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Me lo dijeron los pájaros, un texto sobre Alirio Palacios; por Josefina Núñez

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Sin título, 1997 / Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

Una charla para niños y maestros sobre la vida y obra de Alirio Palacios, 2010.

No es fácil echar el cuento de una vida. La física puede ayudarnos si marcamos algunos puntos sobre una línea, enfocándonos en los hechos que determinan el sentido y significado finales. Es decir, echamos el cuento en retrospectiva, lo cual no requiere de mayor destreza. Difícil es ver hacia dónde nos lleva un camino cuando se está parado en él. Esta incertidumbre es una de las pruebas de fuego para cualquier artista. Andar a tientas, pero decididamente, a la cita en la que nos reunimos con nosotros mismos, es tarea de valientes.

Alirio Palacios nace en 1938 en el Delta del Orinoco, allí donde desemboca el gran río que cruza nuestro país. Y aunque crece, viaja y estudia en muchas partes del mundo, siempre está presente este profundo lazo, para recordarle el origen de la fuerza y la belleza que ha heredado. Una belleza que le permite ver y verse en otros paisajes sin perder la memoria de su origen. Él pertenece a un lugar cuya presencia de los elementos, agua, aire y tierra, definen un espíritu y una manera de expresión. Entre sus primeros recuerdos cuenta el propio Alirio, que el río crecía y se llevaba las casas, así que había que hacerlas otra vez. Esto es como vivir a la intemperie, al desamparo. También se refiere a los animales fantásticos que poblaban su entorno, que para nosotros desde lejos puede sonar a mito o a leyenda, pero para él fueron parte de su realidad cotidiana. El caimán, que puede engullir a una persona en minutos frente a los ojos atónitos de todos. Las pirañas que aguardan el paso del ganado agazapadas en las aguas para atacarlo. A veces muerden y se meten en el vientre de las reses y aunque el animal logre salir a la orilla, ellas siguen dentro devorándolo hasta morir. Mueren al final, tanto el mamífero como los peces. Nos habla de unos sapos tan feos y tan grandes, que no se atrevía a ir orinar en las noches del puro susto. También se le hace agua la boca al rememorar algunas frutas. Como la sarrapia, que era para él una extraordinaria golosina. En voz baja y porque hay mucho descreído por ahí, nos relata sobre los aparecidos, esos que muchos años después pintó en innumerables cuadros. Los aparecidos son personas que murieron y sus espíritus se quedaron vagando por bosques y aldeas. A veces se dejan ver y aunque constituyen una presencia diferente, guardan aún cierta familiaridad con los vivos. Nadie se espanta, se dicen, ese es un aparecido y continúan en lo suyo. No nombra el verde y los tonos de la tierra, no habla de las lluvias, de las crecidas, ni de las tempestades. Eso no precisa decirlo con palabras. Estos hechos han quedado grabados por emociones contundentes. Sólo había que esperar a que esas imágenes encontraran expresarse a través de formas y color.

Estudios

Cuando Alirio Palacios llega a Caracas, de 1954 a 1960 fue a estudiar a la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas, en la Sección de Arte Puro y Artes Gráficas. Vale la pena detenernos en este punto porque, por una parte, asume el conocimiento de lo que se entiende por arte puro; es decir, pintura y escultura, como las dos hermanas bellas de la arquitectura, cuyo aprendizaje abarca oficios, técnica, herramientas y materiales, además del repaso de la historia de las artes plásticas. Por otra parte, completa su formación con las llamadas Artes Gráficas, que no son otra cosa que la capacidad de mundanizar las nociones esenciales de las bellas artes (forma, color, composición) en lo que entendemos como artes aplicadas: medios impresos, fotografía, cine, diseño y arte virtual. Cuando el tipógrafo ordena sus letras encantado con las infinitas posibilidades que se abren ante él, no hace otra cosa que recordar la estructura que soporta al dibujo. La mente apela a la memoria visual escrita por las llamadas artes mayores. Ese mismo tipógrafo, hoy diseñador gráfico, se vale de las ideas de proporción y armonía de las partes de una escultura, y de la perspectiva que genera un determinado orden de los planos dentro de una pintura. Otro tanto le sucede a los grabadores cuando determinan la posibilidad de convertir una obra única en obra múltiple. Trabaja desde ese marco histórico. Así mismo, en la fotografía, ese arte de puntería y el cine, arte de la síntesis. Ni qué decir del diseño, presente hoy en todos los objetos que pueblan nuestro entorno. Todo sigue una misma antigua línea que se recrea en su andar de la mano del que recoge este saber acumulado por el largo camino del arte, y se atreve a ver más allá, en lo invisible, para comprenderlo de una nueva forma.

