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Ramón J, por Francisco Suniaga

Por Francisco Suniaga | 25 de junio, 2014

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El conocimiento personal que tuve del doctor Ramón J. Velásquez, “periodista e historiador, ex ministro, ex senador y ex Presidente de la República”, tal como quedó descrito en la primera frase de El pasajero de Truman, fue precisamente por la escritura de esa novela. En el proceso de investigación, había leído ya buena parte de su obra y casi que memorizado el infausto episodio del Hotel Ávila, cuando tuve el placer de sentarme a conversar con él por primera vez.

Fue un desayuno hace unos diez años y me sorprendieron dos cosas: su buen apetito y el hecho de que pudiera repetir de manera casi textual, palabra por palabra, el mismo parlamento que le había leído en dos trabajos, separados por varios años, en el diario El Nacional, para referirse a la nefasta mañana en que se hizo pública la insania de Diógenes Escalante. Contó la historia de largo un tirón y rechazó con firmeza cualquier intento mío de interrumpirlo con alguna pregunta, circunstancia que me hizo poner en los labios del personaje Velandia esta expresión:

“Cuando me toca contar algo, que a nuestra edad es invariablemente de un tiempo remoto porque ya no nos pasa ni somos testigos de nada nuevo, echo mano del único recurso posible para minimizar el daño que a la veracidad pueda hacerle el deterioro de mis facultades mentales, concretamente de mi memoria. Tengo un camino para cada historia y no me salgo de él. Las cuento exactamente igual en cada oportunidad. No tomo atajos, no hago resúmenes, no incorporo elementos distintos a los sabidos ni opino sobre otras versiones. No me gusta que me interrumpan porque es la forma más fácil de perderme, y, si me pierdo, comienzan los problemas”.

Una estrategia personal que, aunque se tratara de un juicio del autor de la ficción libresca, revelaba a Ramón J como el periodista que era. Me parecía, además, una forma sensata y responsable de manejar el dilema del testigo que se convirtió en actor, pues debió significar para él una gran carga ser el único depositario del registro veraz de un instante crucial de nuestra historia republicana, narrarlo miles de veces y no distorsionarlo nunca.

Contó la historia citando nombres y acontecimientos con una soltura que parecía imprudente en un país donde siempre hay algo que ocultar. Después, al leer un ensayo suyo sobre lo que puede o no decir un historiador entendí su postura:

“En la historia, la culpa de lo ocurrido, si la hay, o la responsabilidad por los acontecimientos vergonzantes o bochornosos, si los hubo, no es de quienes los cuentan sino de quienes los hacen”.

La investigación sobre la novela iba ya bastante avanzada cuando quise entrevistarme con el doctor Velásquez aquella primera vez. Su relato oral, en términos estrictos, no fue sino la verificación en vivo de lo que había escrito o dicho sobre el tema, pero fue fundamental para la novela porque desbarató mi idea inicial de excluirlo como personaje. La razón era que me parecía demasiado obvio: todo el mundo conocía su relato y su participación en aquella dramática circunstancia. Esa entrevista me convenció, sin embargo, de que ese episodio y Ramón J estaban fundidos en uno y escribir la novela sin él iba a resultar imposible.

Durante el proceso de escritura de la novela no quise volver a hablar con él. Aunque no me faltaron ganas, estimé que sería imposible tomar distancia con el personaje si además de estar en la novela estaba en mi cotidianidad. Volvimos a reunirnos a finales de 2008, cuando el libro ya había sido impreso. Fui a visitarlo a su casa para llevarle un ejemplar y conversamos largamente sobre ese y otros temas. Me citó para el miércoles siguiente, una vez que lo hubiese leído, para hacerme sus comentarios.

En la siguiente visita, cual escolar complacido por haber hecho su tarea de manera exhaustiva, me esperaba con un block de notas donde había una gran cantidad de comentarios. La entrevista, gratísima, fue además bastante extensa porque el doctor Velásquez se explayó de manera magistral en la historia de Diógenes Escalante, mucho más allá de lo que el libro cuenta. Sin duda que con sus comentarios habría sido posible hacer más rica en detalles la novela, pero entendí que ese era el precio que había que pagar por tenerlo como personaje en ella. Y bien que valió la pena.

