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[Crónica] // Vigilia por #CharlieHebdo: el día que Voltaire volvió a morir; por Cristina Raffalli

Exclusivo Gris

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A dos estaciones de la Place de la République, el operador del metro anuncia que no se detendrá allí esta noche del 7 de enero. La estación se encuentra cerrada por razones de seguridad. Los pasajeros, una multitud heterogénea en la que se mezclan niños, jóvenes y adultos mayores, de todas las razas y mestizajes imaginables, salen de los vagones en masa. Están suficientemente cerca como para llegar a su destino caminando en menos de diez minutos.

En la superficie, sobre los grandes bulevares que conducen hacia la plaza, ríos de gente se trenzan sólo en dos corrientes: quienes van y quienes ya regresan. Nadie se detiene a ver detalles, vitrinas, señales. Ni siquiera sus teléfonos.

Nadie voltea hacia los lados.

La mirada de quienes van está fija en la plaza. La mirada de quienes vuelven tantea el asfalto. Lágrimas en los ojos, velas encendidas y pancartas en las manos. Y lápices. Muchos llevan un lápiz como objeto de su afirmación.

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La Place de la République no es el único sitio donde suelen congregarse los parisinos para manifestar, aunque sí uno de los favoritos.

Ahí, hace casi un año, también se reunió la comunidad venezolana para deplorar las muertes ocurridas durante las protestas que comenzaron en febrero de 2014.

Esta vez no habría un mejor lugar desde el punto de vista simbólico que aquél, en torno a la gran estatua en bronce de Marianne, la figura femenina que representa la República, a cuyos pies el escultor Charles Morice plantó las alegorías de los tres principios que conforman la divisa de Francia: libertad, igualdad, fraternidad.

Hay un cuarto pilar de la República, muy arraigado y consagrado por la Ley Ferry en 1905: la laicité. Afirma el carácter laico del Estado, es otra de las razones que reúne a los 35.000 manifestantes que, según información de la policía municipal, llegaron a sumarse aquella noche.

Libertad (de expresión), Igualdad (de género), Fraternidad (en una sociedad etnodiversa) y Estado laico. Esos son los nombres y apellidos de la Francia que salió a la calle esa tarde y la siguiente, bajo la consigna #JeSuisCharlie.

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(En este país de pocos sobresaltos, la noticia del día iba a ser (hubiera sido…) la salida de la más reciente novela de Michel Houellebecq, Soumission, que horas antes se asomaba a la calle por la celosía de un puñado de críticos literarios y de las entrevistas al autor. Houellebecq imaginó en su novela una contienda electoral en el cercano año 2022, en la cual los partidos de izquierda y la derecha moderada hacen una alianza para vencer a Marine Le Pen, candidata del Frente Nacional, quien es derrotada por el candidato de la colisión: un musulmán extremista. La distopía del polémico autor se vería revolcada por la feroz mordedura de la realidad)

4

Es una noche fría. El día había sido denso en niebla y humedad. Se escucha a los manifestantes entonar La Marsellesa, canto que se alterna con varias solicitudes de un minuto de silencio por las víctimas del atentado terrorista.

Una de las observaciones más sorprendentes de la noche es la naturaleza de las consignas. En momentos de un dolor colectivo tan profundo, las consignas no cargan el lastre del odio. Al traducirlas, inevitablemente pierden la rima y el ritmo, pero en francés resuenan como una polifonía que honra la diversidad y la unidad republicana. Los gritos claman por una République laïque! (República laica); muestra a los presentes Ensembles, unis, pour la démocratie! (Juntos, unidos, por la democracia); reclaman Liberté d’expresion ! (¡Libertad de expresión!); se preguntan y se responden On est qui ? Charlie ! (¿Quiénes somos? ¡Charlie!).

Pero hay una consigna particularmente aguda que se repite sin cesar: Pas d’amalgame ! (¡No a la amalgama!), evocando uno de los grandes temas de la vida francesa que se aviva más a partir de la masacre de Charlie Hebdo. El grito va en contra de la generalización, en contra de meter a todos los que profesan la fe islámica en el mismo saco. La no-discriminación hacia la comunidad musulmana de Francia, que suma entre 6 y 7 millones de personas y conforma el 10% de la población.

