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Posmodernidad y resentimiento; por Wolfgang Gil Lugo

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Esta fotografía de Aleisa Mondolfi forma parte del proyecto #ProdavinciFotos en Instagram que puede ver haciendo click en la imagen.

La primera gran obra de la literatura occidental, la Ilíada, gira sobre la ira de Aquiles y nos enseña mucho sobre el nihilismo, esa actitud existencial según la cual la vida carece de significado objetivo, propósito o valor intrínseco. Aquiles lucha por los griegos en contra de los troyanos. La excusa para la guerra era que los griegos habían sido ofendidos con el rapto de Helena, la esposa de Menelao, cometido por Paris, el príncipe troyano. Los griegos pensaban que peleaban por el orgullo de su nacionalidad. Agamenón, el jefe de los griegos, considera que su parte del botín no es suficiente para su dignidad y le arrebata parte del botín de Aquiles para compensar. Se queda con la esclava Briseida y eso ofende profundamente a Aquiles, quien pasa por una etapa de decepción y furia contenida, un estado emocional que podíamos llamar nihilista. Todo esto conduce a Aquiles a la parálisis, por eso se retira del combate y deja a los griegos sin su mejor guerrero.

La ira de Aquiles es una forma paradigmática de la rebeldía derrotada. Es emotiva, destructiva y reactiva. Aquiles abandona su lucha por los griegos. Su enojo por la ofensa de Menelao lo conduce al abismo.

Utilizamos la figura de Aquiles para ilustrar al posmodernismo como una forma de rebeldía que tiene su origen en el sentimiento de frustración del fracaso del marxismo, en su forma de socialismo real, y ha dado lugar a la aparición de un nuevo fantasma que recorre el mundo: el nihilismo posmoderno, ese malestar plaga nuestra época. Los profetas posmodernos nos dicen que no hay progreso, que la democracia es un engaño y que la ciencia sólo es un discurso opresivo. La única salida que nos queda es el eterno conflicto de unos grupos contra otros. Tal sentimiento pesimista se ve reforzado y legitimado por la epistemología relativista posmoderna y se manifiesta como la fragmentación y el aislamiento de las personas encerradas en las cárceles de sus propias subjetividades, cuyos barrotes son el determinismo cultural y lingüístico.

Las ideas esenciales del posmodernismo son opuestas a las de la modernidad. El realismo de la modernidad es sustituido por anti-realismo. La experiencia y la razón son sustituidas por subjetivismo social. En vez de identidad personal y autonomía, se generan sectarismos raciales, sexuales o clasistas. No se conciben los intereses humanos como fundamentalmente armónicos y tendientes hacia la interacción del mutuo beneficio, sino como conflicto y opresión. No se le brinda prioridad a las libertades individuales en economía y política; más bien se prefiere al autoritarismo en nombre del igualitarismo.

El paradigma fundamental de la modernidad es el de la representación. El concepto de representación supone la separación de sujeto y objeto, pero el sujeto puede trazar mapas del objeto, así puede describir con precisión al mundo empírico. La modernidad no pone en duda que se pueda cartografiar al objeto. Este esquema mental tiene un defecto: los mapas dejan fuera al cartógrafo. Ignoran por completo el hecho de que el cartógrafo pueda aportar algo a la imagen. En eso le podemos dar la razón a la posmodernidad. El gran descubrimiento posmoderno ha sido que ni el yo ni el mundo son simples datos, sino que existen en contextos y sustratos que tienen una historia y, por tanto, cambian.

Pero hay un aspecto en el cual es difícil darle la razón. Los grandes autores posmodernos no se han conformado con hacer el descubrimiento del cartógrafo, sino que el reconocimiento de la subjetividad ha hecho imposible todo conocimiento. Sostienen una concepción extrema del constructivismo: todo conocimiento es construido y no tiene ninguna relación con la realidad.

Nos referiremos al posmodernismo más como fenómeno cultural que como hecho filosófico, dada su gran expansión mundial. Es importante hacer notar que dicha expansión le ha permitido tomar posiciones de poder en todas las universidades del mundo.

Cuatro ideas fundamentales del posmodernismo.

1. Escepticismo relativista. El posmodernismo se enmarca dentro del giro lingüístico. En general, el concepto de giro lingüístico supone que el trabajo de la filosofía no puede realizarse sin un análisis previo del lenguaje. En el caso del posmodernismo, la postura es más radical. Considera que el análisis del lenguaje no es previo a entender al mundo. Su convicción es que no se puede salir del lenguaje.

El posmodernismo se basa en la semiología de Ferdinand de Saussure. El enfoque de Saussure, sostiene que todas las palabras tienen un componente material (una imagen acústica) al que denominó significante y un componente mental referido a la idea o concepto representado por el significante al que denominó significado. Significante y significado conforman un signo. El signo lingüístico no vincula un nombre con una ‘cosa’ sino un concepto con una imagen acústica. Todo esto da como resultado que nunca piensa en el objeto al que se refiere. Así se queda solo en el pensamiento y lenguaje, pero nunca hay una referencia al objeto. De esta forma es fácil declarar que no existe la verdad. La verdad supone una correspondencia entre sujeto, objeto y representación. El posmodernismo se arrincona en el lenguaje para decir que el lenguaje no tiene la verdad.

A partir del giro lingüístico, el posmodernismo ha reinventado el relativismo. Todo conocimiento está condicionado por las condiciones externas, tiempo y espacio, y las internas, edad, salud y cultura. Reconocer esos condicionamientos no necesariamente niega la verdad, pero el posmodernismo pasa a negar toda posibilidad de verdad. Rechaza la verdad absoluta, pero también la idea de que la verdad se va estableciendo progresivamente y siempre es objeto de revisión.

