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¿Por dónde le llega la música a los jóvenes? [o David Bowie y la fuente de la juventud]; por Cristina Raffalli

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1. ¿Cruzar la ciudad para escuchar música?

A pocos días de los atentados de Charlie Hebdo y el Hyperchacher de Vincennes, una Francia todavía aturdida postergaba su convalecencia para asistir a la inauguración de la nueva sede de la Orquesta Filarmónica de París.

Entre argumentos como “la vida sigue” o “no jugaremos el juego de los bárbaros”, el edificio de Jean Nouveau se abría la noche del 14 de enero como un espejismo resplandeciente. Por su estructura de curvas flotantes vaga la vibración de cientos de promesas. El futuro es un rumor punzado por las ramas de los árboles desnudos, y atajado por las risas de los niños que corren en la explanada.

En el complejo cultural que la ciudad llama Parc de la Villette, la sede de la Filarmónica, más que haber sido construida durante ocho años pareciera haber llegado, haber aterrizado entre el Conservatorio Nacional Superior de Música y Danza, la Ciudad de la Música, la Ciudad de la Ciencia y de la Industria, la Géode (un cine 180°), el Zenith (una gran sala de espectáculos) caminerías, fuentes, pasillos cubiertos y jardines.

Mirar esta obra de Nouveau es también preguntarse si, pese a su inventiva prodigiosa y a la tecnología que postula a sus salas entre las mejores del mundo en cuanto a acústica, el público atenderá masivamente a su seductora programación y a las posibilidades de sus muy diversos espacios, antes que a la distancia que ha de recorrerse desde el centro de la ciudad para llegar hasta este punto, la periferia noreste de París, un área poco frecuentada por lo que puede llamarse el “público natural” de la música académica.

2. Así envejece (¿o crece?) Francia.

Stephane Dorin, un sociólogo especializado en prácticas culturales y evolución del gusto musical (e investigador asociado al Centro Europeo de Sociología y Ciencias Políticas), dirigió un estudio entre 2012 y 2014, cuya finalidad fue interrogarse sobre el envejecimiento del público de la música académica en Francia. Según relata en una entrevista concedida al diario Le Figaro, “la mitad del público de los conciertos clásicos en Francia supera los 61 años de edad”, un envejecimiento sostenido que según el investigador comenzó en la década de los ochenta y se ha acelerado en los últimos años.

Monique Devaux, directora artística de conciertos en el Museo del Louvre, otra de tantas instituciones que participaron en el estudio, explica que según los datos obtenidos, para lograr un rejuvenecimiento del público de la música académica hasta alcanzar (en un plazo de 10 años) la media de entre 35 y 40 años, estable hasta hace dos décadas, “habría que comenzar desde ahora mismo a educar musicalmente a un público que hoy tiene entre 7 y 45 años”.

La Filarmónica de París nace con este desafío, pero no es el único problema que enfrenta. Se sabe, tanto por el estudio de Dorin como por los realizados desde el Ministerio de la Cultura, que la música académica es consumida casi exclusivamente por un público que, además de tener muchos años, tiene estudios superiores y altos ingresos. Los precios de las localidades nada tienen que ver con este dato: son las más accesibles, mucho menos costosas que las de los espectáculos de los diversos géneros populares. La ubicación geográfica de la nueva sede da cuenta de ese otro reto al apostar no sólo por sangre joven sino por nuevos apetitos: desde sus linderos es posible mirar muy de cerca a varias de las zonas urbanas donde se escucha la queja de la exclusión social.

3. ¿Por dónde se le llega a los jóvenes?

Acaso esta ambición de juventud y esta aspiración de diversidad expliquen por qué las autoridades de la Filarmónica de París eligieron la música de David Bowie para inaugurar el calendario de su principal espacio expositivo. Muy cerca ya de sus 70 años, Bowie es un artista que sigue sin tener edad. En una carrera de cinco décadas nunca ha repetido un argumento. Siempre llegó antes y predijo lo que se convirtió en verdad. Partió la historia de la cultura pop, alterando para siempre el paisaje musical, sexual, mediático. Renunciando a toda pose discursiva, ha sido un artista profundamente político, subversivo, fundador de nuevas libertades.