Este breve repaso es necesario para aproximarnos a la obra de Alirio Palacios. Porque haberse asomado en sus estudios iniciales a los medios gráficos, lo condujeron a formarse íntegramente como grabador. Vean lo que sucede. Se gradúa en Caracas y viaja a Italia para continuar en una prometedora escuela de arte, con una beca que había obtenido. No obstante, se produce un cambio de rumbo. En Hungría toma la decisión de ir a China a estudiar grabado (xilografía a base de agua) en la Universidad de Bellas Artes de Pekín, hoy Beijing, del ’61 al ’66. Esta experiencia deja en él la huella más definitiva de toda su formación. Y el de Alirio no es un caso aislado. El grabado como lenguaje, subyace a todo el arte moderno y contemporáneo y ha influenciado a artistas tan diversos como Cézanne, Van Gogh, Picasso, Matisse, por citar unos pocos, y a los más notables fotógrafos y connotados cineastas del siglo XX y XXI. Alirio se va a la cuna del grabado oriental, a China, a conocerlo en su expresión más contundente, en el grabado sobre madera tradicional (la xilografía).

El cambio de escenario es radical. Él se pregunta a menudo, «¿qué hubiera sido de mí, frente a esa cultura milenaria, sin las raíces de mi Delta nativo?» Todo lo nuevo que nos aguarda puede procesarse dentro de nosotros cuando tenemos, dentro de nosotros, algo que puede dialogar con eso que aparece afuera. Si no, no podremos asimilarlo. En China aprendió el mandarín y cosechó arroz con los campesinos durante las vacaciones. Recorrió el mundo de imágenes que representan sus dioses y las modestas costumbres y ritos de su vivir, comer, trabajar, morir. En el mercado de pescados, el vendedor confecciona su cartel de pescados del día, estampando sobre un papel el cuerpo entintado de cada ejemplar recogido en su pesca tempranera. Al lado le escribe el precio y lo coloca sobre sus cajas de alimento fresco para la venta. Sin duda esta es una manera preciosa de hacer arte cada día. China le dio un profundo amor por el papel, en todas las inimaginables posibilidades de aplicación y por el negro humo, tinta hecha a base de huesos quemados que produce un negro profundo, aterciopelado, absoluto. Uno de sus maestros, Li Huá le decía: “dame el color: dame el negro”. Esta es una lección medular de la pintura y grabado del Oriente. Ese color contrario a la luz (espectro de todos los colores) es una fuente de investigación permanente del arte de todos los tiempos.

La fascinación por el papel llevó a Alirio a escogerlo como único soporte. Cierto número de pinturas las realizó sobre tela. Sin embargo, pronto saltó al papel y nunca le ha sido infiel. Conoce minuciosamente sus posibilidades de uso y manejo. Es pericia que adquiere en su paso por China, y luego por Alemania y Estados Unidos, llegando hasta la alquimia de coleccionarlos, conocer sus propiedades, de acuerdo a lo que proyecta hacer, según el peso, color, contextura, tamaño, resistencia. Un periodista, hace muchos años, lo llamó, Alirio el papelero. No hay mejor epíteto que reúna el deleite que siente por palparlo y jugar con sus potencialidades físicas, sin apartarse, por un momento, de la herencia mágica que el papel ha dejado a su paso por todas las culturas. No ya en el justo empleo que hacen los medios impresos de este soporte, sino porque, para Alirio, significó una determinante apuesta ser un pintor sobre papel. De la mano de este inmejorable aliado, los pigmentos mudaron a su vez, del aceite al agua, asimilándose a las prácticas tradicionales de los maestros chinos. De igual modo, se incorporaron los creyones, pasteles y utensilios correspondientes. Del reconocido parentesco entre las artes gráficas y el papel, quizá provenga esta vieja amistad y distintivo código de la obra de Palacios.

