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Alejandro Cegarra (o ‘La fotografía como compromiso’); por Mílitza Zúpan

Alejandro Cegarra, o la fotografía como compromiso; por Mílitza Zúpan 640

Fotografía de Roberto Mata

Alejandro Cegarra se sienta a la mesa, pide una taza de café y comienza a hablar; no hacen falta preguntas. Dice que le gusta dar sus opiniones sobre política, pero sin insultar a nadie. También dice que casi no aparece en medios de comunicación y trata de evitar que su rostro aparezca en redes sociales: un foto reportero no debe exponerse. Por eso hoy se arrepiente de haber sido protagonista de una controversia en Twitter, a principios de año, durante las manifestaciones que ocurrieron en Caracas.

La imagen de un guardia que, aparentemente, agredía a un hombre con condiciones especiales se hizo viral en la red social y pronto varios medios así lo reseñaban. La fotografía era de Alejandro Cegarra, quien estaba cubriendo los hechos para la agencia Associated Press, y de inmediato desmintió lo que se decía, también a través de su cuenta en Twitter: Carlos Requena, el supuesto agredido, en realidad estaba siendo auxiliado por el guardia. “Subí toda la secuencia de fotos para desmentir a La Patilla porque me molestó muchísimo que ignoraran los captions (leyendas) y no sólo conmigo, lo han hecho con Reuters, con AFP, lo han hecho como adrede”.

Cegarra pasó de 800 a 5500 seguidores en media tarde, y medios como Alba Ciudad y Aporrea se hicieron eco de la polémica. “Fue un error total porque me expuse. Creo que lo que debí haber hecho fue tratar de contactar directamente al medio porque, al tratar de ponerlo al escarnio público, terminé poniéndome a mí. Hay que tener cuidado, más aun cuando son cosas tan delicadas, porque una cosa es decir algo como Alejandro Cegarra pero, una vez que lo sueltas, pasa a ser de todo el mundo y todo el mundo lo interpreta como le da la gana”.

Hay una pausa, mientras ultiman detalles para fotografiar la entrevista. Cegarra aprovecha para sacar una cámara de su bolso y ponerla sobre la mesa, pero no se trata de cualquier cámara: es una Leica, uno de los equipos más valorados por fotógrafos de todo el mundo. Cuenta que fue uno de los premios que recibió al ganar el Leica Oskar Barnack al novato del año, y no disimula la enorme sonrisa. Además de sus controversias en Twitter –también denunció cuando lo agredieron en concentraciones de oposición–, este año el fotógrafo fue noticia por los reconocimientos internacionales que obtuvo. Y solo tiene 24 años.

Cegarra fue seleccionado para participar en 30 Under 30, exposición que organiza la agencia Magnum con treinta fotógrafos de todo el mundo, menores de 30 años, en Birmingham, Inglaterra –allí ganó la mención People Choice Awards–; en PHotoEspaña 2014 también estuvieron sus fotos. Además del Leica, ganó el Tercer lugar del Sony World Photography Awards, categoría Temas contemporáneos –se postularon 140.000 trabajos–, y, por decisión unánime del jurado, obtuvo la beca Ian Parry que otorga una prestigiosa organización inglesa. Todos esto lo logró gracias a uno de sus trabajos: El otro lado de la Torre de David.

La experiencia de recibir estos reconocimientos, viajar y poder conocer a tantas personas que admira, la ha procesado como aprendizaje y motivación para seguir haciendo lo que hace. Ahora, mientras sigue trabajando para AP, Getty Image y Contrapunto.com, planea ir a hacer un reportaje en algún lugar de África o Latinoamérica con Dominic Nahr, un joven fotógrafo suizo que conoció en sus días de premios. También planea cómo lidiar con sus padres cuando el plan se concrete, pues ellos no se sienten cómodos con su profesión; temen que algo le ocurra.

Se graduó como licenciado en Publicidad y trabaja como fotógrafo. ¿Cómo ocurre esa transición?

Estaba estudiando cuarto semestre de Publicidad y mi mamá se compró una cámara, pero no sabía ni cómo funcionaba. Me dijo que si aprendía a usarla, me la podía quedar. Busqué información sobre cursos y llegué a la escuela de Roberto Mata. Empecé a hacer fotografías, poco a poco, y llego un punto en el que fue tomando más y más peso. Comencé a llevar un blog personal, me propuse publicar algo cada mes, pero no podían ser fotos solas, sino pequeñas historias. Un día, Iván González, que en ese entonces era jefe de Fotografía de Últimas Noticias, vio el blog y me llamó para hacer unas suplencias. Recuerdo que tenía unas pasantías de publicidad y las dejé para hacer la suplencia de solo un mes. Después de ese mes intenso de fotografía, que me sirvió como escuela, decidí ser fotógrafo no publicista.

De las tantas facetas que tiene la fotografía, usted se interesó en el fotoperiodismo, ¿por qué?

