Artes

#R3TR0V1S0R: teatro que muta para un país mutante; por Indira Rojas

Por Indira Rojas | 19 de octubre, 2015
_DSC0024 640a

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

Se habla del teatro como un arte viva, pero la pieza R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era, roza lo mutante. Es más que arte con savia propia. Cada función tiene un invitado nuevo, ajeno a la dinámica del grupo pero capaz de integrase a ella. Por R3TR0V1S0R han pasado desde percursionistas hasta poetas. Además, es muy probable que un texto que ayer vio interpretado por un actor, hoy otro le ponga su voz, o que la música de cabina sea suplantada por un cuatro en vivo.

Todos los autores se saben todos los textos. Cada salida a escena es un nuevo experimento con esa literatura venezolana que lo antecede, una oportunidad de transformación para el actor, un laboratorio teatral. Esta pieza tiene un poder que poco se ha visto en la cartelera teatral actual: el poder de cambiar. Si R3TR0V1S0R fuera un X-Men fácilmente se pondría en el lugar de Mystique. Si fuera un animal sería una serpiente mitológica que muda de piel todos los días. Además, la puesta en escena permite que cada una de estas mutaciones esté a la vista del público. Acá ningún actor se esconde.

Desde la butaca imaginaria en la que usted se ha sentado para leer este texto, será testigo de tres días consecutivos de función de R3TR0V1S0R y de algunas de sus mutaciones. Y podrá verlas como en un espejo retrovisor: esa mirada que nos permite hacerle trampa al tiempo y ver hacia atrás sin dejar de avanzar, sin negarnos el futuro.

Mutación 0: Histrioplancton fluorescente

FOTO _DSC0033 (PIERNAS EN ENSAYO) 640

Ricardo Conte fotografías R3TR0V1S0R para Teatro Nueva Era © 2015

“El ensayo fue un desastre” son las palabras de Jennifer Gásperi, la directora del Teatro Nueva Era, el viernes 2 de octubre. A estas alturas, el grupo ya ha presentado nueve funciones de R3TR0V1S0R en la Sala Experimental del Celarg, y el rumor de que la temporada se extendería se arrastraba de boca en boca. Ambas cosas son síntomas de salud para cualquier pieza teatral, pero Jennifer es muy clara con sus actores y sus grandes ojos verdes no estaban ni remotamente cerca de visualizar un espectáculo memorable.

[El ensayo del viernes se retrasó. El clima caraqueño se antojó de lluvia y con ella los retrasos en todos los sistemas de transporte posibles. El Metro de Caracas va más lento (me pregunto por qué si no marcha en la superficie) y, al salir del mundo subterráneo, en la estación Altamira me libero de ese menudo asco por el calor corporal mientras me abro paso entre la gente. Soy recibida por el agua y las cornetas en la Plaza Francia. Todo invita al desorden en el trayecto hacia el Celarg]

FOTO _DSC0034 (PLANO COMPLETO DE LA SALA EN ENSAYO) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

Solsiré Domínguez, “La Negra”, practica su interpretación de un fragmento de El viejo grupo (Román Chalbaud, 1981), cuando Stefanie Schaefer recibe un llamado de atención de la directora. En la escena que ensayan, La Negra, una actriz que lleva 14 años con TNE, se recuesta en el suelo para contar un episodio de terror en el que creyó ser testigo de un bombardeo y, justo en ese instante, Stef debe ser la voz del recuerdo que le dice: “Hay que tener valor”. Tarda mucho en hacerlo y Jennifer pierde un poco la paciencia: “¡Steeeef!”

Luego les pide a Danae Giachetta, José Alejandro España y Juan Lara Valentini ensayar el fragmento de Tric Trac (Isaac Chocrón, 1967) con un método de locos. “Rápido, muy rápido”, les ordena, y el trío pone el acelerador. “Ahora con números” y los actores intercambian las palabras por cifras al azar, a veces dubitativos sobre cuáles dígitos decir. “¡Vamos muchachos, ritmo!”, intenta animarlos la directora, en un esfuerzo por recargar las baterías del equipo. “¡Otra vez neutral!”.

