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El derecho a reinventarse, por Juan Gabriel Vásquez

El derecho a reinventarse, por Juan Gabriel Vásquez 640

¿Podemos exigir el olvido? hace un par de semanas, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dio a los ciudadanos el derecho de reclamar a los buscadores de Internet que eliminen de sus servidores informaciones de carácter personal. El caso que motivó el fallo fue muy sencillo: un español que una vez fue deudor de la Seguridad Social —y cuyos bienes fueron rematados en su momento— quiso que desaparecieran de los servidores las noticias relacionadas con esa deuda ya subsanada. Pero ese caso simple nos obliga a pensar en otros que lo son menos, y también, inevitablemente, en la relación conflictiva, difícil y novedosa que tenemos con el mundo virtual, ese espacio memorioso donde uno sigue siendo para toda la vida lo que alguna vez fue o —peor aún— lo que otros dijeron que uno era.

La historia del derecho al olvido en Internet es breve, por supuesto, pues sólo comenzó a existir a finales de los años 90. Entre los primeros países que apoyaron este derecho —los primeros países, quiero decir, cuyas cortes apoyaron este derecho— estuvieron Argentina y Estados Unidos. En el caso argentino, se trató de una mujer famosa que quiso hacer desaparecer ciertas fotografías de la web con el argumento de que estaban siendo tratadas como pornografía; los casos norteamericanos son demasiado numerosos para nombrarlos. Pero no he podido obviar la idea de que Argentina y Estados Unidos son dos países de inmigrantes, construidos sobre la gente que llega de fuera buscando una nueva vida; son países, por lo tanto, donde el derecho a reinventarse está más vivo que en otros. Y esto es lo que está en juego en Internet.

La mitología norteamericana está llena de hombres y mujeres que cruzan una frontera estatal o llegan de países lejanos para rehacerse bajo otro nombre: a veces, tras cometer errores imperdonables y aun crímenes; a veces, tras ser víctimas de esos crímenes y querer —con sobrada razón— dejar su pasado atrás. No puedo no pensar, por ejemplo, en El gran Gatsby, la novela de Fitzgerald, cuyo personaje principal es un hombre de origen humilde que invierte todas sus energías en construirse una biografía para conseguir el amor de una mujer. Jay Gatsby —nacido Gatz— construye una fortuna de origen incierto, un pasado heroico en la guerra y unos orígenes sociales de relativo prestigio, y toda esa elaborada reescritura de su propio pasado tiene un solo fin: merecer a Daisy, convertirse en alguien digno de Daisy. En La mancha humana, una de las grandes novelas de Philip Roth, Coleman Silk es un prestigioso profesor blanco y judío, pero no siempre lo fue. Silk nació de raza negra; en cierto momento de su juventud se dio cuenta de que tenía la posibilidad de dejar de ser el que era y de ser otra persona; y la tomó. En la serie Mad Men, un hecho de guerra le permite a un hombre que no es Don Draper ser Don Draper y cambiar maravillosamente su vida.

La posibilidad no deja a nadie indiferente: dejar de ser el que una vez fuimos o el que los demás quisieron una vez que fuéramos, desprendernos del cruel peso del pasado, llevar una existencia libre de los errores y las culpas. Se trata de uno de los rasgos más fascinantes del ser humano, y debería ser parte de cualquier discusión seria sobre ese universo incontrolable y a veces inhumano de Internet.