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Ingeborg Bachmann: diario del año de la catástrofe // #LecturasDeAlejandroOliveros

Fotografía del Dr. Heinz Bachmann y Erika Thümmel

Ingeborg Bachmann / Fotografía del Dr. Heinz Bachmann y Erika Thümmel

Para la austríaca Ingeborg Bachmann parece inventada la expresión, los “happy few” (el original aparece en Henri V: “We few, we happy few, we band of brothers…”) con el cual Stendhal trataba de justificar la relativa popularidad de sus libros; en especial, frente a la de otros como Balzac. Y tenía razón, es Stendhal un escritor para escritores, del mismo modo que Velázquez es un pintor para pintores. Y así, entre los poetas contemporáneos, Bachmann es una poeta para poetas. Y no sólo poeta, porque es asimismo autora de una de las narrativas europeas más cuidadas del XX, y seguramente menos leídas. Su producción se inscribe en el sector más radical de la modernidad, una estética que glorificó lo oscuro e ininteligible. Pero no debe ser por oscura, difícil, que su poesía no es de las más difundidas. No debe ser esa la razón, porque la lírica de su contemporáneo, amante y amigo, Paul Celan, no es más clara y, no obstante, ya no conocemos a nadie que no lo haya leído, y acaso entendido, y guarde uno de sus libros. La oscuridad en literatura puede ser de dos tipos: la de forma y la de asunto. La de Celan es la primera, como la de Faulkner o Saint-John Perse; la de Bachmann, la segunda, que es la de Kafka o Michaux. Tal vez esta misma dificultad para leerla la hayan convertido, como dicen en el cine, en una escritora de culto. Toda su obra fue reunida en cuatro tomos que incluyen su rara poesía; su narrativa, entre ellas la desconcertante y acaso profética novela Malina; y su ensayística, a partir de su tesis de grado, dedicada a Heidegger, por supuesto. Pero, como bien puede y suele suceder, no todo estaba incluido en esa edición “definitiva” y, para sorpresa de sus fieles lectores, a finales de 2010, se dio a conocer un texto inédito con el más prometedor de los títulos, Diario de guerra.

Una vez en las librerías, el volumen desconcertó a los que esperábamos un tomo de alguna extensión. En realidad, no son más que veintitrés páginas, escritas durante las ultimas semanas de la presencia nazi en Austria. Pero, como con todo lo de Bachmann, se trata de un puñado de observaciones y comentarios, escritos a sus dieciocho años, que resultan reveladores para comprender los alcances de la ocupación, así como para el que pretenda acercarse a la laberíntica psique de la autora. Después de la derrota de los nazis, un nuevo terror se extendía por Europa ante el avance indetenible del ejercito rojo. Las noticias de los horrores de la soldadesca ebria de botín y revancha, habían llegado al pequeño pueblo de Bachmann al sur de Austria:

Los rusos están en Viena y probablemente en Stiria. Con Issi (una amiga)
he hablado de todo esto. La cosa no es tan sencilla. No sabe si podrá
conseguir el veneno. Las dos le tenemos miedo a los rusos. No quisiera
creer en todo lo que se dice, pero nadie sabe qué van a hacer con nosotros,
si nos van a dejar aquí o nos van a llevar a Siberia. Ahora sólo podemos
esperar lo peor.

Pero estamos en el mes de mayo, el sol ha llegado en medio de los bombardeos más brutales y esta jovencita iluminada, a toda la destrucción del mundo, opone su fe en la vida y la literatura:

¡Qué harás, Dios mío, si muero! No me atrevo a salir del refugio. Los Tschörner
han muerto. En las calles no se ve a nadie. Pero los días están llenos
de sol. Saqué una silla para el jardín y me puse a leer. Me he prometido
seguir leyendo incluso bajo las bombas. El Libro de horas, de Rilke
está todo ajado y grasiento. Es mi único consuelo. Con Baudelaire. “Dentro
de poco caeremos en las frías tinieblas, adiós claridad” Me lo se de
memoria. Ayer tuvo lugar el más grande bombardeo que hayamos visto…
En el centro de la ciudad el espectáculo tiene que ser terrible, incluso
aquí parecía el fin del mundo. Pero no tengo miedo, solo una sensación
física cuando caen las bombas, una especie de espasmo dentro de mí. Pero
en mi corazón ya hice el testamento. Tal vez sea imperdonable permanecer aquí
sentada mirando el sol… Pero por lo menos morir en el jardín. Por lo
menos morir al sol.

  

Retirados los rusos llegaron los británicos (Trevor Howard en El tercer hombre) y Bachmann es llamada a declarar sobre sus actividades durante los años del nazismo. Nunca perteneció, ni simpatizó tan siquiera, con las juventudes hitlerianas, a pesar de las inclinaciones progermanas de su padre. Esto es lo que le dice al oficial inglés que dirige el interrogatorio. Lo que sigue es una de esas fascinantes historias que necesitan de una guerra para que se presenten. La conversación, que parece sacada de un libro inédito de Márai, se lleva a cabo en alemán, que el oficial, con indudable acento vienés, habla de manera perfecta. Después de lo de Bachmann, que no debe haber sido mucho, comenzamos a interesarnos en la historia del que de interrogador se ha convertido en interrogado. Su historia es mucho más apasionante que la de esta Bachmann de apenas diecinueve años. Jack Hamesh, el nombre adoptado por Jakob Fünfer, había, en efecto, nacido en Viena en 1929,y enviado con otros niños a Inglaterra en uno de esos tristes Kinderboats, no distinto al que s trasladó a otros miles, entre ellos, Lucien Freud y Michael Hamburger. A comienzos de la guerra, se alistó en el ejercito y al finalizar fue enviado a Viena en funciones de inteligencia. Lo que sigue es una amistad asimétrica, entre un Fünfer enamorado y una Bachmann encantada con un amigo con el comparte lecturas comunes. Pero el fugaz encuentro (Jakob termina en Palestina después de una estadía en Italia) es una prefiguración de la relación, más seria y prolongada que mantendrá Ingeborg con otro refugiado judío, el rumano Paul Antschel, conocido mejor como Paul Celan. En un relato escrito mucho después, el protagonista habla como si se tratara del soldado inglés amigo de la autora:

pero un día me llegó la hora de partir y le dije adiós. Era a finales de otoño.
De los arbustos caían bayas maduras y los corderos bajaban del monte con
hambre y frío, porque el viento había barrido la hierba de los prados altos. Sobre
los raíles de plata me llevó el tren. Llegué a la frontera de noche… Pero ahora
vuelve a mí una melodía traída por el viento, una llamada a la que no es posible
negarse…¿O es el son del pequeño cencerro de mi nostalgia que tropieza en las
matas, buscando las bayas rojas y maduras del año pasado? o vienen estos
sonidos de la vibración de los raíles que relucen al sol del ocaso y me llevan a las
barracas del río, y de allí a la esfera solar, como una gran estación que
se hunde en el horizonte y acoge en el cielo a todos los viajeros.

 

Bachmann fue la poeta más inspirada de las letras alemanas del XX. Tanto su lírica como su prosa tienen la oscuridad claridad de la noche, un brillo subterráneo, que hacen de su lectura un privilegio permanente. Escritores como ella nunca son muchos, ni lo han sido. No sé si Stendhal la aceptaría como uno de sus “happy few”, pero lo cierto es que la producción de Ingeborg Bachmann no es menos que uno de los logros más permanentes de toda la producción literaria de la segunda mitad del novecientos.