Al término de su escuela en China regresa a Venezuela. No por mucho tiempo porque decide completar sus estudios de grabado, ahora en la vieja tradición europea del grabado sobre metal. Viaja, entre los años de 1968 y 1975 a Alemania, Suiza y Polonia, a talleres especializados en técnicas específicas como el aguafuerte, aguatinta, punta seca, intaglio, barnices y mezzotinta. Se convierte en un experto, como ninguno en nuestro país, del lenguaje y los recursos del grabado. Muchos artistas venezolanos manejan estas técnicas y las desarrollan sólo en parte de su obra. Alirio es el único caso, de alguien consagrado a trabajar con el grabado. Y como veremos más adelante, no se queda con lo aprendido sino que lo transforma y recrea. De eso da cuenta su extensa trayectoria y producción.

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Paisaje 2, 1999 / Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

Ahora a trabajar

Llegó el momento en que el aprendiz se dice, es hora de empezar a aplicar lo aprendido. De vuelta a Caracas, Alirio acomete esa copiosa serie de pinturas de los años ’70 y ’80 que tituló Memorias del latifundio, expuesta en el Museo de Bellas Artes. El paisaje y el retrato se integran en una misma composición. Aparecen fondos negros del que emergen sus famosos aparecidos y herejes, figuras que no pueden provenir de otro lugar que no sea de la negra sombra, el sueño y el inconsciente. Pinta mucho, muchísimo, y deja de lado el grabado por casi dos décadas. Apreciando este hecho con la distancia que otorga una investigación, uno se hace muchas preguntas. ¿Por qué al llegar no se dedica a grabar? Lo cierto es que la pintura le sirve para crear un cierto balance. Recordemos que un lenguaje se escoge y nos escoge. Lo escogemos porque lo que se quiere decir resulta más preciso en unas formas que en otras. Y nos escoge porque hay un llamado externo que coincide afectivamente con un carácter o manera de ser, en determinado paso de nuestra experiencia. Alirio lo explica con las siguientes palabras: «Fue tan honda la influencia china, que tuve que guardar ciertos duelos para permitir que ella operara transformándose dentro de mí. Me daba perfecta cuenta de que no podía ni trasladar, ni interpretar siquiera, y mucho menos copiar, todas las formas heredadas de la tradición de China, eso es tarea para los chinos. Yo tenía que quitármela de encima» Y este hecho es crucial si se entiende la formación como algo vivo. Lo verdaderamente aprendido es tan contundente que es preciso desaprenderlo para hacer algo con ello. Un bailarín o un actor tienen que practicar mucho antes de exhibirse en un escenario. No obstante, para que allí se produzca un hecho que conecte con el público, ese saber o práctica debe caer en el cuerpo emocional de ese actor, bailarín, poeta, pintor, etc., para que pueda prestarle lo único propio que posee, sus vivencias. Ellas son las que animan todas las formas aprendidas. Si no, estaremos como a menudo, frente a un virtuoso repetidor de conocimientos.

