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El funeral de Chespirito: cuando el Estadio Azteca fue la vecindad de El Chavo; por Albinson Linares

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El Azteca fue la vecindad del Chavo; por Albinson Linares 640A

Quienes transitaron por el subsuelo mexicano el domingo 30 de noviembre de 2014 miraban maravillados a una turba colorida. Un ejército de niños, jóvenes y viejos ataviados con gorras verdes, franelas de rayas y gruesas botas gritaban: “¡Pi, pi, pi, pi, piiiiii!”, “¡Se me chispoteó!”, “¡Es que no me tienen paciencia!” o “¡Fue sin querer queriendo!” por todos los andenes del metro de Ciudad de México.

Esos transeúntes estaban hermanados con otra legión de franelas rojas con un gran corazón amarillo en el pecho y armados de plásticas mandarrias que llamaban “chipotes chillones”. Respondían a los gritos de la otra legión con consignas como: “¡No contaban con mi astucia!”, “¡Todos mis movimientos están fríamente calculados!”, “¡Que no panda el cúnico!” y “¡Síganme los buenos!”.

Eran los “chavos” y “chapulines” quienes, entre risas, gritos y algunas lágrimas, iban a asistir al funeral de Roberto Gómez Bolaños, el hombre que los inventó en 1970, el último comediante mexicano perteneciente a la estirpe universal que hizo carcajear al siglo XX. Todos iban al Estadio Azteca.

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Roberto Gómez Bolaños era chilango. Es decir, nació en Ciudad de México el 21 de febrero de 1929. Como para todos los artistas de su generación, la época dorada del cine mexicano y el boom de la televisión fueron influencias permanentes. Buscaron en el cine y la pantalla chica un mecanismo de ascenso social durante los años que duró el “milagro” económico que mantuvo índices de crecimiento sostenido durante tres décadas en ese país: desde 1940 hasta 1970.

“Es muy triste saber que se ha muerto, desde los ocho años estoy viendo sus programas. Es algo que no borraré de mi mente, el Chavo y el Chapulín eran mis personajes favoritos, todos los capítulos son únicos y guardo su recuerdo en mi mente. Mis hijos también van a ver a El Chavo”. Lo dice Jorge, un joven de 22 años, mientras se agarra con fuerza a las barandas del vagón del metro para no ser atropellado por la masa que hace chistes y empuja sin cesar.

Algo característico de sus personajes más populares como El Chavo del 8, el Chapulín Colorado o el Chómpiras (trasunto del huérfano, el superhéroe torpe o el ratero pobre) es que fueron creados en 1970, mientras se vivía la resaca política de la represión contra las protestas de 1968 y la prosperidad económica entraba en una crisis histórica.

Era el lado oscuro del sueño mexicano, cuando la desesperanza, el hambre, la miseria y el desempleo emergieron para quedarse en el imaginario colectivo. Y eso está plasmado en sus programas.

“En todo el periodo que se transmitió Chespirito, paralelamente se daba toda la decadencia del sistema educativo nacional, se fueron generando las bases de la inseguridad, el desmoronamiento ético-moral de nuestra sociedad, se daba un deterioro ecológico que avanzaba en el país de manera acelerada hasta la catástrofe en la cual nos encontramos ahora; se aceleró una desnutrición que llevó a los niños de Oaxaca, Chiapas y Guerrero a que no estuvieran sanos (…) En las universidades se empezaba a declarar que no había cupo para todos los estudiantes, empieza una crisis del sistema de salud pública, al grado que después de muchas décadas somos el país con mayor obesidad y diabetes, eso es lo lamentable”

Eso fue lo que publicó el experto comunicacional Javier Esteinou Madrid en Proceso. Y es que nada es más peligroso que la denuncia que nos hace carcajear.

Mientras muchos lanzan denuestos sobre la calidad de los guiones que Gómez Bolaños escribía o la pobre factura de las producciones de Televisa, el gran público se muestra rendido ante sus personajes convirtiendo cada frase de sus gags en parte del refranero latinoamericano. O al revés: viejas consejas que corrían de boca en boca por las vecindades eran usadas por el comediante en los programas y las ponía de moda.

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Jorge Rodríguez Gutiérrez estuvo en el Azteca ese domingo. Miraba al centro de la cancha donde se veía una carpa con el féretro del comediante y a veces canturreaba los himnos pop de Televisa que decían: “Lo sospeché desde un principio/ que te querría/ mi amigo Chavo te voy a extrañar/genio, maestro y amigo de verdad/ siempre en mi memoria vivirás”.