[Volteo a ver la cara de Jennifer y, como lo temía, no ha dejado ir esa mirada seria que sostiene desde hace media hora. Comienza a aplaudir aceleradamente, como los entrenadores en los campos de fútbol, y le pide a María Verónica Landaeta que recite los versos que le corresponden del mismo poema de Tiniacos con más urgencia. Da las instrucciones tan rápido que me pierdo, pero logra lo que quiere y la escena crece. Me pregunto si no seré demasiado lenta para hacer teatro]

FOTO _DSC0120 (LAS TRES CHICAS ACTUANDO “TRANSGÉNICOS”) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

Toca el turno del poema “Transgénicos” (Natasha Tiniacos, 2011) y la directora corrige a su segunda actriz más joven, Ariana Marín: “Sin esa y”, “Ese pero no va”, “Esa y  tampoco va, Ari”. Mientras, Solsiré arruga el entrecejo y confiesa que ha olvidado el parlamento que marca su entrada.

Al fondo, en la esquina derecha de la sala, el cantautor Juan Carlos Gómez mira cada acción apoyado de su cuatro y con la cabeza ladeada. Una luz tenue brilla sobre él como diciendo aquí está el invitado de esta noche. Y, de vez en vez, Jennifer se aproxima para darle indicaciones.

Al final, como en una reunión del concejo jedi, se decide en un círculo cómo será el contrataque: Jennifer sabe que el grupo hoy no tiene los 14 textos que componen la pieza registrados de cabo a rabo. Equilibrar la participación de los ocho actores para que todos tengan igual protagonismo es una cosa de estrategia. “¿No les parece que estamos jugando fútbol?”, bromea.

Después del consenso, todo es magia. El público entra la sala ignorando todo lo anterior y presencia una de las funciones más divertidas que hasta ahora ha engendrado el equipo de R3TR0V1S0R, que con esta obra celebra 25 años en las artes escénicas.

FOTO DSC0051 (CÍRCULO CON JENNI) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

[“Al parecer vamos a tener que hacer el ensayo mal para que salga bien”, comenta Jennifer en tono cómico al día siguiente. Con diecisiete años en las tablas no resulta extraño que su capacidad teatral se mude a su personalidad, volviéndola flexible. Los actores comentan entre ellos que la función además pasó demasiado rápido, y coinciden en que el fenómeno es producto de los marcajes de la música en vivo. Reunidos otra vez en círculo, discuten la siguiente movida]

Mutación I: células que no pueden estar separadas

FOTO _DSC0175 (EL GRUPO) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

Los productores de televisión se han antojado de incluir en la parrilla programas sobre academias de danza en Estados Unidos que, al juzgar por su proliferación, deben tener un éxito de audiencia considerable. El televidente es testigo de los ritos, las costumbres y los momentos que los grupos tienen antes de entrar en escena para invocar la suerte o la protección. Acá el único rito identificable es la voz de Jennifer gritando “¡Mucha mierda, muchachos!” antes de empezar la función.

[Cuando Jennifer le pidió a todos que se reunieran en el camerino, formando un círculo, pensé que este sábado presenciaría uno de esos ritos previos al espectáculo. Al entrar, encuentro a Ari desanimada, cabizbaja y expectante, como quien tiene algo triste que comunicar. Me agazapo detrás de Leonardo Hernández, un moreno de cuarenta años de risa contagiosa que, además de actuar, forma parte del equipo técnico. Me toca presenciar la escena como un extraño en una reunión familiar]

“Escuchemos todos a Ari”, pide la directora. Ella ya sabe qué es lo que va decir la actriz de 19 años. El cuartico de negras y lastimadas paredes de drywall enmudece. Ari advierte que cree justo que todos sepan qué le pasa y por qué anda “como rara” ese día. Entonces lo suelta: “Hoy me dieron la noticia de que mi tío falleció”.

