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Otra vez el todo vale, por Juan Gabriel Vásquez

Otra vez el todo vale, por Juan Gabriel Vásquez 640

Se sorprende algunos de que Uribe no haya presentado ante la Fiscalía las pruebas de sus acusaciones contra la campaña de Santos.

No sé por qué: para cualquiera que haya seguido de cerca su manera de hacer política, incluidos sus seguidores, lo que está sucediendo es de una transparencia casi conmovedora. Un día aparece en los medios una serie de hechos probados sobre la campaña del Centro Democrático, hechos tan graves que en un país más decente acabarían con sus aspiraciones; casi de inmediato, Uribe lanza al aire —al aire de los medios de comunicación— sus acusaciones sin prueba. Y los periódicos y las emisoras y las cadenas de televisión no tienen más remedio que informar, de manera que para el público se crea mágicamente esta ilusión: que las dos circunstancias, los hechos probados sobre el hacker del Centro Democrático y las acusaciones sin prueba sobre los dos millones de dólares, son equivalentes.

No lo son, y el Centro Democrático sabe que no lo son, pero eso no le importa. La verdad no importa, y menos en época de elecciones, y menos aún cuando el Centro Democrático iba perdiéndolas irremediablemente. Por supuesto que todos los colombianos, incluidos los votantes santistas, tendrían interés en comprobar la verdad de las acusaciones de Uribe; para Uribe, por otra parte, la manera más expedita de sacar a Santos de la carrera sería presentar sus pruebas. Pero no lo hace. Se niega a presentarlas a la Fiscalía; llega al extremo risible de escoger a quién las quiere presentar. Los constitucionalistas se ríen de él, los magistrados se ríen de él, pero es una risa preocupada: pues lo que queda es el daño, el terrible daño a las instituciones. No es la primera vez que Uribe se atreve a llevarse por delante la estabilidad democrática y la limpieza política, por no hablar de la Constitución y la ley. Pero sus actos de los últimos días dan un nuevo sentido a esa ética del todo vale con que gobernó al país durante ocho años.

La gran perdedora, claro, es Colombia. Uribe es Bazile en El barbero de Sevilla: “La calumnia, siempre hay que llegar a la calumnia”. La acusación velada que han practicado desde siempre Uribe y los suyos —contra periodistas o campesinos o jueces u opositores— ha tomado el lugar de las propuestas políticas. Ahora el país se asoma a una violencia verbal que no se veía desde tiempos de Laureano Gómez, y nadie puede decir que esa violencia venga de Santos. El problema es que la violencia vende: en este país desorientado y temeroso se confunde la agresión con el valor y la mesura con la debilidad. Hace unas semanas, la campaña de Uribe no iba para ninguna parte; ahora, tras las revelaciones gravísimas sobre el hackeo y el intento de vender noticias falsas a RCN, tras las acusaciones sin prueba que se han usado para desviar miradas y diluir escándalos, leo por primera vez que Santos va por detrás en las encuestas.

Así que la estrategia de Uribe cobra sus frutos. “El golazo de Uribe”, tituló la revista Semana. Es curioso que en la caricatura salga Uribe con camiseta colombiana, cuando debería ser evidente que el golazo se lo metió al país. Mientras tanto, yo escribo toda una columna sobre el Centro Democrático y no he tenido que mencionar ni una vez al candidato.

Es como si no existiera.