Recuerda que durante muchos años de su infancia no tuvo televisión y cuando por fin llegó el aparato en blanco y negro, el primer programa que pudo ver fue el de El Chavo: “Vine porque crecí con él, toda mi vida se formó en base a sus programas que sigo viendo hoy en día. Vine a rendirle homenaje porque ha sido mi ídolo”.

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En 1940 abundaban las “palomillas”, esas pandillas ingenuas que retrató José Emilio Pacheco en Batallas del desierto. En esos años previos a James Dean, México D.F. era el territorio de tribus con nombres resonantes como Los Matamoscas, Rojos del Sucre, Santa Rita, Panteras, Corpanchos, Mitchums, San Rafael, Multifamiliares, San Francisco o Pelícanos.

El joven Roberto tenía su propia banda llamada Los Aracuanes, quienes lograron, entre muchas otras travesuras, cambiarle el nombre a una vía pública que se llamó “Calle Roberto Gómez Bolaños”, por supuesto. Semanas después las autoridades se dieron cuenta y los andaban buscando para reprenderlos.

Roberto junto con su hermano Horacio eran asiduos de los míticos “Billares Joe Chamaco”, ubicados frente al Cine Moderno en la calle Mier y Pesado: “Los hermanitos Gómez Bolaños destacaban en el fútbol llanero; Horacio mas bronquero que Roberto y ambos ceceando sus españolismos (…) Atesoro ejemplares de la mítica Gaceta de la Col. del Valle y Narvarte que (…) tenía colaboradores-reporteros que incluían a Roberto Gómez Bolaños quien desde entonces ya escribía simpáticos textos en su columna, asiento del chismorreo juvenil de aquel lugar y lejano tiempo”, recuerda Manuel Servín Massieu.

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Antes de conseguir su vocación en la pantalla chica, Roberto fue boxeador amateur y llegó a ser subcampeón de los torneos de primero y segundo año en la preparatoria. Era muy bueno en matemáticas y cursó estudios de ingeniería mecánica en la UNAM sin llegar a graduarse hasta que, a los 22 años, empezó a escribir comerciales de radio y televisión.

Fue un camino sin retorno: para 1965 ya era guionista de Cómicos y canciones y en El estudio de Pedro Vargas, los dos programas de mayor audiencia en México.

Cinco años después tuvo su propio espacio, donde creó a los personajes que marcaron el imaginario de millones de televidentes como Ernesto Molina quien, 44 años después, llevó a su hijo en brazos hasta el Azteca para que se despidiera de El Chavo: “Le inculcamos a mi hijo desde bebé que vea al Chavo. Es el más grande. Para mí no hay nadie que se le compare por el cariño que recibe de tanta gente. Me sentaba a los cinco años para ver sus programas con mi papá y mi abuelita”.

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Florinda Meza, su viuda y coestrella, publicó en Twitter la noticia del deceso del comediante acaecido en Cancún a las 2:30 p.m. del viernes 28 de noviembre:

“Esta vez no es un rumor, un invento, una broma… Se ha muerto mi esposo Roberto Gomez Bolaños (El Chavo) @ChespiritoRGB Te amo mi vida <3”.

Desde ese instante arreciaron las muestras de afecto en toda Latinoamérica. Todos los miembros del elenco mostraron su afecto por el escritor de diversas maneras. María Antonieta de Las Nieves, mejor conocida como La Chilindrina y quien mantuvo una querella legal con el guionista por el uso de su personaje, comentó durante una presentación en Ecuador: “Hoy los ángeles están felices, los santos y papá Dios, porque hoy llegó al cielo Roberto Gómez Bolaños”. Incluso el presidente ecuatoriano Rafael Correa lo mencionó en una alocución televisiva: “¡Hasta la victoria siempre, Chespirito!”.

A Gómez Bolaños le decían “Chespirito”. Ése fue fue el nom de plume con el que firmó toda su obra y es el alias usado en su cuenta de Twitter (@ChespiritoRGB) donde deja 6.896.657 followers. Cuenta su leyenda que el director de cine, Agustín P. Delgado, al ver lo versátil, prolífico y exitoso que era el entonces joven guionista de radio, cine y televisión, tuvo la ocurrencia de compararlo con Shakespeare, pero “chiquito” por su baja estatura. Es decir un “Shakespearito”, o más bien el “Chespirito” que castellanizó el mismo escritor. Sobre su carrera, escribió Froylán López:

