de él está repartido en aquello que odia.

En el apartheid político vivido en Venezuela todos estos ingredientes han aparecido: fanatismo, sectarismo, ideología, religiosidad torcida, maldad. Por citar un solo aspecto en relación a lo religioso, hemos constatado que unas cuantas personas aquí y fuera de Venezuela, se han reído del pajarito que le hablaba al gobernante. No sabemos si eso fue planificado o no, pero ese pajarito no era otra cosa que una analogía, burda, pero analogía al fin, del Espíritu Santo, y todo en su conjunto, una representación bufa de La Trinidad, que cala con facilidad en el fanático. Utilizar los símbolos religiosos para manipular una población cautiva y capaz de la idolatría, alimenta la naturaleza ancestral de su significado. Lo que nos reafirma que la fantasía y la imaginación tienen una vida propia tan fuerte como la realidad misma, y que los agentes patógenos tienen un propósito malévolo en su empeño de mantenimiento del poder.

* Participation mystique : categoría que emplea el antropólogo Lévy-Bruhl en sus estudios de la mentalidad del hombre primitivo para referirse a la ausencia de diferenciación entre sujeto y objeto. (Definición de Rafael López-Pedraza)