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Una balada para Claudia de Colombia; por Alberto Salcedo Ramos

Una balada para Claudia de Colombia; por Alberto Salcedo Ramos 640A

Entre mis discos no hay ninguno tuyo, Claudia. Sin embargo, aún recuerdo ciertas tonadas que te oí cantar cuando era niño.

En aquella época el centralismo de nuestra televisión era bastante antipático. Había programas que se llamaban ‘Así canta Colombia’, o ‘Voces de mi tierra’, pero en ellos no cantaba Colombia sino solo una región, la andina, la montañosa, donde estaba concentrado el poder político.

Yo vivía entonces en un pueblo remoto de la costa Caribe. Cuando había semana cultural las colegialas se ataviaban como campesinas de tierra fría, a pesar de que nuestra temperatura promedio era de cuarenta grados Celsius. Lucían faldones hasta los tobillos, faltriquera de lana, capas paramunas: la ropa que llevaban las danzarinas en televisión. Después empezaban a cantarle a una vegetación que jamás florecía en nuestros parajes arcillosos: crisantemos, frailejones, zarzamoras, cafetales.

Los cantos que nos traía el televisor eran extraños, tanto por su género como por sus temas. Pero entonces tú, Claudia, emergías en la pantalla, y todo lo que antes parecía ajeno se nos volvía propio. Por fin veíamos llorar los guaduales, por fin comprendíamos que también tienen alma. Tu voz les daba a las cosas un nombre universal. Además unía territorios que la política había distanciado.

Cuánta melodía había en tu voz. Cuánta miel. Cuánta capacidad de abrazar. ¿Te hablé de aquella vecina solterona que tenía el pelo marchito por la canícula y se envejeció frente a su ventana cantando tus canciones? Quisiera creer que tus estribillos la ayudaron a sobrellevar el desamparo.

Un colega mordaz me pregunta de dónde saqué el gusto por ti. A él, tu obra le parece cursi, anticuada. Le respondo con una frase de mi amigo Camilo Jiménez Estrada: ‘Solo hay dos clases de música: la que a uno le gusta y la que no’. La tuya me gusta. Punto.

Además le pido a mi colega tener en cuenta el contexto histórico de tu música. Cantabas en un tiempo en que el amor estaba secuestrado por el oscurantismo: las novias recibían visitas vigiladas, los besos de las telenovelas eran de mentira, las tías soñaban con príncipes azules, los tíos pretendían doncellas de figurín.

La banda sonora de aquellos amoríos tenía que ser, forzosamente, mojigata. Entonces la quinceañera reprimida fantaseaba con tus versos:

‘Necesito tiempo para amar
porque a tu lado el mundo es bello
Necesito un sol que alumbre más
y saber que tú no eres un sueño’

Muchas canciones de aquella época eran tontarronas; qué le vamos a hacer. Para reafirmarlo basta con oír de nuevo a Palito Ortega cantando que ‘la felicidad, ja ja ja ja, me la dio tu amor, jo jo jo jo’.

Tú has sido mucho más que cantante de baladas sentimentales. Inmortalizaste coplas folclóricas andinas, boleros del Caribe, paseos vallenatos, cumbias de río. Para trascender en ese momento no necesitaste que tus discos se encimaran como ñapa en los supermercados, ni que te promoviera un mánager influyente en Miami. Simplemente cantaste con esa voz que entra por un oído y se niega a salir por el otro.

Esa voz que aunque falte en mis archivos digitales, permanece intacta en mi memoria.