Su tío vivía en Estados Unidos y para Ari era muy importante que viniera a Caracas. Iba a hacerlo en diciembre. Se llamaban constantemente para asegurarse de que así fuera. Ya diciembre no está tres meses. Le duele. “Quería que lo supieran porque los quiero mucho y los voy a necesitar hoy”. Se seca las lágrimas con las mangas de un suéter que le cubre enteritas las manos, mientras Danae se contagia y comienza llorar disimuladamente. Ari compone un poco la voz, que está rota, y comuncia con determinación su decisión al resto del equipo: “Quiero actuar hoy”.

Todo el equipo coincide en que es una decisión sabia y el ensayo lo confirma. Ya con el público observándola, Ari se transforma en la chica enamorada de “Vocación de espejo”, la mujer hastiada de “Wireless” y la frívola ancla de noticiero que dice “hashtag” con más estilo en “Transgénicos”, todos poemas de Natasha Tiniacos.

Si quedan rastros de su pesar, son invisibles y muy livianos, ahora cuando el grupo entero la acompaña y comparte su carga.

Su madre, la fotógrafa Arlette Montilla y de quien Ari ha calcado la forma del rostro, la mira desde la primera fila. “Ahí está mi única hija”, posteó en Instagram. “Grande, crecida, estrenando sus 19 años de los cuales cerca de 14 ha estado en las tablas y yo con ella, haciéndonos inmortales a través de la fotografía”.

FOTO _DSC0140 (JUAN Y ARI EN REPRESENTACIÓN DE VOCACIÓN DE ESPEJO) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

[Tras el anuncio de Ari, toca el turno de las advertencias. Jennifer le hace dos al equipo de cabina antes de la función. Se asoma por la ventanilla del cubículo y les recuerda a Leonardo, a Willy McKey y a Sandra Castillo que hay emociones moviendo las entrañas, como esos sube y baja de los parques infantiles y su sensación de falsa levitación. Lo segundo que les dice es una orden directa: “No quiero mucha gente en cabina: hacen otra obra cuando se ponen a hablar entre ustedes y todo se puede ver”. El trío asiente con la cabeza y automáticamente apagan la luz principal de la cabina para demostrar que pueden disimular su presencia en la sala y ser imperceptibles. Sin embargo, resistirse a lo que ocurre en escena sería traicionar los efectos de la obra. Sobre todo cuando la risa llama. El primero en hacerse notar es Willy, con una carcajada particular que se amontona entre los dientes y los rebosa, explotando. “Se supone que la gente de la cabina no se debe reírse así”, reclama Jennifer una vez que todo termina]

FOTO DSC0162 (LA FUGA) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

“La fuga” es un texto de Otrova Gomas que sirve de guía a todo aquel que quiera ser un desalmado. Su montaje es divertido para el público que ve a Juan Lara Valentini en el papel de espíritu y lo oye gritar “¡Despierta, amiguito!” con la voz aguantada en la garganta como si no tuviera pulmones y dirigiéndose a su cuerpo inerte, representado por España.

Pero para el equipo técnico la emoción es otra: es saber que han visto ya once funciones con una dinámica similar, es conocer a Juan sin maquillaje ni reflectores, es haber vacilado con la frase durante el regreso a casa la noche anterior y verla nuevamente en las tablas. Además, la risa del público también contagiosa, pero “en cabina no se debe reír así”, insiste Jennifer aunque sin ánimos de reprender a nadie.

Sin duda tiene razón cuando dice que dentro de ese cuartico que es la cabina (no recomendado para claustrofóbicos) se produce otra obra, casi salida del teatro del absurdo. Pero también se ve otro R3TR0V1S0R desde allí.

[Hoy van a probar uno de los poemas de Próximo tren, de César Segovia, en la voz en off de su autor. El fondo musical es de la maracucha Cancioneira. Ninguno de los dos vive actualmente en el país. Dentro de esta cajita de cartón habita una consola Strand Lighting 200 de 24 canales, invadida por cuartillas, lapiceros y un aparato que se conecta al iPad para controlar la música. En cuanto Willy baja dos clavijas sale en fade “Quédate luna”, de Devendra Banhart, mientras Leo sube el Q3 iluminando a Solsiré. “Lo que queda por decir, lo que queda por saber” es la marca el final de la escena y Sandra avisa que es hora del cambio. Willy coteja en una libreta de bolsillo, con un rápido vistazo, que sigue “Mala idea”, de Recordatorio. En paralelo, Leo sube el Q4 antes de que España tome una botella que nuestra imaginación convierte en catalejo. Y comienza Tric Trac. El modus operandi de este otro teatro recuerda a una función de títeres]

