Artes

Magia Salvaje y paz; por Santiago Gamboa

Por Santiago Gamboa | 6 de octubre, 2015

Magia Salvaje y paz; por Santiago Gamboa 640

Es simbólico y muy aleccionador que el éxito de la película Colombia, Magia Salvaje haya coincidido con el apretón de manos entre Santos y Timochenko, ese gesto que nos tiene tan esperanzados a la mayoría de los colombianos.

Creo que ambos hechos, en principio no conectados entre sí, son la consecuencia de un deseo que ya es irrefrenable en la sociedad colombiana: el de un cambio drástico en lo social y político que nos permita apropiarnos de una buena vez de todo el territorio nacional, sin miedos ni complejos, con la idea tal vez utópica aún, pero no imposible, de que las bondades de este hermoso país pueden enriquecernos a todos por igual y no sólo a una pequeña élite, y que por eso mismo dejará de ser una trampa mortal y una gigantesca fosa común.

Siempre he creído —y dicho y escrito— que la firma de la paz supondrá una segunda independencia, pues tan pronto queden estampadas las firmas de los responsables del Estado y de la subversión se dará inicio a una labor aún más difícil, pero muy viva e imaginativa, que es la construcción misma de esa paz recién firmada; la elaboración de los contenidos sociales, políticos y culturales que deberán llenar ese recipiente llamado paz que recibiremos vacío y al que habrá que ir dotando de contenido con los perfiles de lo que será, así lo espero, un nuevo país. Y digo “nuevo” porque esta segunda independencia permitirá refundar la nación bajo otros parámetros, y al hacerlo apropiarnos de ella en un sentido que, al menos para alguien de mi generación, nunca antes existió y que tendrá que ver con la justicia social, el perdón y la reparación, la creación de un lenguaje común que nos incluya a todos y el reconocimiento de las responsabilidades por parte de los involucrados en la violencia, incluida esa clase dirigente que ha tenido en la mano las riendas de este país desde hace 200 años.

Al ver en la película las imágenes de Caño Cristales, de las alucinantes torres montañosas de Chiribiquete y su pintura rupestre, o la naturaleza desbordante de la Amazonía, sentí crecer la emoción en la sala. Pero me pareció que la gente temblaba de entusiasmo no sólo por comprobar una vez más la belleza de este territorio bendito, sino porque, ante la inminencia de la paz, podían además soñar con tocarlo, olerlo, recorrerlo de extremo a extremo, pasear debajo de los árboles amazónicos y meter la mano en sus ríos y cascadas. Apropiárselo, rodar por sus laderas y montes cubiertas de musgo y frailejón, sumergirse en el mar, saltar en su nieve, chapotear alegremente en su agua. Y me pareció ver en ello —o soñar— un atisbo de otra cosa que, creo yo, será fundamental en el nuevo país: el nacimiento de una verdadera sociedad civil, responsable y activa, una muchedumbre entusiasta por un proyecto colectivo, comprometida con la defensa de la paz y orgullosa e incluso enamorada de su tierra, pues salir a ella y pretender disfrutarla no será ya una temeridad o un insulto al dolor ajeno, sino el lícito ejercicio de la ciudadanía.

Si el acuerdo de paz de La Habana hará que Colombia deje de ser un patio de fusilados al amanecer, el filme Magia Salvaje nos recuerda que ese bello país nos está esperando a todos y que la vida siempre es más fuerte.

Santiago Gamboa 

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