Creo que hubo dos momentos importantes. Uno fue haciendo un taller que organizó la escuela de Roberto Mata con los fotógrafos estadounidenses David Walter Banks y Kendrick Brinson. Fuimos a Petare en Semana Santa y para mí ese fue un detonante. Me gustó mucho ese taller, me divertí haciéndolo, fue como una cachetada mental.

El otro fue cuando, haciendo la suplencia en Últimas Noticias, me mandaron a la cárcel de Yare a hacer las fotos de las mamás de los reclusos, durante el Día de las madres. La Guardia Nacional me agarró por el cuello y me llevaron, asustado, a un cuarto atrás. Yo, con 21 añitos, estuve 6 horas preso en Yare, humillado, maltratado, golpeado, esposado. Al salir dije: Yo quiero ser fotógrafo, justamente, para impedir este tipo de cosas, y ahí dejé todo de lado, casi dejo la universidad.

Dice en su blog que hay una frase de la fotógrafa Kendrick Brinson que se ha convertido en una filosofía, a la hora de trabajar: “Siempre dispara para ti mismo”. ¿A qué se refiere?

Cuando uno trabaja para un medio siempre se tiene que apegar a las líneas de ese medio. Lo que hay que buscar es el balance entre darle eso al medio y ser siempre tú mismo, fotografiar lo que tú crees que vale la pena. Siempre que fotografío trato de olvidarme de para quién lo estoy haciendo. Pienso: Ellos me contrataron porque les gusta mi forma de fotografiar, lo voy a hacer para mí, como siempre lo he hecho. Desde que ella me lo dijo, me ha funcionado. Cada vez que estoy atorado, me digo: ¿Qué me gustaría fotografiar?

Más allá de las pautas que le asignan los medios, ¿cómo elige los temas de sus trabajos?

Buscando qué me gustaría fotografiar, qué no estoy entendiendo, qué me da curiosidad. Es eso, lo que me causa indignación. Ser fotógrafo, más allá de conocer la técnica, es también ser capaz de fotografiar tus sentimientos. El trabajo que hice sobre la Torre de David surgió porque vi unos documentales que me parecían malísimos y decidí hacer uno para entender qué pasaba allí y, a medida de que yo fuese entendiendo, la gente entendiera conmigo. Y quería dar mi punto de vista de lo que yo había entendido.

Ahora estoy haciendo un trabajo sobre la violencia. Es algo que me indigna, que me molesta mucho. He perdido muchos amigos por ese tema, más allá de que se hayan ido del país o que los haya tenido que enterrar. Tengo mucho pánico a las armas, me asustan muchísimo, me asusta salir herido, y lo más difícil de ser fotógrafo es cuando decides fotografiar lo que más te asusta, es ese el momento cuando te la juegas. El de la violencia es el trabajo que más me asusta de todos y llevo dos años haciéndolo, aquí en Caracas.

Alejandro Cegarra, o la fotografía como compromiso; por Mílitza Zúpan 640A

Fotografía de Roberto Mata

¿Cómo se decidió a jugársela?

Uno no se propone hacer un trabajo sobre la violencia y Caracas sola te lo pone enfrente. El trabajo comenzó una vez estaba manejando en la autopista, había un piquete de la policía y, como siempre cargo la cámara y un carnet, me acerqué. Habían matado a un moto taxista, pude tomar las fotos y luego, cuando las vi, dije: Aquí hay algo.

Después, quise probarme que era capaz de subir a Petare con la policía, con un chaleco y no asustarme; lo hice, hubo un tiroteado, un preso. Y, poco a poco fueron ocurriendo más cosas: Un moto taxista me llamó para contarme que le mataron a un amigo y me preguntó si quería ir al funeral; otro día, iba manejando y habían matado a unos chicos frente al CCCT. Caracas siempre te pone en la mesa el trabajo, es tan violenta que te lo pone allí.

La Torre de David ya había ocupado mucho espacio en los medios de comunicación cuando usted decidió ir a hacer fotos allí. ¿Busca, conscientemente, mostrar otras visiones de problemas conocidos?

Sé que la fotógrafa Cristina García Rodero fue para Sorte e hizo un gran trabajo, pero yo fui con una idea diferente a lo que habían hecho ella y los demás. Sorte para mí es un sueño, un sueño que no tiene ni pies ni cabeza, no tiene principio ni fin. Eso es lo que quería buscar, esa sensación rara de cuando uno se despierta de un sueño, que no recuerdas nada pero todo está en tu cabeza.

Con la Torre lo que quería hacer era hablar de las personas que viven allí. Nadie había hablado de las personas, todo el mundo hablaba del edificio, de cuándo lo abandonaron, de cómo lo construyeron. Solo había visto un medio comunitario que decía la gente que vive allí adentro está organizada. Ese interés fue como la piedra angular de todo el proyecto.

¿Revisó los trabajos fotográficos que se habían hecho, como el Angela Bonadies y Juan José Olavarría?

