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Lea esta entrevista que Svetlana Alexievich se hizo a sí misma a propósito de Chernóbil

Por Prodavinci | 8 de octubre, 2015

Svetlana Alexievich, periodista y escritora bielorrusa, fue reconocida este jueves 8 de octubre de 2015 con el Premio Nobel de Literatura 2015 por su trabajo periodístico que busca desentrañar los aspectos humanos de varios países que integraron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Como homenaje a la escritora y al periodismo literario, reproducimos a continuación un segmento de su libro Voces de Chernóbil. El fragmento escogido es una entrevista que se hizo a sí misma en la que reflexiona acerca lo que significó el accidente nuclear más importante del siglo XX.

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Entrevista de Svetlana Alexiyévich consigo misma sobre Chernóbil 350

—Han pasado diez años… Chernóbil ya se ha convertido en metáfora, en símbolo. En historia incluso. Se han escrito decenas de libros, se han filmado miles de metros de cintas de video. Nos parece que de Chernóbyl lo sabemos todo: los hechos, las cifras. ¿Que se podría añadir a esto? Por lo además, es tan natural que la gente quiera olvidar Chernóbyl, convenciéndose de que todo ha quedado atrás…

¿Sobre qué trata este libro? ¿Por qué lo he escrito?

—Este libro no trata sobre Chernóbil, sino sobre el mundo de Chernóbil. Justamente sobre lo que sabemos tan poco. Casi nada. Es una historia omitida: así la llamaría yo. A mí me interesaba no tanto el propio suceso —qué pasó aquella noche en la central y quién tiene la culpa, qué decisiones se tomaron, cuantas toneladas de arena y de cemento hicieron falta para construir el sarcófago sobre aquel agujero diabólico—, sino las sensaciones, los sentimientos de las personas que estuvieron en contacto con lo desconocido. Con el misterio. Chernóbil es un enigma que aún no hemos desentrañado. Tal vez sea un tarea para el siglo XXI. Un reto para el futuro. ¿Qué es lo que el hombre ha conocido, qué ha adivinado, descubierto de sí mismo? ¿En su relación con el mundo? La reconstrucción de los sentimientos y no de los hechos.

Si antes, cuando escribía mis libros, me detenía en los sufrimientos de otras personas, ahora soy tan testigo como todos los demás. Mi vida es parte del suceso, vivo aquí. En la tierra de Chernóbyl. En la pequeña Belarús, país sobre el que antes el mundo casi no había oído hablar. En el país del que ahora dicen que ya no es una tierra sino el laboratorio de Chernóbyl. Los bielorrusos son el pueblo de Chernóbil. Chernóbil se ha convertido en nuestra casa, en nuestro destino nacional. Se ha convertido incluso en nuestra visión del mundo. Yo no podía no escribir este libro…

—¿Qué es, en definitiva, Chernóbil? ¿Cierta señal? ¿O, de todos modos, es una catástrofe tecnológica gigantesca, no comparable con ningún otro suceso anterior?

—Es más que una catástrofe… Pues lo que impide entender Chernóbil es justamente la pretensión de colocar Chernóbil entre las catástrofes más conocidas. Se diría que constantemente nos movemos en la dirección equivocada. Aquí, por lo visto, no basta con la experiencia del pasado. Después de Chernóbil vivimos en otro mundo, el mundo anterior no existe. Pero el hombre no
quiere pensar en ello, porque nunca se ha parado a reflexionar sobre esto. Ha sido cogido por sorpresa.

Más de una vez he oído a mis contertulios la misma confesión: “No encuentro las palabras para transmitir lo que he visto, lo que he experimentado”, “no he leído sobre algo parecido en libro alguno, ni lo he visto en el cine”, “nadie antes me ha contado nada semejante”. Estas confesiones se repetían, y no he eliminado a propósito estas repeticiones. La verdad es que encontrarán muchas repeticiones. Las he dejado, no las he tachado, no sólo para dar mayor veracidad, con la intención de mantener una “verdad carente de artificiosidad”; sino porque me parecía que reflejaban además lo insólito de lo sucedido. Todo se señala, se pronuncia en voz alta por primera vez. Ha sucedido algo para lo que aún no tenemos un sistema de representaciones, ni casos análogos, ni experiencia, para lo que no está adaptada nuestra vista, nuestro oído; ni siquiera nuestro diccionario nos sirve. Disponemos de todo nuestro instrumental interior, que está preparado para ver, oír y tocar. Pero nada de esto es posible. El hombre, para comprender algo de todo esto, debe salir fuera de sus propios límites.