Bowie ha sido héroe por mucho más de un día y bajo su signo fluye la fantasía de atravesar la historia como lo hacen los fantasmas: en paz con el tiempo y sin tiempo donde envejecer.

Para los puristas académicos, se trata de una invasión con riesgo de colonización. Una indeseable presencia que profana y banaliza el museo. Para los puristas de lo popular, la normalización del rock lo vacía de su esencia y le adormece el alma, en tanto que el museo aporta una mirada estructuradora a formas cuya identidad es inseparable de su carácter espontáneo. La territorialidad museística y la territorialidad del rock (y de otras expresiones artísticas no académicas) es un debate presente y fascinante. Pero entre esos dos purismos, más de un millón de personas en varias ciudades del mundo han visitado hasta ahora esta muestra, cuyo itinerario comenzó en 2013 en su institución natal: el Victoria & Albert Museum de Londres.

4. En las entrañas de David Bowie.

Con el título David Bowie is… la exposición fue inaugurada en París el pasado 3 de marzo, pero es imposible conseguir entradas para las próximas semanas. Pese a que es miércoles por la tarde, las salas están repletas como si fuera domingo. Y el rango de edades que es posible observar va desde los septuagenarios hasta las jóvenes madres que realizan la visita con sus bebés en coche.

Los museógrafos franceses han demostrado en reiteradas ocasiones (específicamente en los espacios de la Cité de la Musique) que exponer la música pasó de ser un ejercicio paradójico con resultados dudosos (y tremendamente aburridos) a ser una destreza que comienza por satisfacer objetivos didácticos y culmina en experiencias sensoriales de altísimo vuelo.

Al entrar, los visitantes reciben un transmisor conectado a unos audífonos. No hace falta pulsar números sobre la audioguía, pues todas las estaciones visuales, módulos, escenografías, maquetas, instalaciones y cajas de exhibición cuentan con antenas no-visibles a través de las cuales se da el contacto con el receptor que cada visitante lleva consigo.

La primera estación del recorrido nos transporta a los tempranos años setenta y es una instalación cuyo elemento principal es el video (proyectado en gran formato) de un incidente que cambió la historia de la música pop, la de Bowie y la de muchos jóvenes ingleses: es la noche del 5 de julio de 1972 y Bowie canta “Starman” en el programa familiar Top of the Pops ante una Inglaterra estupefacta.

Su delgadísima figura calzada en un traje de colores cítricos que simula la piel de algún reptil salido de las páginas de Julio Verne, la misteriosa disparidad cromática de sus ojos, sus botas estridentes, su maquillaje operático, su cabello liso y rojo como un gran signo de interrogación sobre el ya canónico movimiento hippie… todo en un país atónito donde apenas en 1967 se había iniciado la despenalización de la homosexualidad y descubría abruptamente una nueva forma de belleza, perturbadora y ajena.

Esa noche nació el Glam Rock. Esa noche eclosionó la cultura queer. Esa noche se materializó la primera imagen positiva, gozosa y no victimizada de la homosexualidad.

Sin esa noche, tal vez nunca habría existido Queen, Roxy Music, Depeche Mode y tantos otros. En 1969 había sido “Space Odity” y “Starman” es el segundo himno, que no el último, escrito por Bowie. Una verdadera revolución estética de dimensiones populares estalló aquel 5 de julio y cientos de miles de jóvenes metabolizaron de inmediato un potente mensaje político: sé quien quieres ser.

La revista francesa Les Inrockuptibles, en el editorial de su número monográfico dedicado a este artista, relata que durante los treinta años que cuenta la publicación se ha repetido numerosas veces una misma pregunta en las entrevistas a estrellas de los géneros populares: ¿Cuál fue el punto de inflexión que hizo que usted decidiera convertirse en músico profesional? Incontables respuestas refieren esa epifanía televisada. Aquella noche, en miles de hogares ingleses ocurrió una ruptura iniciática de los jóvenes con el mundo de los padres, similar a la que ocurre en “Iron John”, el cuento de los hermanos Grimm, cuando el niño roba la llave de la jaula donde está encerrado su alter ego salvaje (The wild man), lo libera y sale del reino familiar en los hombros de aquella criatura, para emprender su proceso de individuación.

