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Springer y la teoría de los nombres; por Santiago Gamboa

Springer y la teoría de los nombres; por Santiago Gamboa 640

¡Cuánto peso tiene la onomástica en nuestro país!

Asistimos por enésima vez a ese rimbombante espectáculo, que podríamos denominar Teoría de los nombres, en la entrevista radial a Natalia Springer Von Schwarzemberg, ese misterioso y escurridizo personaje, también conocido como Natalia Marlene Lizarazo García (según leo en La República). Un nombre que, según se dijo, muchos de sus allegados desconocían y a todos sorprendió. Esto de cambiarse el nombre, por supuesto, no es ningún delito y cualquiera lo puede hacer. Si yo quisiera podría ir al registro civil y, mediante una gestión simple, cambiar mi apellido por, no sé, Hemingway von Rilke o Amar y Borbón. El tema, más allá de lo anecdótico, es una sencilla pregunta: ¿y para qué?

La señora Springer, en lugar de decir “porque se me dio la gana y punto”, expuso una complicadísima argumentación según la cual se habría visto obligada a hacerlo por la ley de Austria, de donde provienen el ex marido y el primer apellido —el segundo y más poderoso, por el Von, sigue siendo un misterio que tampoco está obligada a explicar—. Bien, eso vale para Austria y media Europa, es cierto, pero no aplica en Colombia, pues quien tiene doble nacionalidad es estrictamente colombiano cuando está en Colombia, con su nombre y apellido y pasaporte, o sea que si lo cambió también para Colombia fue sólo porque quiso. Pero, ¿por qué lo oculta?

Lo que esto refleja a la perfección es el mundo y sobre todo los valores de nuestra nobleza criolla, donde un apellido extranjero impresiona y crea en torno al portador un aura de alcurnia y respatibilidad, como importada de otras tierras que, por definición, se consideran más ricas y sabias. Este reflejo es tal vez una huella de nuestra vieja condición postcolonial, que mira con arrobo hacia la Metrópoli y considera de clase “superior” todo lo que proviene de ella, y por extensión todo lo que es “de afuera”. En este contexto es comprensible que la señora Springer haya eliminado de su nombre las partículas menos glamorosas y se haya quedado con lo que ella considera de más valor. Cuando le preguntaron por el ex marido, ella dijo, refiriéndose al apellido: “Fue lo único que me dejó”, aceptando que para ella sí tiene un valor patrimonial.

Para ella y para su exitosa empresa, que con esos dos apellidos por delante, “Springer von Schwarzemberg”, parece capaz de derribar paredes. No deja de ser un poco raro, eso sí, que debajo del nombre del ex marido trabajen los tres hermanos Lizarazo, según ella misma dijo. Pero en fin, tampoco es un delito. Tanto mi editora francesa, Anne Marie Metailié, como su editorial, Metailié, usan el nombre de su marido, que se llama Jacques Metailié. Cuando le preguntaron el motivo dio una respuesta genial: “Porque a mi marido lo elegí yo, cosa que no pude hacer con mi padre, con quien nunca me entendí”.

Por eso no siempre cambiar el nombre es señal de arribismo. Recordemos que desde muy joven, cuando aún no se perfilaba su gran éxito, Neftalí Ricardo Reyes firmó como Pablo Neruda. También lo hizo Charles Dodgson, conocido como Lewis Carroll. Por eso, con tantos antecedentes célebres, crece mi curiosidad por leer esos costosos informes de la “Springer von Schwarzemberg”.