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Si se rompe el proceso; por Héctor Abad Faciolince

Si se rompe el proceso; por Héctor Abad Faciolince 640

Sede de Porvernir en Bogotá después de la explosión del 2 de julio. Fotografía de L. Muñoz (EFE)

Los guerrilleros de las Farc, con un cálculo torpe, han querido chantajear a los colombianos haciendo atentados salvajes que suenen como una advertencia: si el Gobierno no firma la paz según los términos de la guerrilla, entonces tendrán un país de playas y ríos negros de petróleo, de pueblos sin agua y sin luz, y de inocentes con el rostro ensangrentado por las bombas.

Si no hay firma, insinúan, “la estrategia de la guerrilla podría centrarse en terrorismo puro y duro”, como escribió el profesor Gustavo Duncan.

El cálculo de la guerrilla no puede ser más equivocado ni más miope: creen que así asustan y doblegan la resistencia de la gente; lo que consiguen es acabar con su paciencia. Rompen la confianza en el proceso, hacen hundir en el descrédito al gobierno que más puertas a la paz les ha abierto, y alejan la posibilidad de un consenso ciudadano a favor de la reconciliación y contra la violencia. Atraen de nuevo el espectro de un régimen de mano dura que los enfrente sin contemplaciones, en un combate a muerte y sin tregua que podrá durar decenios.

Siempre se ha dicho, con un lugar común muy discutible, que los tiempos de la guerrilla son muy largos y en cambio breves los tiempos del país. No es así. Colombia, a estas alturas de su historia, ya es un país viejo y escarmentado, un país que sobrevivió a la peor amenaza que haya habido en el mundo de parte de las mafias del narcotráfico. Un país, también, que no se ha desbaratado a pesar de 50 años de guerra de guerrillas. Lo que sí es breve son los tiempos de los gobiernos, que deben mostrar resultados en pocos años para que el electorado no los castigue, pero el tiempo de Colombia como territorio y como nación es mucho más largo y resistente que el tiempo de la guerrilla. Bien pueden las Farc dedicar otros diez años a atentados y muertes: así no se tomarán el poder ni Colombia como nación desaparecerá de la faz de la tierra. Envejecerán, morirán de barba blanca o de barba ensangrentada en las selvas, y el destino de miles de guerrilleros no será otro que las tristes bolsas negras en que se llevan sus cuerpos los helicópteros.

Nunca había tenido la guerrilla condiciones más propicias para firmar la paz. Pero su cálculo ahora es descabellado; piensan que Santos no sería capaz de pararse de la mesa. Los gobiernos tienen un único oxígeno, y este consiste tanto en el apoyo del pueblo como de las élites que manejan el poder económico y productivo del país. Las encuestas dicen que el margen de maniobra del Gobierno con el pueblo es cada día más estrecho; y los nervios de la élite con el proceso de paz están cada día más crispados.

Si la guerrilla no da en los próximos días un timonazo radical que indique su voluntad de cesar la violencia, de firmar los acuerdos y de aceptar una dosis adecuada de justicia transicional, verán a un gobierno que es capaz de renunciar a su mayor aspiración y a la bandera que ha enarbolado durante cinco años: la de la paz. Si Santos arría la bandera de la paz, y rompe las conversaciones, recibirá el apoyo de la población, como lo recibió al principio de las negociaciones por la ilusión de la paz.

La lucha armada en esta región del mundo y en las condiciones actuales de Colombia es un anacronismo sin futuro. Es más: la existencia en las selvas de un grupo armado como las Farc es una condición ideal para que se mantenga el modelo de país que hemos tenido en el último medio siglo. Nada ayuda más a que haya gobiernos reaccionarios que la existencia misma de las Farc y su persistencia en un tipo de lucha descabellada, que no solo atenta contra los más elementales derechos humanos, sino que ahora se concentra en devastadores atentados antiecológicos contra la naturaleza.

Sí, los tiempos de las Farc son largos, y su capacidad de aguante y de hacer daño son enormes. Pero los tiempos de un país son aún más largos, y la capacidad de aguante de los colombianos ya ha sido templada por cien años de tragedia y soledad.