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Melvin: un Oriol que voló hasta el Olimpo; por Mari Montes

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Fotografía de Latinopinionbaltimore.com. Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

Hubo un momento en la ceremonia en que me vino a la mente aquella atrapada: ésa, la célebre jugada con la que Melvin Mora apareció como un espectro, cuando ya la pelota iba a picar imparable, para atraparla de cabeza, asegurar el out y después de una vuelta hacer un gesto que pareció más bien una sentencia. Hoy dirían que “se perreó el out”. El bateador era Omar Vizquel y después de eso todo fue como si en la zambullida hubiesen quedado afeitadas las melenas de los todos los Leones. Fue inolvidable la narración de Gonzalo López Silvero, que pude oír después porque yo estaba en el estadio viendo la final, como fanática.

¿Qué iba imaginarme yo, aquella fatídica noche, que iba estar en la ceremonia de inducción de ese verdugo al Salón de la Fama de los Orioles de Baltimore, el otro equipo de mis amores?

Con el paso del tiempo, ya trabajando en el béisbol, entrevisté muchas veces a Melvin Mora y anuncié sus turnos al bate con sobriedad, con respeto, como debe ser, siempre esperando que diera una tabla. Le encantaba debutar en los Magallanes-Caracas en el Estadio Universitario.

Pasaba el tiempo de febrero a octubre y Melvin Mora no hacía el grado con los Astros, así que decidió irse a Taiwán. Parecía que nunca llegaría a las Mayores, pero de octubre a enero se lucía con el Magallanes. Era una estrella en nuestra liga.

De los muchachos de Andrés Reiner, Melvin no tenía eso que llaman “estampa de pelotero”. Siempre tuvo buen tamaño, pero delgado, rápido, hábil, joseador y disciplinado, digno representante del béisbol caribe… pero no era Richard Hidalgo, por ejemplo.

Pero Melvin Mora no estaba de salida porque jugaba en Taipéi. No: él tomó esa decisión porque no subía y necesitaba dinero, pero con la firme convicción de que llegaría a las Grandes Ligas. Taiwán era una vuelta larga, pero eso lo no lo detuvo. Cuando regresó, se uniformó con el Magallanes y un día su amigo Edgardo Alfonso le comentó que el coach de los Mets, Cookie Rojas, iría a Valencia a prepararlo porque iba a cambiar de posición ante la llegada de Robin Ventura. Melvin le dijo a Edgardo que él le iba a batear los rollings y al día siguiente se presentó en el José Bernardo Pérez y, según nos contó el técnico cubano, “hizo de todo, se lució, hizo un try out sin avisar”.

Rojas llamó a los Mets y les dijo que tenían que invitarlo a los entrenamientos de primavera en Port Saint Lucie y así fue como Melvin Mora comenzó su entrada al béisbol de Grandes Ligas.

En primavera decidió juegos con batazos, se lució a la defensa, pero no hizo el equipo grande. Ya los Mets estaban diseñados y Melvin no tenía puesto ahí, pero Bobby Valentine vio de lo que era capaz y como le dijo Cookie Rojas a Rubén Mijares y a esta servidora: “Va a subir y se va a quedar. Y si no es así, yo me voy a ir a Triple A con él”.

Recuerdo que le pregunté, faltando una semana para el último corte, “¿Qué te dice Valentine, Melvin?” y me respondió sin pensarlo: “Nada. Yo no quiero ni que me vea”. Era su temor a que lo bajaran… otra vez.

El 30 de mayo de 1999 fue llamado a Nueva York y de ahí en adelante la historia es conocida: fue una bujía en los Mets, en los play off protagonizó un doble robo inolvidable con Roger Cedeño y después anotó con un piconazo que le tiró John Rocker a Mike Piazza.

La predicción de Cookie Rojas comenzaba a cumplirse: el muchacho de Agua Negra, estado Yaracuy,  iniciaba su carrera en el mejor béisbol del mundo.

Al año siguiente jugó con los Mets y fue cuando ocurrió el cambio a los Orioles, el equipo donde brilló  durante diez temporadas, tanto como para convertirse en uno de los mejores utilitis y antesalistas de su historia, con números que lo llevaron al Salón de la Fama de la divisa: un inmortal de Baltimore.

Jugó con los Rockies y los D’Backs un par de temporadas mas y se retiró a ocuparse de su extensa familia.

