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Por suerte, por Martín Caparrós

Por suerte, por Martín Caparrós 640

Ángel Di María, tras marcar el gol de la victoria Argentina / Fotografía de Sebastiao Moreira (EFE)

Pagaría –no sé qué pagaría– por saber qué tiene este pibe en la cabeza. En el segundo tiempo, apretado contra la raya por dos guardias suizos, decidió salir de ahí, desde un lugar de donde nadie sale. Saltó al primero, quebró al segundo, corrió hacia el área, eludió a un tercero, se la dejó a Palacio a ocho metros del arco –pero le rebotó. Pagaría –no sé qué pagaría– por saber qué pensó: ¿que Valdano o Burruchaga las metían? ¿Que su pase podría haber sido mejor? ¿Que la próxima vez la sigue él?

Messi debe sufrir; todos sufrimos. Ayer terminamos dando lástima. Cortando clavos. Pidiendo la escupidera. Rezando, santiguando, apretando el izquierdo. Y en el último segundo nos salvó la suerte, un palo, un rebote milagroso; Romero, helado, la miraba. Helada, la Argentina.

Pero antes habían pasado 120 minutos en que el patrón de los octavos se cumplió con creces: el equipo supuestamente superior solo consigue quebrar al inferior –que se defiende a ultranza y, de tanto en tanto, intenta algún ataque– en el final. Sucedió, con muy ligeras variaciones, en siete de ocho partidos.

A la Argentina le costó un Perú. Salvo 25 minutos del segundo tiempo, donde sí tuvo ritmo y movimiento, el equipo fue espeso, previsible, lento. La defensa era un hueco; Fernández, imposible; Mascherano sofocando incendios. Más arriba, la pelota no circulaba fácil, se trababa. Había arremetidas de Messi, sobre todo, y Di Maria, algún centro de Rojo; el resto, en las tinieblas.

Se diría que es una idea equipo para otro campeonato. Está armado para aprovechar su contragolpe rápido pero enfrenta contrarios que se amontonan y lo esperan. No encontraba caminos; cuando el técnico hizo cambios fue peor. Basanta, un central, por Rojo, lesionado –porque no llevó otro marcador de punta. Biglia, un volante defensivo, por Gago –cuando había que organizar jugadas para llegar al gol.

Argentina sigue sin ser un conjunto –ni de lejos. Mejorará mucho el día en que por fin Messi se devuelva una pared, desborde, eche el centro y corra a cabecear. Mientras tanto depende de que Di Maria –que ahora es justo héroe, que equivocó cuatro de cada cinco intervenciones– pueda seguir corriendo más allá de la lógica.

Aunque ahora todo va a cambiar. El patrón de octavos no sirve para cuartos: se encontrarán equipos supuestamente equipotentes y no habrá –en principio– diez muchachos emboscados atrás. La Argentina tendrá más espacio para desarrollar algún juego, aunque siga sin tener quien lo arme. Pero tendrá, también, que soportar ataques más frecuentes con una defensa que no para a nadie. Quizás ahora sí empiece ese golpe por golpe que alguna vez previmos. Va a ser dramático; quizá, con mucha suerte, no sea trágico.