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Carlos Drummond de Andrade: Confidencia del itabirano; por Igor Barreto #PoetasEnProdavinci

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Monumento a Carlos Drummond de Andrade en Itabira

Siempre me llamó la atención que en muchas de las crónicas sobre el poeta modernista Carlos Drummond de Andrade se mencione repetidamente el lugar de su nacimiento: Itabira de Mato Dentro, Estado de Minas Gerais, Brasil, 1902. Hay incluso comentaristas y críticos que lo llaman: “El poeta itabirano” o “El poeta de itabira” o “El poeta minero de Itabira. Y es que el lugar Itabira resulta tan necesario para definir por asimilación o por contraste su escritura. Adelantémonos a mencionar que este poema que presentamos forma parte de su tercer libro editado en 1940, y que apenas el tiraje fue de 150 ejemplares. Aunque ya en 1942 se publican sus Poesías reunidas, lo que habla del temprano reconocimiento que obtuvo su obra.

El lugar Itabira, considerándolo imparcial y fríamente, es un lugar venido a menos. Tiene, diría yo, no una importancia sagrada tal y como le confiere a la noción de lugar el poeta Ives Vonnefoy. La mención del pueblo de Itabira, mirado desde su intra-historia, habla de un proceso de urbanización violenta de una región de importancia ganadera y agrícola transformada en otra que produce hierro para el futuro acero del Brasil. Hay algo decepcionante en este núcleo identitario de la vida y la obra del poeta Drummond de Andrade. Un orgullo remoto que se transforma en afrenta, en escepticismo e ironía. Sentimientos y actitudes que este poema hace suyos y que se potencian con grave resonancia hacia el presente.

Ya se ha dicho en otras ocasiones que la poesía de Carlos Drummond de Andrade se caracteriza por la idea de la “interrupción”. Al respecto valdría la pena recordar el celebre poema reiterativo y emblemático de esta idea de la “interrupción”: En el medio del camino había una piedra/ había una piedra en el medio del camino… publicado en su primer libro Alguna poesía en 1930. Interrupción que equivale a la consecuente precariedad espiritual, existencial, cultural y económica; corolarios de la realidad latinoamericana actual.

 El poema Itabira es como diría el crítico carioca Sérgio Alcides, un texto tomado por el sentimiento de la melancolía. Un sentimiento que se traduce esencialmente como confrontación entre el sujeto y el mundo. Veo en Drummond un poeta que habla desde la frontera de fenómenos y circunstancias históricas y personales, siempre con un gran sentido de la palabra precisa y penetrante. Este poema Itabira es su retrato más fiel. El de un hombre con un pasado y una vida que gradualmente ve acentuarse su carácter irreal hasta convertirse en una mera representación: una fotografía en la pared. Recuerdo ahora las primeras líneas de Infancia e historia de Giorgio Agamben: En la actualidad, cualquier discurso sobre la experiencia debe partir de la constatación de que ya no es algo realizable. Con razón, el último verso de este poema dice: ¡Pero cómo duele!. La conciencia del dolor está en el interior (es el argumento íntimo) de grandes poemas, semejante al sonido de las abejas en la colmena. Vía regia para recuperar la experiencia en su justa valoración. De otro libro suyo titulado (José, 1941, traducción de Estela dos Santos) recojo estos versos como los Twitter de un poeta sabio: estoy sólo en mi cuarto,/ estoy sólo en América (La Bruja); Todos los hombres regresan a su casa./ Van menos libres pero llevan diarios,/ y deletrean el mundo, sabiendo que lo pierden. (La flor y la nausea).

Confidencia del itabirano

Algunos años viví en Itabira.
Principalmente nací en Itabira.
Por eso soy triste, orgulloso; de hierro.
Noventa por ciento de hierro en las aceras.
Ochenta por ciento de hierro en las almas.
Y ese enajenamiento de lo que en la vida es porosidad y comunicación.
Las ganas de amar, que me paralizan el trabajo,
vienen de Itabira, de sus noches blancas, sin mujeres y sin horizontes.
Y el hábito de sufrir, que tanto me divierte,
es dulce herencia itabirana.

De Itabira traje diversas prendas que ahora te ofrezco:
este San Benedicto del viejo santero Alfredo Duval;
esta piedra de hierro, futuro acero de Brasil;
este cuero de anta, extendido en el sofá de la sala de visitas;
este orgullo, esta cabeza baja…

Tuve oro, tuve ganado, tuve haciendas.
Hoy soy funcionario público.
Itabira es sólo una fotografía en la pared.
¡Pero cómo duele!

 

*Traducción: Adolfo Montejo Navas