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Si hay algo que enorgullece a Pedro Beltrán es haberse dado el lujo de grabar en varios idiomas a pesar de ser un músico campechano que ni siquiera concluyó su educación primaria.
Beltrán tiene sobre las piernas una mochila indígena en la cual porta varias flautas de millo. Nos encontramos en la terraza de su casa en Malambo, un municipio del área metropolitana de Barranquilla.
Su asombrosa trayectoria como cantante políglota comenzó en 1975. Un día descubrió por casualidad una canción nueva. Beltrán no entendía nada de lo que decía, pero se sentía embrujado. Se trataba de Ramayá, grabada por el estupendo mozambiqueño Afric Simone.
En seguida decidió que incluiría la canción en el próximo álbum que hiciera con su grupo, la Cumbia Moderna de Soledad.
Cuando fue a grabar le pidió a un auxiliar de la casa disquera transcribir la canción original. Como el muchacho tampoco entendía nada, entregó un manuscrito en el cual abundaban las onomatopeyas y las frases castellanizadas a la fuerza.
Aun así Beltrán se animó a grabar, en parte porque conocía muy bien la melodía, y en parte porque confiaba en su gracia musical. Además calculó que ningún bailador arruinaría su noche por andar verificando la pronunciación del lenguaje.
El éxito fue tan grande que a partir de ese momento nadie volvió a llamarlo por su nombre de pila, sino por el mote de ‘Ramayá’.
“Ramayá” saca de la mochila una flauta de millo. Para poder cantar, dice, debe ir consiguiéndolas de tonalidades cada vez más bajas. En todo caso, aunque tenga menos voz a sus ochenta y cuatro años, todavía causa furor en las verbenas. Entonces sonríe y entrecierra el ojo bueno. Después toca un fragmento de su canción La estera.
Ando borracho.
Bastante ron bebí.
Saca la estera.
Que ya quiero dormí.
Aunque ha recorrido más de veinte países sigue siendo tan raizal como cuando arribó a Barranquilla en 1960, procedente de Patico, un caserío atrasado del sur de Bolívar. Siempre lleva abarcas y sombrero vueltiao, lo mismo si tiene que entrar a la casa de un tamborero que al despacho del gobernador.
Su repertorio es extenso. Incluye piezas que ya son clásicas de nuestra cultura popular, como El muerto borrachón y Mi flauta, canciones sandungueras que desatan el gozo en el palacete y en el arrabal.
— A mí en el Carnaval me dieron el Premio a la Insistencia.
— Maestro, ¿no sería el Premio Vida y Obra?
— Ese mismo.
Está visto que el maestro traduce hasta en su propio idioma.
Su momento más audaz como cumbiambero políglota fue cuando grabó Crees que soy sexy, de Rod Stewart. La historia fue un calco de la primera: se enamoró caprichosamente de una canción que no comprendía, luego alguien le hizo una transcripción enrevesada, y al final él cerró el círculo cantándola en un inglés macarrónico que parecía un híbrido de chino con algún dialecto africano.
‘Ramayá’ se levanta de la mecedora y canta un pasaje improbable de la canción.
— Chi is tu lou.
Si estuviera en una presentación el público también se pondría de pie para aplaudirle el descaro.
— Usted sí entiende mi inglés, ¿cierto?
— Nada, maestro, nada. Pero tranquilo: usted nos enseñó que la música no tiene idiomas.
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