El final del diálogo entre nosotros fue una buena muestra de su empeño denodado por ser, al mismo tiempo, actor y testigo de su vida. Le expresé que había tenido el temor de haberlo maltratado en la novela y me cortó diciéndome: “Usted nos trató a los tres con gran justicia”. Luego, para mi sorpresa, en la despedida a las puertas de su casa, me retuvo y me sorprendió al preguntarme:

– ¿Cómo supo usted que Hugo Orozco y yo nunca habíamos siquiera hablado?

– No lo sabía –le respondí–. Después de haberme entrevistado con los dos, supuse que era verosímil que no lo hubieran hecho. Y como no soy historiador sino narrador, eso me bastaba.

– Nunca hablamos –se lamentó–. En aquellos años, porque él tenía una posición muy importante, era como una especie de Ministro de la Secretaría del doctor Escalante, y la mía era modesta. Después, porque aunque parezca mentira, jamás coincidimos. Igual le envié mensajes con distintos mensajeros para que habláramos y él jamás mostró interés.

Fue todo un privilegio y un honor haberlo conocido en ese plano, no siempre hay oportunidad de hablar con un historiador y con la historia misma.

Mis condolencias a todos los venezolanos, a su familia y en particular a su hijo Gustavo, mi amigo.

Francisco Suniaga 

Comentarios (10)

Adriana
25 de junio, 2014

Innecesario que siempre dejan a Hugo Orozco como alguien sobrado o poco afectuoso. Lástima que nunca pudo leer el libro, pero los que lo conocemos sabemos que era único e increíble

Ramón Guerra
25 de junio, 2014

Es justo traer al público este episodio que tiene como protagonista al Dr. Ramón J. Velásquez para no dejar caer con facilidad en las garras del olvido a este venezolano ejemplar. Saludos Francisco, Ramón Guerra.

Edgardo Malaspina
25 de junio, 2014

ROMÁN VELANDIA ES RAMÓN VELÁSQUEZ

Hay que conocer el pasado para saber hacia dónde vamos. Esa ha sido una máxima de los historiadores y cronistas. Pero hay momentos históricos que son difíciles de entender por carecer de algunos eslabones que hacen que el todo se cubra de nubes. La literatura viene en nuestro auxilio con la historia novelada. El pasajero de Truman, de Francisco Suniaga es una de esas novelas que arroja luces sobre un hecho estelar, pero incomprensible y absurdo ,en la vida política de Venezuela ,como lo fue la candidatura presidencial del Dr. Diógenes Escalante en 1945 y el desarrollo de una enfermedad que terminó en locura. El mal acabó no sólo con las aspiraciones del candidato, sino que también sirvió de detonante para una serie de acontecimientos que desembocaron en el derrocamiento del presidente Isaías Medina Angarita. Es más, muchos expertos están convencidos que la locura de Escalante dejó su impronta deletérea en el quehacer político nacional, por cuanto no se detuvo en el derrocamiento de Medina el 18 de octubre del 45, sino que influyó en la materialización del de Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, en la implantación de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y aún sigue con su influencia negativa, afirman quienes gustan hilar largo. En más de 300 páginas, Suniaga nos relata lo que verdaderamente sucedió. La obra es una novela; pero una novela de no-ficción, según lo entendía Truman Capote: las cosas se cuentan tal como fueron, a través de testigos de excepción que acompañaron en todo momento a Escalante. Uno de ellos es Hugo Orozco (Humberto Ordoñez en la novela) ,secretario de Escalante cuando se desempeñaba como embajador de Venezuela en EEUU; el otro es Ramón J. Velásquez ( Román Velandia),también secretario, pero cuando Escalante era candidato presidencial. Todos los factores políticos coinciden en designar a Escalante presidente de la república para evitar la vuelta del gomecismo y seguir con el proceso de reformas e implantar una democracia con la participación de todos los venezolanos a través del voto popular. Todo se viene abajo la mañana cuando Escalante afirma que le robaron las camisas. Le demuestran que las camisas están en su ropero, pero entonces él dice que se las cambiaron. Unos médicos diagnosticaron arterioesclerosis; otros, esquizofrenia (lo más probable es que tenía los dos males). En todo caso el detonante fue el estrés, por el exceso de trabajo, porque ambas enfermedades ya existen, desde hace tiempo antes de manifestarse claramente. Sólo esperan el movimiento del gatillo. Escalante temía por su salud mental. Y leía literatura sobre el tema. Nada raro, los hombres y mujeres tenemos tres grandes miedo: a la muerte, a las guerras , y a la locura. El presidente y amigo personal de Escalante, Truman, envió un avión a Caracas para llevárselo a un hospital norteamericano. Nuestro candidato que nunca llegó a presidente se convirtió entonces en El pasajero de Truman.