Exposiciones

En el caso de Alirio Palacios, cuando esa gestación madura y viene el tiempo de los frutos, transcurren los años ’90. Tuve el privilegio de curar su exposición en el Museo de Bellas Artes, en 1999, titulada Xilografías y Concretografías. Una muestra copiosa de trabajos realizados desde 1994 hasta esa fecha, de lo que podemos entender como el nuevo grabado de Palacios para diferenciarlo de su obra elaborada bajo el ala de la academia. El detonante de esta gestación fue el hallazgo en el Barrio chino de Nueva York (ciudad en la que desde 1985 comparte su residencia y taller) de todos los materiales para grabar, a la antigua usanza china. Papeles, tintas, pigmentos. Seguro que ustedes conocen la felicidad de toparse con esas cosas que parecen perdidas para siempre y que sólo hasta un reencuentro imprevisto reparamos cuánto nos resultan imprescindibles, extrañándonos al punto de no poder entender cómo hemos llegado hasta acá sin ellas. Así le sucede a Alirio. Sobre viejas puertas de madera encontradas en Manhattan, comenzó a tallar y el primero que se asoma allí ¿saben quién fue? Lin Ku Lin, el caballo sobre el que hizo su tesis en China. Graba a Lin Ku Lin, y de seguidas a algunos retratos. Este momento es singular en relación a sus temas porque empezaron a aparecer en su trabajo personajes y caballos inspirados por la obra de algunos de sus pintores favoritos: Paolo Uccello, Johannes Vermeer, Andrea Mantegna, Francisco de Goya. Alirio ha admirado toda la vida a estos portentos universales, y es con la xilografía que acomete el estudio e interpretación de algunos de los temas que aquellos pintaron. Aborda sus formas y colores, su actitud y sus gestos, y finalmente los traduce sobre la plancha.

Con su formación, Alirio graba. Con su formación, luego pinta. Después, en lo que podemos señalar como el momento de madurez de su lenguaje propio, integra, es decir: graba como si pintara y pinta como si grabara. Tanto integra, que da un paso hacia la escultura como natural consecuencia, por medio del relieve de la madera tallada. Esculpe entonces como si graba. Estamos frente al hecho de hacer síntesis, de combinar opuestos, diluyendo fronteras técnicas y asumiendo la reinvención de estos lenguajes. El lenguaje, ya lo dijimos, entendido como aquello que nos brinda la ocasión de pensar y expresar aspectos de la realidad, que de otra manera no podrían ser aprehendidos. Eso que dicen de ver para creer, para un artista de las formas se aplica mejor como un ver para crear. Si miramos con atención inventamos; no sucede de otra manera, pues la imaginación no copia formas exactas. Afortunadamente, mirar es inventar. Se dice que Miguel Ángel contemplaba un peñasco de mármol y decía: sólo hay que desempaquetarlo, la escultura está allí adentro, puedo verla.

En paralelo con la xilografía, Alirio se puso a investigar la posibilidad de hacer grabados a escala de un mural. Estamos hablando de 1998. Partió del método empleado por arquitectos y antropólogos para calcar relieves o inscripciones preservadas sobre paredes de la antigüedad. Es el mismo principio que se usa cuando ponemos una hoja de papel sobre una moneda y frotamos con un lápiz. El relieve de la moneda queda calcado. Entre amigos se acordó llamar a esta  nueva técnica: concretografía. Es una técnica de impresión concebida por Alirio Palacios que parte de la realización de una plancha-muro, vaciando cemento, arena, tierra y guijarros dentro de un marco hecho con vigas y cabillas de hierro, a fin de preparar una pared con una superficie lisa sobre la cual grabar. Se graba mientras la mezcla se mantiene fresca, antes de fraguar. Al igual que el modelado en barro, la talla sobre este muro, similar a lo que llaman mampostería, se trabaja al fresco, cuidando que el agua no se evapore del todo antes de terminar, sólo en ese momento se puede dejar secar. El proceso de estampado es laborioso y encanta a conocedores e inexpertos.

Alirio Palacios fue mi profesor de grabado y la experiencia de ese taller de estudio que duró dos años, en el Centro de Ensenanza Gráfica, porque incluía todas las técnicas gráficas, resultó inolvidable. Cuando hacemos algo con nuestras manos ordenamos todo nuestro mundo interior, esa es una experiencia que seguro cada uno de ustedes ha saboreado a solas. Yo la llamo, la feliz concentración.