Sí, y hablé con ellos, me dijeron que tenía que hablar con alguien antes de ir. Yo lo que hice fue tocar la puerta y decir: ‘Quiero entrar, quiero hacer fotos’, y funcionó. Fue un poco estúpido, pero funcionó. Iba al menos 2 o 3 veces a la semana, en diferentes horarios. Siempre que tuviese un hueco, iba, y a pesar de pasar allí cinco meses, solo tomé 2500 fotos, para publicar 20. Pasé mucho tiempo hablando, jugando futbolito con los chamos… Llegó un punto en el que habían pasado 3 meses y nada más tenía 900 fotos, hasta ellos me decían, ¿no vas a hacer fotos?

¿Siempre se le hace tan fácil aproximarse?

Cuando hice el taller con Banks y Brinson, yo daba por sentado que todos los fotógrafos lograban acercarse mucho. Ellos me preguntaron que cómo lo hacía, entonces me di cuenta de que tenía habilidades que otros no tenían. El resto lo aprendí saliendo a la calle.

Hago una investigación previa porque no me gusta llegar ponchado. Todo es muy abierto, muy sincero, les digo que quiero hacer fotos y el porqué; más de una vez me han corrido. Pero todo ha sido llegar a los sitios y empezar a hablar, lo último que hago es sacar la cámara. Siempre me ha funcionado así. Creo que la mejor forma de aproximarse es escuchar mucho, callarse la boca y solo opinar solo si te lo piden.

¿Ellos, la gente de la Torre, se enteraron de todo lo que ha pasado con ese trabajo, de todos los premios que ha ganado?

Sí. Hubo gente a la que le gustó mucho y otra gente a la que le molestó mucho, porque decían que yo me estaba beneficiando de ellos, que estaba sacando un provecho personal, cosa que no es totalmente falsa. Ese trabajo me ha llevado a donde estoy ahorita, pero nunca lo hice con la intención mercantil de ‘me voy a hacer millonario con esta gente’. Tuve que hablar, incluso con el jefe de la Torre, que se molestó mucho conmigo, y le dije: Lo hice, lo postulé para unos premios, me los gané, pero son reconocimientos al buen trabajo.

¿Cómo maneja situaciones como esa, el obtener beneficios al hacer un trabajo sobre otros y no ser visto como un oportunista?

Siempre trato de tener cuidado con eso. También me pasó en el entierro de los Balsa, los dos hermanos que asesinaron en el Hospital Universitario. Me ofrecieron ir a fotografiar el entierro, todo eso de los malandros armados, robos en la autopista, tipos disparando al aire… No pude fotografiar todo lo que quería. Alguien me dijo: Ten cuidado porque eso es un entierro y si alguien se entera de que estás haciendo esas fotos, te puedes meter en un problema, tanto físico, por tu seguridad, como legal y hasta moral, pueden decir que te estás aprovechando de la muerte de alguien. Es un tema que hay que saberlo manejar y todavía no se cómo hacerlo. Cuando la gente te increpa y te dice, eres un zamuro, es rudo.

¿Siente miedo cuando trabaja?

Siempre está presente, el miedo siempre está. Desde que empecé a estudiar en la escuela de fotografía, decía: Si no saco la cámara, no puedo hacer fotos. Una vez, cubriendo unas protestas en el centro de Caracas, cuando emboscaron a unos estudiantes en la avenida Universidad, mi falta de experiencia hizo que me acercara mucho a un tupamaro y, de repente, sentí un golpe en el hombro y había un tipo intentando quitarme la cámara. La única manera de soltarme fue dándole un golpe con la cámara de frente y correr.

Otro momento de miedo fue el 12 de febrero. Yo llegué a la oficina y casi reventé en llanto por el susto que tenía: Bassil Da Costa había muerto a 10 metros de mí –el estudiante fue asesinado de un disparo en la cabeza durante una manifestación en la esquina de Tracabordo–. Cuando vi que los otros chamos lo agarraron, me di cuenta de que tenía que huir de ahí y salí corriendo con la cámara hacia atrás, tomando fotos. El miedo es parte del trabajo y es lo que te mantiene a salvo. Siempre hay que tener miedo de lo que te pueda suceder.

¿Vale la pena arriesgarse tanto por una fotografía?

Creo que sí vale la pena. Hay oportunidades únicas que ningún fotógrafo puede dejar pasar. Si a ti te invitan vamos a pasar el fin de semana en la cota 905, llévate la cámara y un solo lente, te garantizo la seguridad con unos policías, hasta donde se pueda, ¡vamos! Ahora, si te dicen vamos a hacer unas fotos en el barrio San Blas durante una redada, ahí sí que tienes que estar consciente del grado de riesgo.

El funeral de los hermanos Balsa era algo que tenía que documentar, era decir: Esto está pasando en Venezuela, aquí hay una guerra silenciosa en la que más de 20.000 personas están muriendo al año. Es como un compromiso. Al principio la fotografía es pasión, pero a medida que va pasando el tiempo, tienes el compromiso de. Es un compromiso conmigo mismo, porque si cada cierto tiempo no estoy haciendo algo que denuncie o documente una realidad fuerte, siento que me estoy callando la boca.

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