5. Toda la música toda.

El recorrido de la muestra continúa hacia salas que están en penumbra algunas, otras en una oscuridad densa. Se deambula por los espacios mientras se escucha la voz de Bowie en los audífonos, dando paso paulatinamente a una canción que desaparece mientras se infiltra un fragmento de película, que se disuelve en otro sonido, que se solapa con alguna entrevista, que recibe una oleada de aplausos que ceden a más música y así transcurre la vista de más de 300 objetos seleccionados por la curaduría, entre los cuales se encuentran varias decenas de sus emblemáticos trajes, muchos de los cuales fueron diseñados por Kansai Yamamoto en la prodigiosa década de los setenta.

Hay maquetas de los escenarios de sus shows, cuadernos de apuntes, videos, fotografías, varios de sus cuadros (para muchos un descubrimiento: Bowie también se ha expresado pintando), registros de sus performances, proyecciones de fragmentos de su filmografía como actor, algunos de sus instrumentos (guitarras, saxos) y hasta pequeños trozos de papel donde esbozó la letra de alguna canción.

Los 24 álbumes legados hasta ahora, su presencia en la música de otros, sus influencias (Jacques Brel, Scott Walker, Syd Barret) sus inspiradores (Judi Dench en Cabaret, Chaplin, Fritz Lang y todo el expresionismo alemán, Orwell, William Burroughs, Brecht, Buñuel…) su maestro de la escena Lindsay Kemp y el amigo en quien se inspiró para crear a Ziggy Stardust: Vince Taylor. Todo está presente en el recorrido y a veces resultan como nítidas visiones, otras veces son apenas trazos, ráfagas.

Una sala entera está dedicada a Major Tom, el personaje de “Space Odity”. Fue éste el tema elegido por la BBC de Londres para su transmisión de la llegada del hombre a la luna, así que no extraña que en la vecindad de esta sala se alcen los altares para Stanley Kubrick, otra de sus mayores influencias, quien le inspiró tanto la idea del viaje al espacio interior (2001 Odisea del espacio/Major Tom), como la ridiculización de la violencia hasta hacerla repugnante y absurda (La naranja mecánica/Halloween Jack).

6. ¿Quién le teme a David Bowie?

El año en que nació, nacieron en Inglaterra un millón de niños, un récord vigente hasta nuestros días: Londres y 1947. Su partida de nacimiento indica que su apellido es Jones, pero decidió llamarse Bowie pues otro David Jones, cantante de The Monkees (con quien, nos atrevemos a asegurar, no quería que lo confundieran) se le había anticipado en fama.

Creció en un suburbio obrero del sur de la capital inglesa, donde lo único que sucedía eran las golpizas entre bandas. En la temprana adolescencia, una pelea a puños con su amigo Georges Underwood le causa un daño en el ojo, de donde viene su característica disparidad cromática.

Todo en su vida parecía indicar que este muchacho tímido, inseguro, creativo y reservado, mal estudiante y cuya presencia no era advertida prácticamente nunca, se propuso hacer todo cuanto estuviera en sus manos para brillar por encima de ese millón de ingleses que lo acompañaron a nacer. Y durante los cinco o seis primeros años de su carrera no faltaron los rechazos, los fracasos, los desencuentros. Fue una estrella que se hizo, no un producto de los medios.

7. Londres-París-New York.

En la muestra, asombra ver con cuánto cuidado ha sido conservado cada objeto. Una fundación con sede en Nueva York (David Bowie’s Archives) conserva en sus locales, a temperatura y niveles de luz y de humedad adecuados, desde objetos de su infancia (como la chaqueta que usaba en la escuela primaria) hasta los más significativos documentos del músico.

Tanto celo en la preservación de sus pertenencias da cuenta, cuando menos, de una gran fe en sí mismo. El niño, el adolescente y el joven que guardó hasta la servilleta donde anotó un posible acorde, siempre supo que algún día esos objetos serían importantes. Siempre supo que saldría de su barriada deprimente y violenta.

Creyó en sí mismo y posiblemente con gran fervor, pero esa fe no le impidió cuestionar cada hallazgo en su carrera creativa.

Desde lejos, en la memoria sonora ya convertida en torrente sanguíneo de varias generaciones, podemos intuir la confesión de su adicción al cambio, de su eterna inconformidad, su obsesivo deseo de renovación y la fuente de su eterna juventud: “and every time I thought I’d got it made / It seemed the taste was not so sweet”.