“Su cultura era espectacular y letrada, para muchos. Sacó raja de información, respuesta a una biografía que venció a la orfandad. Fue, en el fondo, un escritor […] Veinticinco años como guionista, once películas, ocho programas como actor, sesenta y cuatro canciones y cuatro discos son sus frutos que serán revisados”

Mención aparte merecen las declaraciones de Carlos Villagrán, el actor que encarnaba a Quico, el niño mimado de la vecindad de El Chavo. Este actor también mantuvo una batalla legal con el productor para realizar proyectos alternos con su personaje, además de haber estado ligado sentimentalmente con Florinda Meza al inicio del popular show: “Toda la vida lo voy a recordar como amigo, como maestro, como familia, porque llegamos a ser una familia dentro de ese programa […] Fue una persona muy ingeniosa porque hacer un programa totalmente blanco, sano, en el que eran puras tonterías bien hechas con lo que hacíamos reír a la gente, no era fácil”.

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Los mecanismos del luto operan de formas diversas. Mientras muchos llenaron las redes sociales recordando el apoyo que Chespirito le dio al Partido Acción Nacional, la gira que hizo en el Chile gobernado por Augusto Pinochet en 1977, su posición contra el aborto o el supuesto efecto dañino de sus programas, otros lloraban por el duelo. La sensación de pérdida activa un complejo sistema de correspondencias que dinamitan nuestras emociones. Es así como la magia y los milagros comienzan a ser asociados como efectos de un deceso.

Es el caso de Miguel Alemán, quien comentaba a gritos en el Estadio Azteca que se había salvado de una muerte segura porque una vez perdió un autobús por quedarse viendo a El Chapulín Colorado: “Y el colectivo se cayó por un barranco. Así como lo oyes. Eso fue en Guerrero y cuando lo cuento todavía se me enchina la piel”. O es el recuerdo infantil que le ilumina el rostro a la maquilladora Alejandra Ramos a quien no se le olvida que siendo muy niña, cayó enferma.Tenía varios días con fiebre y su abuela la vistió como El Chavo y cuenta que así se curó. Por eso aún tiene fotos de él: “Marcó mi infancia. Mi abuelita me decía que íbamos a cenar tortas de jamón como las de El Chavo, mientras veíamos su programa y solamente así me las comía. Por eso vine a despedirlo”.

Más allá de los milagros, las curaciones, el fervor y la tristeza que movilizó a miles de chavos y chapulines por toda Ciudad de México ese domingo, uno de los legados incontrovertibles de Gómez Bolaños son sus récords. Su carrera lo encumbra como uno de los prodigios del éxito mediático en América Latina: realizó más de 1.300 capítulos, superó las dos décadas al aire, más de 350 millones de personas vieron los capítulos de El Chavo cada semana. Y este show fue retransmitido en 90 países y fue doblado a 50 idiomas.

La revista Forbes calculó que, en los cuarenta años que Roberto Gómez Bolaños trabajó para Televisa, el guionista, productor y actor le generó 1.700 millones de dólares a la cadena televisiva que se discriminan así: 1.400 millones por la transmisión en señal abierta, 300 millones por regalías de las transmisiones en canales de TV paga y 24 millones más en derechos anuales de transmisión en otros países.

Se calcula que la rentabilidad de El Chavo del 8 es de 1,3 millones de dólares por capítulo. Visto así el talento de Gómez Bolaños no tiene precio ni parangón.

Parte de las razones de su éxito descomunal fueron diseccionadas por Luis Reséndiz en un esclarecedor artículo para Letras Libres:

“En 1968, año en que Gómez Bolaños comenzó su etapa televisiva con Los supergenios de la mesa cuadrada, Televisa reinaba sola en la televisión nacional: TV Azteca no aparecería hasta 1993, y la televisión por cable no se vería consolidada sino después de varios años, e incluso en ese caso, Televisa poseía Cablevisión, la empresa más grande del ramo. Su señal llegaba a prácticamente todos los hogares mexicanos que tenían un televisor. No era una opción entre varias: era la única opción. Y, en su momento, hubo pocas personas con más privilegios que Gómez Bolaños, quien llegó a tener hasta tres programas transmitiéndose simultáneamente en varios de los casi treinta años que colaboró en Televisa. Sus series se transmitieron en varios países y sus números son difíciles de igualar incluso en esta era de medios masivos”.

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Volvamos a la vecindad por un momento. Un escenario de basto cartón piedra, anime, madera y siempre iluminado con dureza. Las puertas numeradas, el barril de El Chavo y una constante insinuación de un mundo que no vemos, un segundo piso al que nunca vamos, la fonda de Doña Florinda que la mayoría del tiempo sólo se menciona, un salón de clases donde pasan cosas en una escuela que nunca vemos y el mundo exterior que rara vez se muestra.