El 28 de julio de 2001, su esposa Gisel tuvo quintillizos y los Mora se convirtieron en 8, con Tatiana, la mayor, que ya tenía 4 años cuando nacieron los celebrados bebés Génesis, Jada, Rebecca, Mathew y Christian.

Su mánager de entonces, Mike Hardgrove, confesó que tuvo temor de que la situación de los bebés prematuros desconcentrara a Melvin, pero él cuenta entre risas que se paraba en home pensando en chocar la pelota porque tenía que mantener a una numerosa familia.

Con los Orioles fue al Juego de las Estrellas, hizo un triple-play un día que jugó el short-stop por Cal Ripken con un batazo de Omar Vizquel (otra vez), se ganó la titularidad en tercera base, luego de jugar campocorto y en los jardines. Y también se ganó a la afición de Baltimore, que no se cansa de manifestarle afecto y admiración.

Eso es lo que se ve cuando Melvin camina por la calle, lo reconocen y le piden un autógrafo o un tomarse una selfie.

El día antes de la ceremonia estaba nervioso, ansioso, hablador. Firmó unas cien pelotas y se hizo unas quinientas fotografías para obsequiar en la inducción. Y a las once de la mañana en punto del viernes 14 de agosto de 2015 comenzó el acto en un salón del edificio de oficinas del Oriole Park at Camden Yards, en una sobria decoración blanca y naranja oriol. Fue servido un delicioso almuerzo mientras John Lowenstein (ausente por lesión), Gary Roniecke y Melvin Mora eran presentados formalmente por Rick Young como nuevos miembros del Olimpo oropéndola.

Vinieron los discursos. Melvin comenzó dando las gracias. Se suponía que leería unas palabras que llevaba escritas y que había repasado muchas veces, pero comenzó contando la anécdota de un día que se fue a hacer mercado con Richard Hidalgo, en Kissimmee, y como no hablaban inglés pensaron que todo lo que decía “99 off” costaba 99 centavos y llenaron el carrito de cosas y a la hora de pagar no tenían dinero suficiente. Parecía un standopero, la audiencia se rió mucho con el cuento y a Melvin se le olvidó seguir leyendo, pero no agradecer de nuevo a Gisele y a los niños y entonces se quebró. Estaba muy emocionado y al ver a su hija Rebecca, con los ojos llenos de lágrimas, tuvo que parar unos segundos… pero siguió para reconocer el apoyo de la afición, los periodistas y personalidades que lo llevaron al Salón de la Fama de los Orioles.

Pasaron unas pocas horas para ir al terreno, donde ocurriría la ceremonia ante los fanáticos, para ponerle la chaqueta verde que distingue a los oropéndolas inmortales. Estaban presentes Al Bumbry, Rick Dempsey, Tipy Martínez y Denis Martínez y la directiva del Salón de la Fama y del equipo. Primero salió Gary Roenicke y luego Melvin Mora, caminaron desde el club-house de los Orioles hasta el montículo por una alfombra anaranjada en medio de aplausos.

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Fotografía de Latinopinionbaltimore.com. Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

Melvin llevaba el discurso escrito en la chaqueta del traje, pero antes le impusieron la chaqueta verde y las palabras se quedaron en el bolsillo. La verdad es que él quería hablar desde su corazón y así lo hizo. Recordó su infancia en su pequeño pueblo de Yaracuy y sus sueños. Siguió dando gracias a la familia, al béisbol, a los Orioles y los fanáticos, a Eddie Murray y a Cal Ripken Jr., para terminar con un mensaje al mánager Buck Showalter: “Gracias por hacer de los Orioles un equipo ganador, porque yo quiero mucho a los Orioles”.

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Fotografía de Latinopinionbaltimore.com. Haga click en la imagen para ver en tamaño completo

El pitcheo inicial lo recibió Gerardo Parra, quien luego se fue de 4-2 y en la serie descosió la pelota. Su amigo Adam Jones quiso homenajearlo y en sus dos primeros turnos pidió llegar al plato al son del “Carnaval”, de Celia Cruz. Esa noche el juego se prolongó durante 13 episodios y Manny Machado decidió con jonrón para dejar en el terreno a los Atléticos, que terminaron siendo barridos en los cuatro desafíos en el Camden. Vinieron los fuegos artificiales y sonó la primera estrofa de su canción favorita de la Guarachera de Cuba:

‘Todo aquél que piense
que la vida es desigual
tiene que saber que no es así
que la vida es una hermosura
y hay que vivirla”

Y en eso anda Melvin, el  nuevo inmortal de los Orioles.