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Hágase la luz; por Alberto Salcedo Ramos

Alberto Salcedo Ramos 640

“Rosmilda y Liceth Quiñones”. Fotografía de Helda Martínez para Inter Press Service

Liceth Quiñones mastica despacio un nuevo mendrugo de pan.

— El ser humano aprendió a atender partos mucho antes de que existiera la ciencia médica –dice.

Luego añade que en ciertas comunidades abandonadas la falta de médicos no impide que fluya la vida. Siempre habrá mujeres dispuestas a auxiliar instintivamente a las embarazadas.

Ella se familiarizó desde temprano con el oficio, pues su madre, Rosmilda Quiñones Fajardo, es una de las comadronas más reconocidas de Buenaventura. En la actualidad preside la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (Asoparupa), un colectivo que agrupa a doscientas cincuenta mujeres de esta región, considerada la más pobre de Colombia.

Anualmente atienden docenas de partos. Para financiarse apelan a saberes ancestrales como el manejo de plantas y la elaboración de bebidas artesanales.

Liceth ignora cuántos partos ha atendido.

— Imagínese usted: tengo veintisiete años, y empecé a los trece. Fue un bebé seismesino que ahora es adolescente.

Liceth apura un sorbo de jugo. Por estos días se encuentra en Bogotá atendiendo a una embarazada. Aunque muchos lo desconozcan, advierte, cada vez hay más mujeres dispuestas a tener partos naturales.

Antes las parteras solo eran requeridas en ciertas zonas atrasadas donde no había médicos. Ahora son solicitadas también en capitales importantes, pues no se las ve como un simple paliativo sino como una posibilidad de atención más humana.

A continuación señala que hoy la ciencia médica induce los partos de manera facilista y abusiva.

—Como las embarazadas son legión en los hospitales –dice–, hay que atenderlas cuanto antes para descongestionar las habitaciones y abrirles espacio a otras mujeres. Eso solo se logra con velocidad.
— ¿Qué médico tiene paciencia para acompañar un parto natural que dure uno o dos días?, se pregunta. Con una cesárea el proceso se reduce a media hora y es más rentable porque añade una intervención hospitalaria.
— ¿Cómo lo hacen ustedes?
— Estamos con la madre hasta que culmine el proceso natural. No forzamos nada. Si la madre quiere caminar, la dejamos que camine.
— Los médicos son profesionales preparados…
— Preparados para atender enfermedades. Ellos reciben a la embarazada como si fuera una enferma. Le asignan un código y le empiezan a llamar “paciente”. Para nosotras el embarazo no es una enfermedad sino una experiencia de vida.

Liceth mira su teléfono móvil.

— ¡Yujuuuuu! –exclama.

Acaba de recibir una invitación del Centro Internacional de Parteras, con sede en Oregón (Estados Unidos). Le proponen participar en un foro que se llevará a cabo en la Universidad de Columbia.

En este punto señala que la partería es un saber ancestral presente en todas las culturas. Hasta los países más desarrollados la están aconsejando hoy para los embarazos de bajo riesgo, pues tiene algunas ventajas: la madre pierde menos sangre y además reduce las posibilidades de infección uterina. Al bebé se le fortalece el sistema inmunitario.

— Oiga, pero usted está hablando ya como médica.

Liceth sonríe, guarda su teléfono móvil.

— No: solo soy consciente de lo que significa dar vida porque he parido. No veo patologías sino luz.