Sobre el caballo de Gengis Khan

Sobre el caballo de Gengis Khan No.1, 2005 / Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

Etapas o períodos

Se pueden esbozar cuatro períodos distintivos en la trayectoria de creación de Alirio Palacios, de acuerdo a las disciplinas en las que se ha concentrado. El primero, en el que se forma como pintor en Caracas y más tarde, como grabador en Pekín, Ginebra y Cracovia, dejando un importante número de trabajos que dan fe de su meticulosa escuela. Una segunda fase intensa, de entrega a la pintura, que le sirve para penetrar sus imágenes, obsesiones e intereses: el paisaje y sus habitantes; lo real y lo fantástico; su memoria, su paleta de color. Le sigue un tercer momento en el que retoma la xilografía china, redimensionando sus posibilidades plásticas al estatus de cuadro o de obra única. Me gusta llamar este momento, el nuevo grabado de Alirio Palacios, porque entones cuando reafirma su lenguaje. Estos grabados se realizaron en gran formato, xilografías y concretografías de dos y hasta cuatro metros. Insólito para un artista chino, cuyos formatos no llegan siquiera a los medianos. Progresivamente pintura y grabado establecen alianzas e indiferencian su inequívoco discurso.

Oportunamente, Eugenio Montejo, un inmejorable compañero de su obra, calificó este momento, como integración de grabado y pintura. El estadio siguiente o casi en paralelo, como experimentación, aunque pasan algunos años antes de que se concrete en un sinnúmero de obras, es el de la pintura sobre madera tallada. Sucedió así. Las planchas de xilografía entintadas, preparadas para impregnar el papel que las imprimiría, ganaron autonomía y firmeza. Eran planchas y cuadros pintados a la vez. Podían permanecer así o editarse. ¡Qué extraordinaria versatilidad! Era como si la madera grabada le hubiera dicho al papel: no tengo que llegar a tu superficie para que me aprecien. Su plenitud se hizo clara, más allá de funcionar como matriz o medio. En toda la historia del grabado universal ninguna plancha se había sublevado a tal punto. De allí, Palacios desarrolló la idea de que puertas y aglomerados tallados y cubiertos con pigmentos, tintas, creyones y hojillas, pudieran permaner de ese modo, como pinturas.

El giro hacia el período siguiente, el de la escultura, reunido en una imponente exposición para la que me llamó en el 2006, a la Galería de Arte Ascaso, titulada Caballos, se estaba cociendo en medio de todos estos quehaceres. La escultura comenzó en Alirio siendo relieve. El relieve de la xilografía, de la noche a la mañana, pasó a los cubos o trozos de madera. Así nació el primer volumen tallado, el primer caballo de madera. De seguidas, pasó a ensamblar metales, soldar latones, cabillas, peltre. A armar andamios de cuatro patas con crines y almas aguerridas, los caballos de metal. Así se abrió este capítulo de la obra tridimensional. En paralelo coordiné el libro que compendia su obra, escrito por Eugenio Montejo, su amigo. Como un cierre al curioso destino de esta amistad, curé 50 Años de grabado, 2010, con un copioso recorrido visual de sus archivos.

Paisaje, retrato y caballos

Cuanto hallamos en la extensa obra de Palacios es paisaje. Paisaje en la más amplia de sus acepciones, la que lo propone como el gran contenedor de la naturaleza. Paisaje que abarca los otros dos temas reiterativos: el retrato y los caballos. El retrato es un extenso capítulo de su obra, en el que rinde tributo, entre otros maestros, a Bacon, Goya, Vermeer, Mantegna y Uccello. Se incluyen aquí, además, el bestiario por el que desfilan sapos, rabipelados, perros, toros, incontables pájaros y los emblemáticos equinos. Alirio refiere que los caballos son como actores que entran y salen del cuadro, siempre diferentes y siempre los mismos. Caballos que se han tragado el paisaje de su historia, como el de Lin-ku-Lim, Gengis-Khan o Bucéfalo.