Quizás aparece una insinuación de calle en un plano general de El Chavo o del Señor Barriga o Don Ramón o de cualquier otro personaje saliendo o llegando a la vecindad, más los capítulos especiales donde todos terminaban, como por arte de magia, en Acapulco. Pero eran excepciones. El mundo de la vecindad es de un intimismo absoluto, un microcosmos en el que Gómez Bolaños supo capturar la esencia del drama cotidiano que vivieron, viven y vivirán millones de latinoamericanos.

También la repetición constante de vestuarios, personajes planos, chistes y frases nos ubican en un ambiente irreal. Uno no ve El Chavo del 8: más bien permanecemos embobados, hipnotizados frente a la pantalla, esperando ver de nuevo el coscorrón violento contra el niño, el llanto egoísta de Quico, el idilio eterno del Profesor Jirafales y Doña Florinda, el hambre perenne y los trabajos inexistentes de don Ramón. Como en el teatro clásico griego, ya sabemos lo que viene. Muchas veces incluso detestamos lo que va a pasar en el programa, pero no podemos despegar los ojos de la pantalla.

Al final para muchos de nosotros el show termina siendo un recuerdo de un recuerdo, como apunta Carolina Sanín:

“Siempre me sorprende que los personajes infantiles de El Chavo del 8, a pesar de ser encarnados por adultos, no nos resulten grotescos sino inagotablemente enternecedores. Imagino que esto se debe a que revelan la pobreza central que tenemos todos, la pobreza de todos los niños, su falta de otro lugar a donde ir. Nuestro enternecimiento, entonces, más bien sería una autocompasión evocativa”.

No fue casual que la gran despedida pública del astro de la comicidad se hiciera el domingo pasado en el Estadio Azteca. Es la sede del América, su equipo de toda la vida y al que le dedicó dos películas: El Chanfle y El Chanfle 2. El día anterior, los jugadores del América vistieron una camiseta con el 8 en sus espaldas y la frase “siempre te recordaremos por tu gran corazón azulcrema”.

Mientras en las pantallas pasaban una y otra vez los goles anotados en El Chanfle, la oncena logró una victoria épica, difícil ante los Pumas para lograr el pase a semifinales. Como si fuese un guión de Gómez Bolaños, la única anotación del juego llegó en los minutos finales, mientras la hinchada coreaba: “Chespirito, Chespirito, Chespirito se murió, ¿Por qué no se mueren todos? La puta que los parió”.

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Luego de recorrer Ciudad de México en una carroza especial, la masa de gente lloraba conmovida al ver que el féretro llegaba a casa, al Azteca.

Muchos gritaban “¡Bienvenido a tu vecindad, mi chavo!”. En las afueras los vendedores mostraban sus puestos llenos de franelas, gorras, fotos, chapas, chipotes chillones y antenitas de vinyl. Toda la mercadería futbolera se vio relegada por unas horas.

“Es una alegría y una tristeza a la vez. Era el superhéroe mexicano que nos hacía reír […] Ya no hay cómicos como ellos, los que están no tienen sus características. Antes eran más alegres y con más comicidad, ya no vuelven a haber como ellos”, se lamenta Jorge Matí en su mesón de vendedor ambulante. En medio de chipotes chillones y franelas rojas de corazones amarillos, sentía que algo se estaba perdiendo y que con esta muerte todos andaban tristes.

En una nación convulsionada por las protestas, el luto y el horror causado por miles de desaparecidos, hay pocas razones para reír. En México la alegría es una de las bajas por la violencia y la desaparición física de Roberto Gómez Bolaños: le recordó a muchos ciudadanos que se extinguía uno de los artífices de sus carcajadas.

Es quizás por esto que horas después, mientras lo sepultaban en el Panteón Francés, Florinda Meza no aguantó las ganas de hacerle un chiste último, un homenaje definitivo en medio de la tristeza: “Yo siempre le dije: Tú que te mueres y yo que te parto la madre”.

Una cosa podemos asegurar en medio del Estadio Azteca repleto de dolientes: el anhelo del joven Roberto que lideraba Los Aracuanes será cumplido. Pronto algún político querrá ganar indulgencias y le dará su nombre a una calle cualquiera, mientras El Chavo seguirá suelto como un fantasma risueño entre los televidentes huérfanos de Latinoamérica.

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