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Un grupo de tres jóvenes grita la consigna de la unión en democracia con tal fervor que sus gargantas parecen incendiar el aire helado.

Uno es rubio y se llama Patrick. Otro es moreno, Malik. Y otro, Themba, de origen senegalés, tiene un ímpetu que parece llegarle desde el núcleo de la tierra. Themba me dice: “Lo que siento es una gran conmiseración por las víctimas, antes que nada. Creo que a los jóvenes nos toca hacer pasar un mensaje muy claro a los terroristas y extremistas: si quieren que entremos en pánico, no lo van a lograr. No tenemos miedo. La nación es mucho más grande que ustedes y no lograrán ponernos en estado de pánico”.

Una mujer de mediana edad, con su hijo de unos once años, no grita consignas ni canta el himno nacional. Por su rostro corren abundantes lágrimas mientras contempla su bandera y a Marianne, a quien le han puesto un manto negro sobre uno de sus hombros. Ella se llama Sylvie: “Me siento muy impactada. Ésta es la primera vez que salgo a la calle a manifestar y lo hago porque la libertad es lo más importante que existe en la vida de las personas y de las sociedades. Yo soy lectora de Charlie Hebdo como soy lectora de otros periódicos porque, justamente, creo en la libertad de escritura y me gusta formarme mis opiniones leyendo muchos periódicos de visiones diferentes. Espero que esto suscite en cada uno de nosotros una reacción. No una reacción de odio, pero sí de mucha firmeza en la afirmación de que nadie nos impedirá decir lo que queramos decir. Es todo lo que deseo, es por eso que estoy aquí, con mi hijo, que debe seguir creciendo en un país laico y libre”.

Mark tiene 32 años. Es parisino. Protesta en silencio y con los ojos colmados de lágrimas. A él los crímenes lo tocaron más de cerca: “Me siento personalmente sacudido, porque mi familia es cercana a los periodistas de Charlie Hebdo. De modo que por una parte mi duelo es individual, familiar. Por otra parte me siento sacudido como francés, como demócrata. Seguramente este evento traerá consecuencias políticas para Francia. Hay que estar muy atentos a lo que ocurrirá en las próximas horas y los próximos días. De estos momentos y de las decisiones que sean tomadas ahora depende, en gran medida, el futuro de Francia”. Del otro lado de la masa está Luna. Tiene 13 años. “Del atentado contra Charlie Hebdo me ha impactado el hecho de que en Francia pueda perderse el derecho a la libertad de expresión. Perder este derecho sería algo muy grave para nosotros los franceses. Siento rabia, tristeza y miedo. Siento que es el comienzo de una guerra”.

Valérie, madre de cuatro hijos, también testimonia su dolor. Lo hace desde la memoria y repasa tiempos que van más allá de lo sucedido esta semana. “Desde hace ya algún tiempo, me duele mi Francia. Me duele desde que fueron cobardemente asesinados en Toulouse esos niños franceses judíos. Me duelen los atentados atroces contra las sinagogas y los comercios judíos, que han sido cometidos suscitando la indignación de muy pocos franceses. Hoy un periódico ha sido asesinado. Unos niños grandes, cuyo único error fue amar la risa y ser impertinentes, fueron abatidos por las balas de unos mercenarios. Hoy Voltaire ha muerto por segunda vez. Francia como un solo hombre se levanta y cambia su nombre para llamarse Charlie. Me duele mi Francia, me duele mi alma. Me gustarían tantas cosas… me gustaría que todos los Charlie fueran también judíos. Me gustaría que fueran tomadas medidas de fondo, para erradicar el cáncer integrista y el antisemitismo. Que los autores de estos crímenes fueran severamente castigados. Que Francia despierte como yo despierto ahora: golpeada pero determinada, golpeada pero fuerte. Más fuerte que nunca”.

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