- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Mueren, luego existen; por Alberto Salcedo Ramos

Mueren, luego existen; por Alberto Salcedo Ramos 640

Treinta y dos niños mueren calcinados dentro de un autobús. El país señala con rabia al responsable obvio de la tragedia: Jaime Gutiérrez Ospina, el chofer.

Las autoridades lo incriminan porque no tiene licencia de conducción. Además, su vehículo no está al día en la revisión tecno-mecánica.

Algunos testigos dicen que, poco antes de la calamidad, vieron a Gutiérrez Ospina tomándose una gaseosa tranquilamente, mientras los niños se dedicaban a abastecer el autobús de gasolina.

Se rumorea que el incendio se habría desencadenado debido a que en el interior del vehículo iban varios recipientes llenos de gasolina de contrabando.

El chofer fue enviado a la cárcel en compañía de Manuel Salvador Ibarra, el pastor que lo contrató para transportar a los niños. Un juez de control de garantías consideró que ambos representan un peligro para la sociedad.

No creo que el chofer y el pastor sean los únicos culpables: en muchas regiones de Colombia la inoperancia del Estado es propicia para este tipo de desastres.

Que mueran treinta y dos niños al tiempo, achicharrados, es una tragedia estrambótica aun en un país tan familiarizado con el horror como el nuestro. Pero no nos engañemos: aquí siempre hay alguien que se está muriendo como consecuencia del abandono estatal y las imprevisiones.

Mueren porque deben movilizarse por vías en mal estado, mueren porque viven en las márgenes de las carreteras y a cada instante se juegan la vida compartiendo el espacio con vehículos raudos conducidos por choferes imprudentes, mueren porque siempre ha sido muy peligroso juntar el hambre con la falta de educación, mueren porque nuestro Estado parásito y abusador está pendiente de los ciudadanos a los que puede esquilmar pero no de aquellos que no tienen ni dónde caerse muertos.

Muere accidentada la pobre señora que, para ahorrar sus centavos en forma temeraria, se moviliza en mototaxi; muere electrocutado el pobre hombre del tugurio que se roba la energía para ver el partido de la selección Colombia. Mueren por necesitados, por excluidos, porque pertenecen a esa vasta legión que Eduardo Galeano llama “los nadies”, los nadies que “valen menos que la bala que los mata”.

El chofer y el pastor, aunque exciten a las hordas que en nuestro país bárbaro siempre reclaman linchamientos, son también unos pobres diablos aunque hayan sido los villanos de turno: ellos también se estaban muriendo desde hacía rato, y ahora recibirán condenas superiores a las de cualquiera de los muchos asesinos que nos han bañado de sangre.

Hoy se cumple una semana del accidente. En Colombia, donde las noticias envejecen más rápido que en el resto del planeta, una semana es una eternidad. A estas alturas la prioridad en nuestro circo nacional es la política, y ya los niños muertos empiezan a hacer tránsito hacia el olvido.

Mientras nosotros elegimos al nuevo capataz del circo, muchos compatriotas miserables sobreviven como pueden a la tragedia de pertenecer a un país que cuenta sus votos e ignora sus voces. Un país donde necesitan inmolarse para que se sepa que existen.