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Las voces de las esclavas hoy; por Inés Quintero

Este texto es un ensayo de la historiadora Inés Quintero en torno a la obra de teatro Testigos ocultos, dirigida por Orlando Arocha, en La Caja de Fósforos.

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Gracia María Tovar fue esclava de la familia Tovar desde el día de su nacimiento, como ocurría al nacer de vientre esclavo en tiempos de la esclavitud, aquí en Venezuela. En 1784, después de trabajar de sol a sol, en casa de sus amos, logró comprar su libertad. Transcurridos 5 años, regresó a casa de los Tovar para comprar a su hija, María Eugenia, y liberarla a ella también del terrible yugo de la esclavitud. Gracia María logró su cometido. Diligencia similar realizó María Ignacia Padrón. Primero obtuvo su libertad y luego intentó comprar a su hija Agustina, pero no tuvo éxito: no consiguió reunir la cantidad requerida que le permitiera satisfacer el valor de Agustina ante sus amos. También María Soledad Prieto procuró, en vano, hacer valer la promesa de libertad para ella y sus dos hijos, que le había hecho Manuel Reverón, su amo y padre de ambas criaturas y de una tercera que tenía en el vientre. Al morir Reverón, los cuatro pasaron a ser propiedad de Juana Luisa Landaeta, madre y única heredera del difunto. Tampoco Anna María obtuvo su libertad. Acordó con su amo, Francisco Díaz Barreto, que daría a luz ocho niños, esclavos como ella, a cambio de su libertad; sin embargo, al cumplir con su parte del trato, Díaz Barreto se negó a cumplir con la suya y Anna María siguió siendo esclava, al igual que toda su descendencia. Mejor destino tuvo la diligencia adelantada por María Lorenza Suárez, nacida en Maracaibo y esclava desde que comenzó a vivir. A los sesenta y cuatro años solicitó que se le hiciese un avalúo, a fin de cubrir ella misma su justo precio y obtener así su libertad. El avalúo señaló que, por su avanzada edad, María Lorenza valía 5 pesos, el precio más bajo que podía adjudicarse a un esclavo. Esa misma cantidad se la entregó a su ama, quien bajo protesta, no le quedó más remedio que entregarle su carta de libertad.

Todas estas estremecedoras historias se encuentran en el archivo de la Academia Nacional de la Historia. Son vivencias que, como muchas otras, han permanecido totalmente desapercibidas, en medio de abultados legajos y numerosos expedientes a través de los cuales es posible recuperar las huellas de nuestra historia y conocer, de la mano de sus propias protagonistas, las experiencias vividas por este grupo de mujeres que vivieron bajo el espantoso régimen de la esclavitud.

Sus esperanzas, los obstáculos que tuvieron que vencer, las resistencias de sus amos a admitir sus demandas; el pragmatismo del avalúo; la desesperación, la ira, la impotencia, la resignación, el dolor, que las acompaña mientras realizan el trámite; el cinismo, la soberbia, el desdén y la arrogancia de los amos, cuando exponen sus derechos; todas estas emociones encontradas, están allí silenciosas, transcritas fríamente con minucioso detalle por los escribientes, en cada pliego, en cada causa judicial.

Hace varios años, en el 2006, estas historias fueron publicadas en el libro La palabra ignorada. La mujer testigo oculto de la historia en Venezuela, editado por la Fundación Empresas Polar. En aquella ocasión y cuando me encontraba sumergida en los archivos para la realización de la investigación, tuve oportunidad de conocer las vidas, padecimientos y fortalezas de estas mujeres esclavas que vivieron en Venezuela, entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.

Transcurrida casi una década, las voces de estas cinco esclavas pueden ser escuchadas en vivo y en primera persona en la obra Testigos Ocultos, dirigida por Orlando Arocha, en La Caja de Fósforos, este pequeña sala de teatro que se encuentra al pie de la montaña en la Concha Acústica de Colinas de Bello Monte. Las presentaciones son los viernes y sábado a las 8 de la noche y el domingo a las 6.00.

Allí están María Gracia, María Ignacia, María Soledad, Anna María y María Lorenza, en tiempo presente, contándonos sus querellas, exponiendo sus razones, manifestando su disposición y deseo de ser libres, recurriendo a las mínimas rendijas que ofrecía el régimen de la esclavitud en Venezuela para lograr la obtención de la libertad. Con humildad, con temor, con rabia, con tristeza y también con dignidad, entereza y picardía estas voces cobran vida a través de la magia del teatro. En un montaje impecable, con un fino sentido del humor, un gran respecto por la historia y una actuación magistral, la obra Testigos Ocultos, ofrece un contundente y estremecedor retrato de las profundas desigualdades y contradicciones sociales existentes en Venezuela en tiempos de la esclavitud. Y, al mismo tiempo, nos enfrenta a las contradicciones y desigualdades de nuestro siglo XXI, una realidad de la cual somos protagonistas todos los días.