FOTO _DSC0155 (CABINA) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

Sentada cerca de las puertas del recinto, Ari queda justo en el medio del campo visual de los técnicos de cabina, enmarcada por la ventanita del cubículo. Aunque lo intenta, no puede ocultar a los ojos del equipo que está a punto de estallar de la risa mientras España cae del banco y rueda como un cadáver.

También en las penumbras se ve al poeta Joaquín Ortega jugar con el bumbac de Alejandro Carrizales. Ambos son los invitados de esta función sabatina. Ortega ha venido a leer sus poemas “Los niños gordos” y “Las brujas”. Alejandro tiene la misión de acompañar a los chicos con la percusión durante toda la pieza. Sin embargo, Ortega aprovecha la ocasión para tocar el instrumento con la yema de los dedos, como un niño curioso.

Mutación II: Fenotipos del pasado

FOTO _DSC0092 (STEF CON MUÑECA DE TELA) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

De entrada, un trago de cocuy. A la salida, guarapita. Se celebra doble el domingo 4 de octubre: se supone que brindan por la última función, pero también festejan la noticia de que R3TR0V1S0R tendrá más tiempo en cartelera.

Jennifer discute en el suelo los cambios en el elenco: Solsiré ha hecho por dos funciones consecutivas “La Fuga” y ahora será Vero quien tome el papel de viejito, mientras Stef deberá suplantarla como Elvira. La estrategia musical de la noche va con Marianne Malí en el cuatro y Alejandro Carrizales en la percusión, pero la directora pone pausa a la locura para escuchar a una señorita que se ha parado justo detrás de ella.  “Felicitaciones, muchachos, se agotaron las entradas”, dice una chica vestida de negro que trabaja en el centro cultural, asomándose en pleno ensayo.

Una vez que la joven da la noticia, la dispersión se pone a la orden del día. Como soldados rompiendo filas, los actores abandonan el círculo. Juan comienza a calentar, y España lo secunda. Toma la carpeta azul donde guarda los textos y los repasa mientras estira la pierna izquierda, llegándose a tocar los dedos sin flexionarla: es una prueba de que la memoria se puede ejercitar al mismo tiempo que el cuerpo. Stef reacomoda el escenario y coloca en sus respectivas esquinas a Carla y a Juanita, dos muñecas de yute y tela confeccionadas por ella y por Juan.

FOTO _DSC0019 (ESPAÑA LEE EL LIBRETO) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

[Hay tanta gente que a Willy le preocupa que las sillas sean insuficientes. Me pide que le diga a Jennifer que de necesitar más sólo debe dar la orden. Rápidamente me dirijo a la puerta, donde la directora mira constantemente hacia afuera y hacia dentro, como si hiciera cálculos apresurados sobre la capacidad del lugar, pero asegura que no será necesario conseguir más puestos. Además, añade, eso restaría espacio a los actores. Regreso a la cabina, con la sensación de ser una mensajera improvisada y Willy insiste. “Dile que tome en cuenta que si quitamos la mesa donde está el cocuy caben como dos sillas”. Muy tarde. Ya Jennifer no está en la puerta]

Valeria Navarro es una bachiller de 15 años. También es una actriz formada en el grupo y hoy ayuda en las tareas de producción. Intenta ubicar a dos parejas que esperan pasar y divisa en las últimas hileras cuatro puestos vacíos. Una noble espectadora se mueve para que los novios puedan quedar juntos. Es la gente que va al teatro.

Mientras tanto, los actores calientan a la vista del público. No pueden contener la contentura, esa energía que estalla desde los cuerpos que se mueven al ritmo de la percusión. No son ajenos al ajetreo de las personas buscando comodidad en el muñuño de asientos: hay un reto de ingenio en esta habitación a reventar.