El relativismo es saludable, pero para esto debe ir acompañado de la humildad, una sincera actitud de autocritica. El escepticismo es perjudicial cuando está influido por la euforia de descalificar a los demás. El pecado es creerse inmune a la misma crítica que se está haciendo. El posmodernismo cree que su conciencia constructivista extrema es buena para refutar a los demás, pero no para ser aplicada a sus propias afirmaciones.

El relativismo es susceptible a la crítica que Platón hizo a los sofistas de su tiempo, es la mejor objeción contra cualquier argumento, pero también es una objeción contra sí mismo.

2. Materialismo anti-científico. Los posmodernos sostienen la creencia de que el universo fundamentalmente carece de valor o propósito. Irónicamente, algunos posmodernistas han combinado los dogmas del materialismo científico con la reverencia científica hacia el escepticismo sistemático para atacar a la ciencia misma, insistiendo en que la ciencia no es más que una forma de entender al mundo y no es más valiosa intrínsecamente que cualquier otra. A pesar de mostrarse tan desconfiados con la empresa científica, nunca cuestionan la validez de la metafísica materialista de la ciencia.

Deleuze, al final de su libro Qué es filosofía, acepta la tesis reduccionista según la cual el cerebro produce la vida mental. Es significativo que un rebelde ontológico como Deleuze haya caído en la tentación de aceptar las premisas de la ciencia materialista.

3. Tendencia Filotiránica. Mark Lilla acuñó el término ‘filotiranía’ para explicar la irrefrenable propensión de muchos intelectuales a proponer paraísos en la tierra y de apoyar a los tiranos encargados de convertir los paraísos teóricos en infiernos reales. Heidegger, el precursor del posmodernismo, dio un apoyo entusiasta al nazismo. Y dos grandes posmodernos como Michael Foucault y Jacques Derrida le brindaron su apoyo a partidos con claras tendencias totalitarias.

Toda la disolvente crítica posmoderna respeta las ideologías autoritarias. La constante de poner en duda todas las verdades absolutas tiene privilegiadas excepciones. La crítica va dirigida contra el modo de pensar del occidente democrático, no contra los residuos del comunismo, ni contra el ascendente islamismo. Ni siquiera contra el fascismo clásico.

Es cierto que las democracias tienen sus problemas, los cuales consisten en su falta de coherencia con sus propios postulados. También la ciencia tiene sus problemas, que convergen en un cientificismo sin valores y una tecnología deshumanizada. Eso no descalifica ni a la democracia ni a la ciencia en sí mismas, sino a la forma de emplearlas. Ataca a los universales para sustituirlos por las generalizaciones de los prejuicios. Ataca la ideología, pero para dejar abierta la puerta a los fanatismos dogmaticos y los autoritarismos.

4. La Rebeldía Resentida. La moral posmoderna no habla, en ningún momento, de principios, pues todo es relativo. Pero tampoco hace referencia a la compasión. De manera paradójica, su tendencia general es poner en duda la justicia en nombre de la compasión. Una compasión sin evolución de la conciencia no es más que lástima. Se pone en duda a la justicia por la lástima que hay que tener por los oprimidos, lo cual termina perjudicando tanto a la justicia como a la legítima compasión.

Según Schumacher, hay dos tipos de problemas, los convergentes y los divergentes. Los convergentes tienen solución. Los divergentes no. Están compuestos por pares de conceptos que nunca pueden conciliarse. El tratar de conciliarlos es propio de la sabiduría. Hay que estar consciente de que su conciliación solo es existencial y transitoria, no definitiva y lógica. Uno de esos pares de conceptos es el de justicia y compasión.

No creo que la posmodernidad sea compasiva con los desafortunados. Lo que busca es estimular el resentimiento, más que el hecho de que los menos afortunados disfruten de los derechos y deberes que les corresponden como ciudadanos plenos. El posmodernismo desarrolla una gnoseología escéptica que pone en duda todos los valores, pero no lo hace como una ampliación de los valores del liberalismo político, sino más bien como la negación de ese liberalismo.

Ya Platón había hecho notar que el tirano hará uso de los vagos y de los delincuentes para instalar su régimen de opresión. Creo que el discurso posmoderno hacia los marginados tiene ese sentido, más que el de ayudarlos a salir de la opresión. La posmodernidad acusa a occidente de la injusticia, pero propone como solución un sistema tiránico; en consecuencia, injusto. El posmodernismo promueve las luchas en forma descentralizada para acabar con un sistema centralizado, pero el sistema centralizado es la democracia occidental. Lo que se busca como superación de la crisis de la democracia, no es un régimen más democrático; lo que se busca es un régimen autoritario.

El posmodernismo asume una actitud escéptica como forma de criticar las ideologías, pero no es consecuente. El objetivo de su crítica no son todas las ideologías. Se concentra en lo que llama el modernismo, que consiste en la ciencia y la democracia, los pilares de la civilización occidental. Su ataque es contra la democracia occidental y la ciencia, para ello los hace aparecer como expresión del neoliberalismo.

Hay aspectos de la modernidad que merecen ser denunciados, pero la denuncia no constituye en sí un proyecto. Se puede denunciar al cientificismo, pero eso no es negar la ciencia. El cientificismo no es ciencia sino la exaltación del materialismo y el mecanismo, y, en consecuencia, del reduccionismo. De la misma manera, se pueden denunciar algunos vicios de la democracia como forma de dominación. Pero eso no significa que exista, hasta el momento, algo mejor que la democracia.

La posmodernidad resulta interesante en tanto ampliación e integración de la modernidad. La modernidad tiene demasiadas cosas importantes. Resulta altamente peligrosa la versión de la posmodernidad como negación de la modernidad. Es ello lo que hay tener claro para evitar que nos atrape la cólera de Aquiles.