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El bully bueno; por Willy McKey

El bully bueno; por Willy McKey 640A

Ultimo día de vuelta a clases en el liceo. Octubre de 1996. Ser de los más grandes, eso que los otros pasaban cuatro años esperando, no me era ajeno. Yo era un bully, un sometedor. Un bully bueno, eso sí.

Durante la secundaria desarrollé cierto talento para el apocamiento del otro por acoquinamiento psicológico. La bondad radicaba en que mis víctimas preferidas eran los otros bullies: los malos.

Pero en las vacaciones previas a aquel último primer día de clases, mi condición secreta de lector se manifestó en un astigmatismo galopante. El oftalmólogo decretó como obligatorio el uso de lentes. Salí del consultorio con la fórmula que codificaba mi ceguera y me supe blanco fácil. Llevar lentes era una tragedia.

Ser un bully –bueno o malo– depende de una sola cosa: parecerlo. Esas vacaciones también leí una enorme cantidad de cómics. Kalimán, Condorito y Boogie, el aceitoso, junto a The Spirit, Sin City y The Watchmen. En todos había una constante: los tontos suelen llevar lentes.

Con lentes en mi último primer día de clases. ¿Qué diría mi grupete, listo para ejercer la supremacía? Tras el portón del Instituto Cecilio Acosta me esperaban el irónico de sangre fría (¿Comedian?), el guapo de la partida (¿Ozymandias?), la eterna madrina del liceo (Silk, sin duda), el bajito malandro (¿nuestro Rorschach?) y el otrora repitiente “hijo de fulano” (el arma secreta, Dr. Manhattan). Al fin en la cima de la cadena alimenticia. Ellos no leían cómics, pero éramos unos The Watchmen que bailaban Proyecto Uno y comían tequeñones con malta.

Aquel lunes, ante mi vergüenza de dioptrías, ninguno se rió. Se habían enterado de quién nos daría Física. También hay profesores bullies, patéticos personajes que creen que cada aplazado es una medallita que los honra. Mi imposibilidad para concentrarme en una sola cosa –ahora lo llaman TDAH– me permitió escuchar a la villana augurando su nuevo récord de aplazados. Ahora o nunca. Debía anular el efecto de los lentes con alguna acción.

Me le acerqué a la tipa bajo un sol de mediodía. La vi a los ojos. Nos careamos en un silencio de último capítulo. Fue justo allí, mientras le decía: “Ya veremos quién raspa a quién…”, que el consejo noventoso de mi padre en aquella óptica de Catia surgió efecto: los cristales fotocromáticos de mi montura –recomendación de mi viejo– dejaron de ser transparentes y ñoños, convirtiéndome en el único tipo con lentes oscuros de todo el patio. Nite Owl, el Búho Nocturno de The Watchmen, también estudiaba en Propatria.

Sonó el timbre. Ahí (justo ahí) empezó una raspamentazón en Física por la cual todavía se recuerda a la XV Promoción del ICA.

Ni en The Watchmen ni en el liceo ganan siempre los buenos.

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