Hoy Natasha Tiniacos leerá uno de sus poemas esta noche. No conformes con un invitado, TNE tiene ese domingo a cuatro: dos músicos y dos poetas. Parte de la propuesta que ha preparado (de hecho parece ser la parte más importante para ella) incluye que los actores pasen entre los asientos, toquen a los espectadores escogidos al azar y los miren directamente a los ojos mientras ella lee. Cuando llega el momento, una luz central se posa sobre el escenario y la poeta de 34 años, autora de Historia privada de un etcétera y Mujer a fuego lento, lo comprende como su señal. Se levanta de la primera fila, donde está sentada junto a Jennifer, y de un salto se incorpora con su “Acta de autoafirmación”.

[Es difícil afirmar en qué momento tuvo lugar la diáspora de actores hacia el público, pero en segundos sólo se ve a Tiniacos frente a nosotros. María Verónica está al fondo, en las penumbras, es la única que se ha quedado, pero eso no es importante para ningún espectador en ese instante. Su misión es irse colocando la bata, el saco y el sombrero para ser un viejito memorioso en la siguiente escena. El resto del elenco ha conseguido abrirse espacio entre el enredo de sillas y piernas y caminan sin urgencia entre pasillos inexistentes. Quienes no han podido penetrar la red se dedican a establecer contacto visual con cada una de las personas de la primera hilera. Gustavo Cedeño se acerca a mí, coloca su mano izquierda en mi hombro y me llama con la mirada. Sonríe. Si cada espectador ha sentido lo que yo, entonces todos nos hemos asociado, sin quererlo, a una complicidad total. “Estoy aquí, te siento”, dicen en coro. Son las primeras cuatro palabras de “Acto de autoafirmación”. En el ensayo, Tiniacos había pedido que una vez que ella las pronunciara los actores la repitieran. La satisfacción en el rostro de Jennifer es auténtica]

FOTO _DSC0154 (EL ELENCO CON TINIACOS) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

“A mí me parece que detrás de esta paz se comenten estragos”, lee Tiniacos como un último verso. Ya todos los actores están detrás de ella, como un séquito de hombres y mujeres listo para la batalla, pero curiosamente en calma.

El público en trance, descubre que la poesía se puede contagiar.

Con los poemas de Joaquín Ortega el proceso de hipnosis fue diferente en la función anterior. Con una voz suave, que a veces incluso pecaba de tener un volumen muy bajo, invitaba a la contemplación de dos imágenes: la de los niños gordos, una fotografía a la que renunciamos ver porque no queremos ser los niños raros clavados en su mundo, y la de las brujas, ese reflejo que negamos ante el espejo.

Algunas escenas antes del poema de Tiniacos, Willy McKey se valió de otra estrategia de hipnosis: la interrogación, dejar mensajes en el aire, para quienes pudieran atajarlos y para quienes no. Sobre el espacio sideral que lleva por camisa, se coloca un saco gris y sale de la cabina al encuentro del público con un ejemplar de Paisajeno. Pocos saben que transportó el libro en una bolsita de plástico, como quien cuida a su hijo de un frío extremo. Pocos saben que se ha puesto su disfraz semiformal detrás de la cabina y que la responsabilidad de la música es ahora de dos menores de edad Valeria Narravo y María Esperanza Pineda, La Pichu, una verdadera pichurra de 14 años.

McKey se sienta en el segundo peldaño de la escalera dispuesta en el medio de la escena y lee. A veces no es necesario acudir al libro. Alza el rostro hacia a los espectadores, se echa los rulos hacia atrás y refuerza la dicción cuando debe decir algo directo, pero entre las frases más contundentes una suena a advertencia. Aparta el libro y se detiene a observar cada rostro de los espectadores mientras dice: “Somos niños perdidos”. Frente a él, siete cuerpos se hacen pasar por chiquillos juguetones, poblando cada rincón del escenario con la estricta orden de Jennifer de no tapar a Willy y cuidar la composición.  Solsiré, a la izquierda, se coloca de pie y Stef, que se ubicó a la derecha, se estira levemente hacia arriba, como un contrapeso. Gustavo se mueve un poco hacia el centro, y Vero intenta cubrir su espacio. Como instrucción adicional de la directora, quien sienta la necesidad de hacerlo (uno o varios) debe atajar la última frase de cada verso y repetirla. No está planificado ningún orden. El único que no participa del poema-cuerpo es ese octavo niño que quedó atrapado en el último peldaño de la escalera. Es España y tiene cara de tragedia: quiere jugar pero el poema no lo deja.

