- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

J.M. Villarroel París: El Tigre; por Alejandro Oliveros // #PoetasEnProdavinci

balancines

No soy un especialista, pero no deben ser muchos los poetas venezolanos que han incluido entre sus asuntos la experiencia petrolera. Demasiado ocupados, desde Ramos Sucre hasta nuestros días, en sus neurosis y fantasmas como para cantar y contar lo que probablemente sea la única historia digna de ser cantada y contada. No creo ser el único que ha entendido en términos épicos y mitopoéticos la empresa explotadora: el exudado de la tierra (Gea), la producción del fuego (Prometeo) y así por el estilo. Pero aun  sus episodios menos ambiciosos, aquellos protagonizados por los oscurecidos obreros, estuvieron signados por el heroísmo y la entrega. No he dicho que sea el único, pero no conozco, ni me parece inimaginable que alguien se haya dedicado a este topos con más inspiración y lucidez que J.M. Villarroel París, el olvidado poeta nacido en Maturín en 1935, y radicado desde sus veinte en Valencia, donde se recibiría en Leyes. En esa ciudad, hacia 1957, con el más conocido Eugenio Montejo y el igualmente preterido Teófilo Tortolero, fundó Azar Rey, un grupo literario tan efímero como influyente en la región. La lírica petrolera de Villarroel París está toda reunida en De un pueblo y sus visiones (Universidad de Carabobo, 1979), uno de los diez libros más notable de la poesía venezolana del novecientos. Como se sabe, Homero nunca estuvo en Troya, y la conoció, o eso parece, mejor que nadie; el caso de nuestro poeta es otro.  Vivió y padeció la explotación petrolera desde la entrañas, como se dice. Durante años, su padre fue trabajador itinerante en los campamentos del Oriente venezolano. Una temporada en el infierno, por lo que nos deja saber en los ajustados versos de su escondido, y necesario, De un pueblo y sus visiones. Con su tono fragmentado, su sintaxis de fracturas, que reiteran la violencia  de la realidad evocada que se aparece evuelta en dolorosas imágenes. Nos quedan los signos de la épica en negro: el olor insoportable a petróleo quemado, el veneno bronquial de los gases, el calor quemante de la planicie, todo bajo el cielo rojo de aquel “mundo armable y desarmable prefabricado y muerto”.

***

El Tigre, de J. M. Villarroel

Mi padre llegó a El Tigre por el año 40
Con muchos pueblos muertos sobre su cabeza
Errante y desmontable estallante de luz entre sus aros
 llegó a El Tigre armado de fracasos y silencios
  Un pueblo Un nombre un aletazo de pájaro muriendo
  entre mechurrios y cielos rojos
 Un pueblo Un garabato en la sabana de Guanipa
El Tigre veinte casas en piernas Calles de barro
    Al frente como un trono el taladro con sus mismos jurungos
   y torpucios
              por esa tierra desconocida y roja bajaron las familias
             y todo aquel mundo armable y desarmable prefabricado y muerto
                               se vino a El Tigre
Al tiempo el pueblo fue centro de otras muertes
El Tigrito  La Leona  San Tomé  Campo Gulf  Campo Flint  La Socony
                 Y sus ojos fueron sismógrafos y sus patas oleoductos
                hasta Puerto La Cruz
                        Entonces mi padre construyó una casa
                       Porque a media madrugada subía a lo alto
de una cabría       y recordaba a su hermano
Agustín cayendo del cielo.