La importancia del paisaje en la obra de Alirio trasciende la clasificación puramente temática. El paisaje recrea el mundo, lo ordena, le da forma, lo anima. El paisaje de Alirio no está delante de sus ojos hasta que lo pinta. Está detrás, en la memoria. En su dibujo, grabado, pintura y hasta en su escultura, se perciben los lazos profundos con el lugar como espacio físico, como referencia histórica y, fundamentalmente, como asiento de la conciencia. De diversas maneras allí encontramos el Delta Amacuro, sus terribles y acuosos brazos, que levantan, arrasan, y vuelven a armar. El agua en todo, los vientos, la vegetación fecunda y sobrecogedora. Todas, fuerzas primigenias que le ha tomado la vida entera digerir comprensiblemente, valiéndose del oficio plástico, del oficio de grabador.

Una obstinada fidelidad por su paisaje, como una postura filosófica, cualquiera fuere la situación en la que le hubiese tocado transitar a Palacios, sumado a la elección del grabado como disciplina, han significado en su caso, los dos bastiones de su arte. Tanto el uno como el otro, han sido motivo de encuentro constante, de saber permanente, en el trabajo de su taller, y como legado para numerosos artistas de generaciones posteriores.

El paisaje de la última década se ve profundamente afectado por la integración pintura-grabado. Lo encontramos ya en las concretografías de 1999, con una representación casi abstracta, de libre gestualidad. En la pintura sobre madera prevalecen los brochazos de pigmento que cubren cortes hechos previamente en la madera, planos cubiertos con manchas, salpicados, líneas de fuga hechas con creyón y superficies hojilladas. En la pintura sobre papel, el paisaje adopta la transparencia y textura que éste le concede. La trama del dibujo puede revestirse, además de las tintas y pigmentos, de arcilla, cemento, cal, e incluso materia vegetal que recolecta de la naturaleza que rodea su taller, como la canopia, el eucalipto, la cayena, los papiros, los bastones vegetales y otras especies.

Estamos ante un paisaje en movimiento. Del escenario cerrado se desplaza al afuera indistinto, entrando y saliendo del negro, hasta abordar el espacio abierto, en el que asume por entero la liberación de buena parte de sus recursos formales, a favor de sintonizar la composición con el color de la naturaleza. Sintonizarlo equivale aquí a captar su movilidad. De allí que el tratamiento de este paisaje no represente sino a través de gestos, los objetos que lo pueblan. No se trata exclusivamente del aspecto de la montaña, el aire, las aguas, del barro fresco de la tierra, de una bandada de pájaros alzando el vuelo, o de un perfil meditando en el centro del cuadro, es la experiencia de estas fuerzas y tensiones traducidas en gestos y símbolos plásticos lo que determina la forma final de la obra de este artista.

Pájaros en mi ventana, 1999 / Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

Pájaros en mi ventana, 1999 / Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

La pizarra

Su primera plancha fue sin saberlo aquella pizarra que le obsequiara su maestra de infancia. Pizarra saturada cada día, por los afanados dibujos que hacía y borraba, sin prestar atención a otra cosa que lo distrajera de la sorpresa de ver aparecer en ese rectángulo, formas delatoras de su imaginación. Un día pintaba un venado y al día siguiente ya no estaba. Tenía que atraparlo con la tiza otra vez, al venado, al mono o a cualquier otro inquietante animal. Más tarde llegaría a conocer y a dominar las maneras de crear planchas según la escuela oriental del grabado sobre madera y la tradición de la escuela occidental de grabado sobre metal. Estas dos vertientes de la historia universal del grabado se encuentran en la base de su estilo plástico: grabando cuando pinta, pintando cuando graba. A Alirio lo aplazaban en todas sus materias. Sus maestros pudieron, en cambio apreciar su vocación y talento para el dibujo y la pintura. Poco a poco lo ayudaron a cumplir sus tareas alimentando su alegría de crear, hasta que cumplió con su escolaridad formal e inició la escuela por sí mismo. Hasta hoy lo podemos encontrar en su taller descubriendo las cosas mientras las hace. Muy agradecido, Alirio reconoce las valoraciones que en su momento hicieron estos queridos maestros. Nosotros también se lo agradecemos. El desarrollo de esta vocación ha redimensionado, en forma y fondo, en recursos y expresión la historia plástica venezolana. Su amplitud de conceptos le ha permitido articular recursos de diversas disciplinas sin posturas puristas, vale decir, dando prioridad a la expresión y al pensamiento sobre los recursos empleados.