FOTO _DSC0086 (WILLY EN ESCENA) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

[En el ensayo habían comprendido mal la tarea de acompañar el poema con el ritmo, como si bailaran con la entonación. La directora los paró en seco: “Interpreten lo que él está diciendo”. Esta vez incluso se han atrevido a imaginar qué sentimiento tendría un niño perdido y lo exteriorizan con éxito. “Deben escuchar la energía del otro, la mente del otro. Si ustedes activan la escucha, el cuerpo fluye. Sean niños perdidos, no actores perdidos”]

El trance tiene una interrupción repentina con “Práctica profesional” (Natasha Tiniacos). Con los ojos vendados con una tira de tela que ha sido anudada por Gustavo, Solsiré inicia un monólogo que parece un anhelo por participar de un día hermoso. Pero, a medida que dice reconocer lo que sería una protesta, su cuerpo se abalanza sobre cada punto del escenario con fuerza, hasta que cae llorando. “Debe ser mi hijo el fallecido”, advierte. “Debe ser mi corazón el que se queda sin vida. No debo ser yo la poeta”. No se escucha ni un suspiro en la sala. Nadie tose. Nadie se rasca la nariz. Nadie murmura. Nadie.

Bajan las luces y, al regresar, Gustavo lleva una camisa de estampado militar y Juan se dispone a afeitarse una barba que no tiene (pero en teatro, ¿eso importa?). Gustavo habla de un plan, de un plan para robar un banco mientras Juan sigue ocupado con su acicalamiento previo al delito, ahora inquieto por una cortada en su mentón. Gustavo le da poca importancia. Juan se incorpora y se termina de alistar. Ya tiene nombre para el público, ahora es uno de los Victorino de Cuando quiero llorar no lloro (1970), de Miguel Otero Silva. Se pone de pie frente a una persona del público, saca un arma (de juguete, pero en teatro, ¿eso en verdad importa?) y apunta a la cabeza de un hombre del público que ya no es espectador, sino víctima. “Levanta las manos que esto es un atraco”, dice Victorino. Y, tal como demanda el texto, Harold Cuellar (el espectador que ha intentado resistirse en vano) levanta las manos como reafirma Gustavo “mecánicamente como un títere”. Por primera vez esta escena se cierra con una cantante en vivo. Leo ilumina solo a Marianne Malí y a Alejandro. Ella comienza a interpretar “Guillermina”, la historia de una mujer con el marido preso, unos versos recopilados por Aquiles Nazoa con música de Simón Díaz. A Marianne se le quiebra la voz, pero lo sabe disimular y se apoya en la dulzura del cuatro.

FOTO _DSC0112 (MÚSICOS EN ESCENA) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

[El narrador Miguel Otero Silva, también humorista y periodista fallecido hace 30 años, es otro de los escritores fantasmas del pasado que llegan a R3TR0V1S0R. En cabina puedo ver en el desastre de papeles sobre las consolas y noté que en el pie de página de los textos antologados se leía “R3TR0V1S0R: collage de textos para jugar”. Es un simple detalle, pero también un recordatorio. Todo, en efecto, es una preparación para el juego de descubrirnos. Incluso la escenografía, que reproduce una especie de taller de pintor, de pata de telón, de cuarto de juegos con elementos para tomar, usar, desechar. R3TR0V1S0R, o al menos el germen de esto que vemos hoy, vio la luz en 2014 en los espacios de Elkafka, en Buenos Aires. “Antes de que el taxi nos fuera a buscar para ir al aeropuerto, tomé un alicate y un rollo de alambre”, cuenta Juan. Se le ocurrió que con eso podría fabricar muñecas. Reverón y sus muñecas de trapo fueron el estímulo de su creación improvisada, cuando ignoraba que en la colección del artista visual venezolano también habían figuras elaboradas con alambre. Una sorpresa que se llevó más tarde, cuando vio una fotografía con esas muñecas sin trapos en el Metro de Caracas]

