Artes

Diario de lectura de Los diarios de Emilio Renzi; por Edmundo Paz Soldán

Por Edmundo Paz Soldán | 18 de octubre, 2015

Diario de lectura de Los diarios de Emilio Renzi; por Edmundo Paz Soldán 640Viernes 18. Vi el nuevo libro de Ricardo Piglia en la vitrina de la librería Tipos Infames en Madrid y quise comprarlo de inmediato pero estaba cerrada. La primera vez que escuché hablar de los misteriosos diarios que lo conformaban fue a mediados de los ochenta, en la universidad de Buenos Aires. Me corté el pelo, di una vuelta por Malasaña, hice hora. Volví a las 5. Aproveché para comprar dos libros de Simon Leys.

Sábado 19. El subtítulo es “Años de formación” pero Piglia parece muy formado desde el principio. Ha asumido la vocación literaria desde los 16 años, y a esa edad es capaz de analizar así a Salinger y Arlt: “En Salinger la oralidad es liviana, lexical, autocompasiva; en Arlt es áspera, antisentimental, sintáctica”. Se inspira no en escritores vivos sino en los imaginarios (“El desprecio de Dedalus por la familia, la religión y la patria será el mío… escribía un diario [como yo]… Le gustaban las chicas de mala vida [como a mí]”).

Dómingo 20. La madre y su lenguaje peculiar (“esta ensalada quedó medio desvencijada”). El abuelo y sus historias de la guerra. El rencor al padre (por eso, se es Renzi y no Piglia). La familia como punto de partida para la ficción. Aparición de Steve, el inglés en el bar del Ambos Mundos que se dice amigo de Lowry. Páginas que me recuerdan a Prisión perpetua y me hacen pensar que en Piglia no hay oposición esencial entre diario y ficción: ¿no es el diario otra forma de ficción construida con los retazos de una vida, en este caso con un personaje llamado Emilio Renzi?

Lunes 21. Diarios muy intervenidos, muy editados: el autor llegó a acumular 327 cuadernos, lo que leemos es la punta del iceberg. ¿Qué ha quedado afuera? Hay también un prólogo y una conclusión, en los que el autor se desdobla y crea distancias con su mismo diario —se pasa con facilidad de la primera a la tercera persona—. En otros momentos el diarista menciona que es dos personas, “el que escribe y el que espera publicar”, y en otros que “vivía una doble vida y practicaba la esquizofrenia que ha definido mi actitud ante la realidad”: la práctica política, el círculo literario.

Martes 22. Entre los diarios propiamente dichos, cuentos y ensayos relacionados con ellos. Textos que a veces funcionan (“Hotel Almagro”), pero que en general hacen que se pierda la sensación de inmediatez de las anotaciones de cada año. El libro funcionaría mejor eliminando las ochenta páginas del prólogo, la conclusión y esos textos relacionados: lo que interesa son los diarios mismos, que construyen el mundillo de ese estudiante aplicado, que a veces pasa hambre, que no deja de meterse en líos sentimentales, que planea su primer libro (La invasión), escribe sus primeros ensayos, es vanidoso y muy consciente de su importancia, se hace cargo de trabajos editoriales, y siempre, siempre, está leyendo y pensando con lucidez en estrategias narrativas: “Hammett narra la acción desde afuera, necesita detallar los actos y los objetos y esa meticulosidad, ese cuidado en la inscripción es lo único que se quiere contar… ¿por qué se narra de esa manera? Porque en ese mundo todo está en peligro, todos se sienten vigilados y la violencia puede estallar en cualquier momento”.

Miércoles 23. Llevé un diario durante mi primer año universitario en Berkeley. Anotaba lo hechos del día, reacciones a mis lecturas y muchas citas de libros. Duré seis cuadernos, el equivalente a tres meses. Lo que ocurría en mi vida era tan intenso que me impedía sentarme a dar cuenta de ello, reflexionar al respecto. Curiosidad, extrañeza ante un ser que se pasa toda la vida anotando los hechos de su vida, que trama sus días a partir de la escritura de sus días.

Jueves 24. Los diarios de Emilio Renzi como un laboratorio de técnicas narrativas —obsesión por el punto de vista, porque la forma diga por sí misma el tema de la historia—, un cuaderno de lecturas —el joven Piglia lee a todos los clásicos y está atento a lo que pasa en Argentina y América Latina (Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez)—, un depósito de tramas para explorar en el futuro. Ansiedad de la influencia de Borges, muy presente en los narradores argentinos de su generación, que lleva a definir su estilo en oposición a este. Sueños, a mediados de los sesenta, con escribir una novela de no ficción sobre un asalto a un camión pagador y la huida de los asaltantes a Montevideo.

Viernes 25. Final de este volumen en diciembre de 1967, con una reflexión sobre la prosa autobiográfica —”no podemos vivir si de vez en cuando no nos detenemos a hacer un resumen narrativo y tangencial de nuestra vida”—, cada vez más central, en buena parte gracias a Piglia, que ha influido en su recepción (sus lecturas tempranas de los diarios de Pavese) y en la ampliación de sus registros (quienes escriben diarios no son solo escritores), y la ha practicado con fervorosa obsesión.

Edmundo Paz Soldán es escritor y es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. Su más reciente novela se titula Norte (2011, Mondadori). Pueden seguirlo en twitter en @edpazsoldan

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