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El Emperador de China; por Antonio Ortuño

El Emperador de China; por Antonio Ortuño 640

Es fama que María Kodama, la viuda de Borges, es una suerte de dragón que custodia, con notable mal humor y ocasional achicharramiento de incautos, el legado del espléndido escritor argentino. A ese peculiar club de damas erizadas se ha unido, desde hace tiempo, Carolina López, viuda del chileno Roberto Bolaño. Aunque no hay comparación posible entre los estilos, temperamentos y obras de ambos autores (por más que Bolaño haya vindicado a Borges como uno de sus dioses tutelares, en parte, según sus biógrafos, para molestar al medio literario de su país, que le tenía y le tiene cierta fobia al vecino), sus viudas han terminado hermanadas en el rigor autoimpuesto de la ortodoxia.

El objeto de sus iras, eso sí, es bien diferente. Mientras que Kodama se preocupa, ante todo, porque nadie toque a Borges con el pétalo de una cita no autorizada ni, mucho menos, con una edición de sus textos que no le asegure los respectivos royalties, la señora López se ha obsesionado con establecer un cerco de control sobre lo que se difunde de la biografía de quien fue su marido. Ya ha conseguido que la justicia chilena prohíba la emisión televisiva del documental Estrella distante (un trabajo serio, nutrido con entrevistas, que ha terminado por ser una especie de “biografía no autorizada”) y lleva empeñada algunos meses en que, de hecho, se emita alguna especie de auto legal que prohíba que una presunta rival en amores, Carmen Pérez de Vega, sea identificada como “la última pareja” del narrador y poeta, como ha sucedido en varios reportajes, documentales y ensayos (una de las que han debido encarar la ira de la viuda es la periodista argentina Mónica Maristáin, autora de la puntual biografía titulada El hijo de Mr. Playa, editada en México por el sello Almadía).

Más allá de las reflexiones inevitables sobre la voracidad o falta de perspectiva de algunos herederos (que ya hemos abordado en diferentes momentos en este espacio), queda claro que lo único que logran los deudos al erguirse como “defensores” del legado de un escritor es dificultar su difusión y ridiculizar su figura a fuerza de idealizarla. Y, peor aún, idealizarla al grado de falsearla. ¿Tiene alguna importancia literaria si Roberto Bolaño le fue o no fiel a su esposa legítima? ¿Es un problema estético o intelectual si decidió relacionarse o no con otras personas? ¿Gana algo el estudio de su vida y obra si se oculta información sobre ella? ¿Leeremos de modo diferente 2666 o Los detectives salvajes si un juez decide que se eliminen ciertas referencias y menciones de personas cercanas al autor en los registros? ¿No es una paradoja demasiado ruda que un “libertario” como Bolaño, un tipo cuyo prestigio se debe a un estilo insolente y retador de las convenciones, sea sometido a un trato postmortem similar al de los emperadores chinos o egipcios, sujetos a que sus herederos borraran, incluso de la piedra eterna, los nombres de concubinas caída en desgracia o hijos “bastardos”?