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Triunfa la alegría, insiste el terror; por Héctor Abad Faciolince

Triunfa la alegría, insiste el terror; por Héctor Abad Faciolince 640

En este mundo la alegría no gana por goleada sino por poco más que un empate. Así acaba de ocurrir en la Corte Suprema de Estados Unidos con el triunfo (por cinco votos contra cuatro) de un concepto más amplio de matrimonio y de familia, en el que ahora caben también las parejas homosexuales. Ninguno de los 50 estados de este imperio que a veces es un ejemplo para el mundo podrá impedir que los gais o las lesbianas se casen. Un triunfo estrecho, pero completo, de la alegría y los derechos humanos contra el prejuicio. Un triunfo que no se logró de la noche a la mañana sino mediante una lucha muy larga que consiguió, poco a poco, una evolución cultural positiva y un cambio radical en las mentalidades. Un cambio que disminuye la infelicidad y aumenta la alegría.

Recuerdo que yo estaba en el bachillerato cuando esa misma Corte declaró que ser homosexual no era delito. Eran los años 70 y los curas del colegio dijeron entonces: “Han hecho legales las relaciones homosexuales; solo falta que las vuelvan obligatorias.” Lo mismo podrán decir hoy, con aparente buen humor e ironía: solo falta que vuelvan obligatorio el matrimonio homosexual. Esa es la forma en que quienes se aferran al oscurantismo se enfrentan a los cambios benéficos: tratando de asustar. La mayoría de las parejas, y de los matrimonios, seguirán siendo heterosexuales, porque con esa inclinación viene la mayoría de las personas, pero ya no se podrá discriminar a quienes sienten de otra manera. Y esto es un triunfo de la libertad. El amor está por encima de la forma que tengan los genitales del otro, y hasta el Papa Francisco ha dicho: “¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?” También la Iglesia, o una parte de ella, puede cambiar para bien. Yo no lo veré, pero quizá mis nietos sí: un matrimonio católico de parejas del mismo sexo.

Sin embargo el mismo viernes en que llegaba esta buena noticia desde la capital de Estados Unidos, sectas yihadistas fanáticas lanzaban ataques terroristas simultáneos contra “los apóstatas” (léase chiítas o turistas occidentales) en tres continentes. Decenas de muertos inocentes. Y Colombia amanecía viendo las consecuencias de los demenciales ataques de las Farc contra la paz y contra el medio ambiente. Ríos y mares contaminados, decenas de miles de personas sin agua y sin luz, pueblos devastados por una falsa demostración de poderío que no hace a los guerrilleros más fuertes, sino más odiados.

Repito: si uno conserva el optimismo a pesar del horror es porque en un mismo día nos llegan el horror y las bendiciones. El firme comunicado en que Humberto de la Calle les recrimina a las Farc sus actos de barbarie (que se contradicen claramente con la celebración que habían hecho los guerrilleros de la Encíclica ‘Laudato si’ del Papa Francisco), da alguna esperanza de que la sensatez pueda ganarle a la violencia. Así sea por un solo voto, y no por goleada, tiene que ser posible que regresemos a la situación de hace unos meses: tregua unilateral de las Farc a cambio de un cese de bombardeos por parte del Gobierno. Y que esa tregua unilateral no se traicione masacrando a mansalva soldados dormidos.

Si se aceleran los tiempos, ahora que la paciencia de todos se agota, y logra firmarse la paz este año, es posible que en Colombia haya unas votaciones para refrendarla en la que esta gane, no por goleada, sino por una pequeña minoría. También la lucha por la paz viene desde hace muchos decenios, y el cambio de una mentalidad de violencia por una mentalidad de diálogo y debate, se ha venido imponiendo lentamente. En los dos extremos hay enemigos de esa alegría; hay quienes prefieren el fácil camino de volar oleoductos o bombardear campamentos. El camino de la reconciliación es lento y más difícil. Pero lleva a cierta alegría; no una alegría total, de goleada, sino de poco más que un empate. Gay viene de “gayo”, que es alegre, vistoso. ¡A repudiar el odio y celebrar la gaya libertad!