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Al límite // #Venezuela: ¿se gesta una nueva, abyecta sociedad?; por Luis García Mora

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El gobierno del presidente Maduro luce sacudido hacia su centro de gravedad. Supuestamente este domingo (hoy) este hombre anunciaría nuevas leyes económicas y cambios en su gabinete. Y desde ya se daba como un hecho la inminente salida de Ramírez de PDVSA. El problema al parecer es su sustituto. ¿El presidente de CITGO?

En estos momentos de definiciones, al Alto Gobierno se le rompe la crisma. Parece mentira, pero aparte de que el sucesor de Rafael Ramírez debe conocer la industria petrolera nacional, ¡vaya!, por lo menos tiene que saber hablar inglés.

Pasar a Ramírez a la Vicepresidencia sería como pedirle a Maduro que se resignase a entregarle gran parte de la administración del Gobierno (cosa que, por lo demás, no estaría mal, digamos por un asunto de capacidades individuales instaladas). Y eso es algo que aparentemente luce imposible.

Se habla de movimientos en el bull pen, como los de entre capos con dotes de mando. Y, como decía un amigo mío comentarista, al margen de que las distintas facciones se peleen por las cuotas de poder que reclaman, como si fueran un mandato constitucional, ninguna acepta ser desbancada del Ejecutivo. De manera que aparece la pregunta: ¿qué y cómo harán con Ramírez?

Hasta ahora, en medio de la turbulencia, Maduro no se ha atrevido a (no digamos sacar) tocar a ninguno de este tren ministerial que afecte los intereses de los diferentes clanes que integran el poder (y cuyo poder e influencias avanza irremediablemente). Requeriría de un apoyo que sólo tenía el Líder aquél. Arreaza, por ejemplo, un día le pone junto con todo el tren ministerial la renuncia en la mesa y al otro día Arreaza está igualito y habla que habla.

Es más: se dice que algunos funcionarios “de primer orden” advierten que de ahí no los sacan ni con lanzallamas. Niet. “¡De aquí sólo me podía sacar el Comandante!”, diría. Así que, como se ve, es aparte del país avanza por inercia y a la deriva.

Pero lo peor es que al mismo tiempo la crisis se agudiza. ¿Qué consideraciones produce esto? ¿En qué situaciones de peligrosidad nos estaría metiendo esto?

En principio, es verdad que una sociedad completamente controlada no existe. Pero la venezolana, amigo lector, no sólo luce como si no la estuviera controlando nadie: es como si se estuviera creando por encima (o por debajo, o por detrás) otra sociedad. Una que, como me señalaba acertadamente una inteligente economista amiga, “no está ni en el librito rojo ni en el azul”.

Anómala por completo.

Por ejemplo: es tal la magnitud de es que llaman la economía sumergida, que es imposible que Maduro y sus muchachos la dominen.

Y aclaremos: la economía sumergida es la suma de la economía informal y la ilegal. La economía informal, esa actividad económica legal, aunque oculta a efectos registrables por razones de elusión fiscal o de control administrativo, sumada a la economía ilegal, como el tráfico de drogas y de armas, el lavado de dinero y la prostitución. Todo con sus propias reglas, sus propios mecanismos y sus dinámicas invisibles.

Es otra sociedad que se les escapa. Una a la que hoy y aquí no la controla nadie.

Ya es archiconocida, dentro y fuera del país, la magnitud del negocio del narcotráfico, del tráfico de armas, del lavado de dinero, desde dentro y desde fuera de la deshilachada macroestructura del Estado venezolano.

Perdimos los referentes.

No sabemos de dónde partimos ni a dónde vamos. Ni desde el Gobierno ni desde la Oposición.

Y hacia el fondo del colectivo venezolano, hacia la base, como lo refería esta semana una joven pero tremenda activista social, Marialbert Barrios, a chavistas y antichavistas: “La gente está en el ojo del huracán”. Y otro subestimado pero dirigente social de fuerza, Julio Jiménez Gédler, conocido como Julio Coco (quien ha participado ya en más de 100 asambleas populares en 11 estados) considera que “Hay una lucha de abajo hacia arriba” y que el escenario social actual es parecido al de 1998. Al mismo tiempo, Gonzalo Gómez, coordinador nacional de Marea Socialista y militante del PSUV, advierte enérgicamente que “Se está confiscando a los sectores populares la conducción del partido”.

O sea: que lo que a Acción Democrática y Copei le costó cuarenta años llevar a cabo (una desconexión con sus bases populares casi total), a la actual dirección del chavismo y del PSUV, después de la muerte de Chávez, sólo le ha bastado unos pocos meses para lograrlo.