Mutación III: Animales de fiesta

FOTO _DSC0126 (ESPAÑA CON BATE) 640

R3TR0V1S0R, de Teatro Nueva Era. // Fotografía de Ricardo Conte © 2015

“¡Dijiste ‘Admitir que el papel bond es de modernos’!”, le increpan, sin ánimos de sermón, a España. “¿No dije que era el dolor de espalda?”, responde mirando al techo y riendo de sí por dentro. Eso último era lo que debía decir y no sucedió. La cosa era importante, porque Marianne y Ale esperaban esa pequeña y diminuta frase para saber cuándo comenzarían a tocar.

[Carla, o tal vez Juanita, nunca supe diferenciarlas, descansa sobre uno de los bancos de madera dispuestos en el escenario. Uno de sus brazos está sobre lo que sería su panza de tela. No sé quién la ha puesto ahí, pero al verla rodeada de vasos plásticos con guarapita a medio tomar, parece una ebria dama de yeso en una plaza. Descubro un verbo: “morcillear”. El elenco se ríe del morcilleo de la noche. Es simple: se trata de la capacidad de un actor de inventar encima del texto, diciendo lo que no es, parafraseando, cortando partes como si con eso hiciera papelillos para Carnaval]

El público se ha ido. Se despidieron de los actores, los felicitaron. Unos amigos de Stef que la veían actuar por primera vez la celebraron. La mamá de Juan aclara que no fue ella quien desde el público dijo “¡Ay, Dios! ¡Se va a caer!” cuando su muchacho dio la voltereta apoyado en la espalda de Gus para recitar “Exordio” (Willy McKey, 2011). En la camaradería, queda espacio para burlarse de los errores con un vaso de guarapita en mano. Solsiré, La Negra, quien soltó unas lagrimitas al ver a todos los espectadores de pie aplaudiendo, ahora baila al ritmo de la tumbadora de Ale mientras le cantan cumpleaños a una de las compañeras de Teatro Nueva Era que vino a ver la pieza.

[Un señor gordo y canoso entra a la sala. La camisa negra lleva el logotipo rojo del Celarg. Me mira. Lo miro. Creo que sólo yo lo he visto. Observa la escena de celebración y simplemente se sienta. Mientras lo hace se escuchan las llaves que lleva en su mano. Ha venido a cerrar la sala. En su rostro hay una mueca de resignación: los ve y sabe que esto va para rato, así que lejos de hacer un alboroto para solapar el que ya se ha armado en la sala experimental donde se celebra una función que terminó y la noticia de que habrá más, decide permanecer en silencio y acompañarlos]

El brindis debe continuar, pero fuera del Celarg. Son cerca de las nueve y media de la noche y las más jóvenes del equipo ya se han despedido y están camino a sus casas. Solsiré también se ha ido. Vive en La Guaira y el viaje es largo. Recogen los equipos de mayor valor y apagan el aire acondicionado que ha torturado a los actores durante los ensayos. Están cansados, pero activos. Incluso Vero se ha puesto vestido y tacones, signos inequívocos de celebración. Están contentos y sus caras, todavía maquilladas, demuestran satisfacción por su trabajo. Eso de desear “mucha mierda” tiene efecto.

Ahora, para continuar la fiesta como Dios manda, hay un debate sobre el siguiente paso. Hay hambre y sigue siendo domingo. ¿A quién se le antoja una pizza?

♦♦♦

ADENDA: luego de la extensión de temporada relatada en la crónica, R3TR0V1S0R fue premiada con tres funciones más, esta vez sí las últimas: viernes 23, sábado 24 y domingo 25 de octubre en la Sala Experimental del Celarg. Toda la información en @TeatroNuevaEra. Puede saber más sobre el proyecto R3TR0V1S0R haciendo click acá.

Indira Rojas 

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.