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Decir amigos; por Alberto Salcedo Ramos

Decir amigos; por Alberto Salcedo Ramos 640

Un reportero veterano me cuenta que ha cubierto varias guerras, muchos crímenes y algunas epidemias, y que ahora solo quisiera escribir una historia de amistad.

A él le sorprende que en los periódicos nunca aparezcan sucesos en los cuales el foco esté puesto en el afecto fraterno entre las personas. Quienes saben ser amigos, dice, encienden luces muy útiles para la sociedad.

Hay que revelar esas historias: la del indigente que es camarada incondicional de su perro, la de la campesina que acoge en su estrecho rancho a la amiga desarraigada por la violencia.

No tienen que ser, necesariamente, hechos heroicos, superlativos: visitar a un amigo sin anunciarse, solo por el gusto de hablar con él, es un altísimo milagro de la condición humana. En este punto cita a García Márquez: “lo que más aprecio de mis amigos es que me llamen por teléfono sin necesidad”.

La prensa debería publicar más relatos sobre la amistad. Por ejemplo, que un hombre donó un órgano a su amigo enfermo, o que una mujer le regaló un clavel a una de sus amigas, simplemente porque le nació hacerlo.

Le respondo que llevo años atragantado con una historia que tal vez sea como esa que él quiere contar. En 1986, cuando mi hija Oriana tenía un año, le compré unas zapatillas blancas con los últimos pesos que me quedaban.

Ese mismo día María Bernarda, su madre, se la llevó en brazos a una plaza de mercado. Cuando volvieron a casa, María Bernarda venía llorando porque una de las zapatillas de la niña se había extraviado. Me quedé triste, y luego le conté el caso a Alberto Martínez, periodista que entonces era mi compañero en el diario El Universal de Cartagena. Se lo conté de manera más bien casual, mientras tomábamos café en el pasillo.

Al rato vi cómo Alberto organizaba en el periódico el sorteo de un pollo asado. Él mismo anotó los números en un pliego de papel cuadriculado, y luego recorrió las instalaciones del periódico ofreciendo la rifa.

Por la noche, al regresar a casa, descubrí la causa del sorteo imprevisto que tanto me había intrigado: Alberto se lo inventó de repente, sin avisarme, solo para comprar de nuevo las pequeñas zapatillas. Cuándo vi los piececitos de mi hija supe que estaba ante un amigo al que amaré hasta la muerte.

El reportero veterano dice que quiere contar algo de ese tenor, justamente. Una historia que, según él, sea al mismo tiempo sencilla y poderosa: “mujer le dona un riñón a su amiga”, “hombre le regala un clavel a su amigo”.

— ¿No era al revés?

— Da igual. Se trata de mostrar que la gente no solo debe ser noticia cuando se mata: también debería serlo cuando se quiere.

¿Cómo no va a ser noticia que florezca la amistad a pesar de las guerras y otras atrocidades?, insiste.

Coincido con él.

Mientras consideremos que lo bello es indigno de resaltar, seguiremos jodidos. A nuestros países no los salvará el aumento del Producto Interno Bruto sino el tener ciudadanos de los que se prodigan incondicionalmente en la amistad, de esos a los que uno les regalaría un clavel o un riñón.