Eucalipto-John-Ink

En uno de los patios donde trabaja Alirio, al aire libre, apareció una mancha que cada día se oscurecía más. Alirio le pidió a Juan, uno de sus escuderos en su taller de Carrizales, que la lavara bien. Al pasar los días, Alirio vuelve a insistir y le explica Juan que le ha echado de todo y que esa mancha no se quita. Argumenta que son las hojas del eucalipto que al empozarse bajo el árbol van tiñendo el cemento. Alirio lo interrumpe emocionado: “Entonces vamos a preparar tinta con eso”. Juan maceró en agua durante un mes las hojas. El color que produce es extraordinario y según su densidad abarca una gama de tonos ocres, castaños y verdosos. Al poco tiempo reparó Juan que el preparado no se descomponía, que no necesitaba preservativos. Cuando Alirio me relató esta historia, acordamos llamarla con el nombre de su autor. Así aparece en las fichas técnicas desde entonces: Eucalipto-John-ink y sobre incontables paisajes.

Un rato y un lugar para meditar

Muchas de las veces que tuve el privilegio de asistir al Taller de Alirio en Carrizales, lo vi procurarse ratos para sentarse apartado en silencio, con los ojos cerrados, a meditar. Un día me contó que en China se contemplaba un espacio y un tiempo para hacerlo. Él al principio se metía en su habitación y seguía trabajando, hasta que lo advirtió su maestro guía. Alirio le argumentó que prefería no interrumpir lo que estaba haciendo. A lo que su superior agregó. Esta es también una tarea que debe cumplir como cualquier otra, no es opcional.

Caballos de guerra

Originalmente Caballos, la exposición de 2006, muy emocionado, quiso titularla Caballos de guerra. Alarmada con su idea, tuve que explicarle que la épica de la palabra guerra estaba muy en entredicho y en ese momento de nuestro país, derivaría sin remedio hacia sus connotaciones más bárbaras. Nos transamos en Caballos, cuyo título resultaba elocuente por sí mismo.

Se van mis caballos

Todo estaba listo para movilizar del taller a la galaría las esculturas que conformaban en el 2006 la exposición de Caballos. Habíamos previsto trasladarlas en determinada fecha. El día anterior me dice Alirio: “Se van mis caballos”. Noté cuánto pesar le producía este hecho, y le dije: “No te preocupes, Alirio, ya verás que se regresan a trote a Carrizales porque prefieren este aire y el canto de las guacharacas. Van a esperarte en la mañana del otro lado del portón”. Alirio no sonrió. Su perdida fue tan sentida que al día siguiente de traladar los caballos, sufrió un coma diabético.

Me lo dijeron los pájaros

¿Cuánto de todo ese saber de la naturaleza se lo han dicho los pájaros a Alirio? Esta es una larga conversación, que comienza más allá del Delta, bajo frondosas copas cargadas de pulposas frutas, entre cañaverales dulces como son dulces sus pobladores, bueyes, y el humo del melado tibio. Es una conversación que conoce la sonora lengua del mandarín, el arroz y las rudas manos del que cultiva la tierra. Una voz que ha llevado su susurrado monólogo entretejido a las nubes grises de Manhattan. Una partitura que tras mucho andar, palpando antiguas piedras de lejanos templos, entre gargantas de mongoles ininteligibles, llegó hasta el silencio en el que transcurren las apacibles tardes del taller de Carrizales. Cuando era un adolescente, alguien le dijo que si comía corazones de colibrí tendría suerte con las mujeres. Él dice que se comió unos cuantos. Mientras conversamos hoy aquí, en su ventana, están los puntuales pájaros, sosteniendo ese cántico primordial, y Alirio, su amigo, los escucha mientras graba con su negra tinta los eternos papeles.

Los caballos de Alirio Palacios hechos por niños / Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

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