Ha comenzado una nueva historia de los sentidos…

—¿Pero, un hombre y un suceso no siempre son equivalentes? Es más frecuente que no lo sean….

—He buscado a personas conmocionadas. Seres que se hayan sentido a solas, frente a frente, con esto. Que se hayan parado a reflexionar. Que expresaran un texto nuevo… Un texto que hasta
ahora nadie hubiera oído…

Tres años me he pasado viajando, preguntando: a trabajadores de la central, científicos, ex funcionarios del partido, médicos, soldados, personas evacuadas y las que se han quedado… Personas de diferentes profesiones, experiencias, generaciones y temperamentos. Creyentes y ateos. Campesinos e intelectuales. Chernóbyl es el contenido central de su vida. Todo les ha sido envenenado por dentro y a su alrededor, y no sólo la tierra y el agua. Todo su tiempo.

Un suceso contado por una persona es su vida, pero contado por muchos, es ya historia. Esto es lo más difícil: compaginar dos verdades: la personal y la colectiva. Más aún cuando el hombre actual se haya en medio de una fractura de épocas…

Se han sumado dos catástrofes: la social —ante nuestros propios ojos el enorme continente socialista se sumerge bajo las aguas—, y otra cósmica: Chernóbil. Dos explosiones globales. Pero la primera es más próxima, más fácil de comprender. La gente está preocupada por el día a día, por sobrevivir: ¿con qué dinero comprar, adónde ir? ¿En qué creer? Bajo qué bandera marchar de nuevo? Esto es lo que experimentan todos y cada uno. En cambio, Chernóbyl, todos querrían olvidarlo. Al principio confiaban en vencerlo, pero, al comprender lo estéril de sus esfuerzos, han
callado. La realidad escapa a la comprensión. Es difícil defendernos de lo que no conocemos. De aquello que la humanidad no sabe. Chernóbil nos ha trasportado de un tiempo a otro.

Ante nosotros asoma una realidad nueva para todos…

Pero hable de lo que hable el hombre, siempre sobre la marcha se desnuda también a si mismo. De nuevo se ha planteado el problema del sentido de su vida. ¿Qué somos?

Nuestra historia es una historia de sufrimiento. El sufrimiento es nuestro refugio. Nuestro culto. Estamos hipnotizados por él. Pero a mí me gustaría preguntar otra cosa: sobre el sentido de la vida humana, de nuestra existencia en la tierra.

He viajado, hablado, tomado nota. Esta gente ha sido la primera… que ha visto aquello que nosotros sólo sospechamos. Aquello que para todos aún es un enigma. Pero ellos mismos lo contarán…

En más de una ocasión me ha parecido que estaba anotando el futuro…

Prodavinci 

Comentarios (3)

Odoardo Graterol
9 de octubre, 2015

Literatura de la más elevada. Sin concesiones. Es la vida transformada en ficción y ficción propia del Ser humano en su aprehensión, mediante el discurso (letras, sustantivos, verbos, frases, párrafos y libros) de su realidad, vivida a través de su imaginación, emociones, mentalización y reacciones. Es la manifestación y expresión del Ser humano.

Diógenes Decambrí.-
20 de octubre, 2015

Quizás esta breve porción de su libro no sea suficiente para calibrar la calidad literaria, pero sinceramente que no le encuentro lo que amerite otorgarle el Nobel. Mucha especulación periférica. Y me surge la preocupación por las obvias fallas en la traducción al castellano: “Por lo además, …un tarea…el hombre actual se haya en medio de una fractura…. se desnuda también a si mismo…” (Por lo demás, una tarea, se halla, a sí mismo), si esos errores se repiten a lo largo de todo el texto, también reducen la calidad del mismo, aunque nos ea responsabilidad de la autora sino del (la) traductor (a).

Lillian Kerdel Vegas
22 de octubre, 2015

Se me hace demasiado dificil de asimilar. No logro entender a mis cóngeneros. Han pasado y siguen pasando taaaantos eventos terroríficos que me crea curiosidad y me pregunto, que se sentiríamos los seres humanos si de repente nos innundara una paz, una tranquilidad de bienestar, de amor de empatía. ¿Sería posible apreciarla? ¿darle la bienvenida? ¿nos acostumbraríamos a convivir en dicho estado?

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