Y precisamente, como decía alguien, “en éste: el año de la política”. El 2014 es el año en el que ni las tremendas dimensiones de este descontento y desencanto han sido capaces de obligar a que la laxa dirección política partidista, aparentemente opositora al régimen, organice, movilice ni conduzca nada.

Por lo que la población, en sus interioridades de mayor miseria y frustración ciudadana, se desenvuelve totalmente desprendida de las cúpulas, buscando cómo salvarse por su cuenta.

Son poderosas las corrientes subterráneas en conflicto. Son poderosas las corrientes subterráneas que se mueven.

Como esgrime Marialbert Barrios desde estas bases: “Uno no sabe en qué momento la dirección política consideró que sólo a través de las redes sociales, como en los Estados Unidos de Obama, se iba a arrastrar al pueblo con ella o el pueblo iba a elevarse sobre sí mismo”.

La diferencia entre el 2002 y 2003 y ahorita es que antes estaban completamente metidos en Globovisión: ahora están completamente metidos en Twitter.

Y como la plata no alcanza, compay, y ven a su dirección más pendiente de su entorno y sus posibilidades parlamentarias que del centro del problema mismo, ¡cuidado y el trompo se les termina de ir de las manos!

Sí: ¡cuidado! ¡Cuidado Oposición y cuidado Gobierno!

Es inminente el regreso de muchas cosas a su cauce. Tanto Oposición como Gobierno aparecen ante nuestros ojos disociados, fragmentados en su seno. Así que están surgiendo elementos nuevos. Como por ejemplo que “tanto chavismo como oposición tienen divisiones internas y ya no son los dos grandes bloques unidos”, como dicen.

Y mientras unos hablan de una lucha de abajo hacia arriba, otros refieren una lucha de las bases contra las castas, con las militancias y las bases expresando su disconformidad.

Unas más cautas y otras menos, claro está.

Dada la dura magnitud de la crisis actual en las bases, la polarización se está empezando a romper. Y, como dice Julio Coco, se están gestando las condiciones para una “insurgencia”, quizás de rostro similar a las del escenario de 1998, cuando sólo Chávez y Miquilena (o al revés), pudieron producir una lectura real del conflicto. Claro, como subraya el dirigente, en un escenario donde la represión (actuante y anunciada) sería mucho más violenta que la de Caldera, amén de que entonces no estaban presentes como ahora “las mafias delincuentes del narcotráfico”.

Sin embargo, y según la óptica del juvenil liderazgo social (dispuestos a equivocarse), se trataría de una “insurgencia” de las bases contra todo el liderazgo establecido.

En un año o menos se estará pasando hambre. Y entonces: “La gente no va a creer”. Como me comenta Marialbert: “No va a quedar piedra sobre piedra”, de manera que los plazos se tornan cortos.

La gente piensa que todo el mundo es corrupto. Desde muy arriba hasta muy abajo. Y hasta el menos moralista en la calle ocasionalmente experimenta una náusea moral.

Hay un inadecuado planteamiento de cómo usar el poder.

Las facultades clásicas del espíritu se han perdido. Y a pesar de que uno voltee a ver hacia todas partes, por ningún lado se ve fuerza moral, ni magnanimidad, ni vigor, ni vitalidad, ni generosidad, ni lealtad ni, por encima de todo, sentido cívico.

Pero para este sentido bellaco de la actuación pareciera algo propio de idiotas.

¿Políticos vigorosos, con talento, preparados y realistas?

No.

¿Hombres severos, sagaces e incorruptibles?

Tampoco.

Aplastar el espíritu cívico de los venezolanos y hacernos soportar humillaciones resignadamente es como querer obligarnos a ser presas de estos fanfarrones, destructores y déspotas.

Según el expresidente colombiano Ernesto Samper (ahora presidente del Mercosur): “Maduro es un hombre de diálogo y de paz”.

Pensemos que sí, a ver, porque la bondad es una virtud. Perola bondad, cuando es mal administrada, puede dejar que los intrigantes y los de carácter más fuerte te dominen (Maquiavelo dixit) y así generar caos y corrupción.

No hay méritos para la flojera en la textura política del estadista.

No dura.

Porque, como celebraban Jenofonte y Tito Livio, lo que hay que admirar en un estadista es todo lo contario: la energía, la audacia, el espíritu práctico, la imaginación, la vitalidad, la disciplina de sí mismo y la perspicacia, el espíritu público.

Firmeza en la adversidad y fuerza en el carácter.

Y, , querido amigo lector: al país le han destruido su espíritu.