Carol
25 de junio, 2014

Fue a través del Pasajero de Truman que comenzó mi pasión por la escritura de Suniaga. Persigo sus columnas, sus escritos. No soy de la generación de Diógenes Escalante, y tenia poco conocimiento de ese período vital de nuestra historia. Me puso a volar la imaginación pensar en una historia distinta con un presidente así. Me atrapó saber que quien contaba parte de esa historia en la novela era Ramón J. Velasquez, me hizo sentir que tenemos una historia corta, que teníamos los personajes de nuestra historia vivos. Ya no queda, se nos marchó la historia viva, no sin antes dejar evidencia de donde venimos, muy agradecida por eso. Nos queda a las nuevas generaciones mantener vivo el espíritu democratico, mantener vivo el pais por el que lucharon tantos. QEPD Ramon J. Velasquez.

alfredo avila
26 de junio, 2014

Excelente articulo. Digno homenaje a la memoria de Ramon J. Seria interesante promover un sobro sobre él.

enio rossi
26 de junio, 2014

Es un homenaje a un venezolano admirable pero el artículo deja el sabor de una país que debemos conocer para quererlo más.Me pregunto porqué hemos vivido tantas desgracias si hemos producido gente como el Dr Velásquez y el Profesor Suniaga.

Francisco Suniaga
26 de junio, 2014

Gracias a todos los lectores por sus comentarios. El mío va dirigido en particular a “Adriana”. Ciertamente, conocí muy poco a Hugo Orozco, apenas el tiempo de tres entrevistas, y no me pareció, y así lo reflejo a lo largo de mi libro -en el que es una figura principalísima del drama de Escalante- como alguien “sobrado”. No sé cuáles líneas de esta nota puedan reflejar eso, pero si se refieren a las últimas, cuando RJV me despidió a las puertas de su casa, puedo asegurar que no lo dijo con propósito distinto a explicar que en la jerarquía política de entonces, Orozco ocupaba una posición muy importante,que representaba al candidato y se codeaba con las personalidades políticas de la época. RJV era apenas un secretario para ordenar la correspondencia e informar al candidato Escalante quién era quien. Saludos y gracias de nuevo por los comentarios.

luis villafane
27 de octubre, 2014

disfrute su libro y ahora este excelente articulo que diría fue un delicioso postre

Valentina
27 de febrero, 2016

Disfruté muchisimo el libro. No tenía conocimiento sobre la existencia de Diogenes Escalante y esa parte de la historia de nuestro país, debo decir que al terminar de leer el libro e investigar me rompió un poco el corazon

Humberto Castellano Granado
23 de enero, 2017

En 1945 año en que ocurren los hechos históricos que Ud. magistralmente conduce a través de un estilo narrativo que obliga al lector a no abandonar con facilidad la lectura de sus secuencias en el espacio y en el tiempo histórico en que ocurrieron; es una muestra evidente de la técnica narrativa novelada tan interesante que Ud. utiliza. Felicitaciones por este esfuerzo literario puesto al servicio de la verdad de nuestro historial político nacional. Un ejemplar de su libro “El pasajero de Truman” me fue autografiado por Ud. en la ciudad de Maracaibo el 03 de junio de 2010, gesto que he estimado mucho por la deferencia muy especial que este gesto suyo significa para este modesto venezolano que a sus 86 años,sigue manteniendo particular interés por seguir conociendo los entretelones de nuestra historia politica del ayer cercano.

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