Artes

La segunda muerte de Lara, por Alberto Salcedo Ramos

Por Alberto Salcedo Ramos | 13 de mayo, 2014

La segunda muerte de Lara, por Alberto Salcedo Ramos 640

El escritor Nahum Montt me contó una historia que me impresionó, relacionada con su novela Lara.

La recordé esta semana porque se cumplieron treinta años del asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, un exministro al que conviene tener presente con más frecuencia.

Lara era un hombre honesto que había cuestionado el hecho de que el Nuevo Liberalismo incluyera en sus filas al narcotraficante Pablo Escobar.

En parte como consecuencia de sus reclamos, Escobar fue expulsado del partido, una afrenta que nunca perdonó.

Después, como ministro de Justicia, Rodrigo Lara mostró pulso firme. Impulsaba una reforma judicial que endurecería las penas para los narcotraficantes, y además consideraba que el Tratado de Extradición con Estados Unidos sería un arma muy útil en el combate contra las drogas.

Meses atrás, cuando Lara aspiró al Senado, los narcotraficantes le habían tendido una trampa: infiltraron su campaña con un millón de pesos, a través de Evaristo Porras, proveedor de coca que entonces era desconocido y andaba libremente por las calles de Colombia.

Así que para deslegitimar a Lara como ministro los narcos sacaron a la luz pública el cheque del millón de pesos. Lara fue respaldado por el presidente Belisario Betancur, y a partir de entonces se obsesionó por demostrar su honradez.

Para ello se jugó a fondo en una cruzada contra los narcos. Necesitaba dejar claro que jamás había hecho ningún trato con ellos y que no les debía nada.

Los narcotraficantes recibieron un golpe tremendo: la Policía Nacional les destruyó un complejo cocalero que tenían en la selva, conocido como Tranquilandia: 19 laboratorios, 8 pistas de aterrizaje y 13.8 toneladas métricas de cocaína, avaluadas en 1.200 millones de dólares.

Lara sabía que estaba sentenciado, pero le daba más valor a su honra que a su vida, así que ejerció el cargo con el arrojo de un kamikaze. Se inmolaba para salvarse.

De todo eso nos habla la estupenda novela de Nahum Montt. El retrato de Lara es tan vívido que uno vuelve a verlo en cuerpo y alma: ve el mechón rebelde de su cabello lacio, oye su voz firme, recuerda su rostro siempre serio, percibe sus pasos en la oficina, escucha sus conversaciones frecuentes con el periodista Guillermo Cano, rememora sus ideas políticas, siente sus miedos, y además lo redescubre como un padre amoroso a pesar de su fuerte carácter.

Aquí vuelvo entonces al punto de partida: la historia de Nahum Montt que me impresionó.

Un día se encontró con Paulo José, el menor de los hijos de Lara Bonilla. Paulo José, quien apenas tenía tres años cuando Lara fue asesinado, le agradeció a Montt por haberle permitido conocer en la literatura al padre que no conoció bien en la vida real. Sin embargo –añadió con rostro grave– necesitaba hacerle un reclamo:

– Usted es el responsable de la segunda muerte de mi padre.

Nahum dice que quedó sorprendido. A continuación el joven le espetó el siguiente argumento: como el libro era una novela, no parecía descabellada la idea de torcerle el cuello a la historia para que, por lo menos en la ficción, su padre se salvara. El autor de la obra pudo haberle regalado a Lara la vida que le negó la realidad, pero no lo hizo: él también era asesino.

Aunque el argumento le resultó extraliterario, Nahum se entristeció al oírlo, y deseó con toda su alma reescribir la novela para alargar la vida de aquel hombre ejemplar.

Es cierto que en la novela Lara es asesinado por segunda vez, pero en la ficción muere para inmortalizarse. En cambio en la realidad murió para siempre, pues su sacrificio parece haber sido inútil: los narcos siguieron siendo poderosos aunque mantengan ahora un perfil bajo. Financian políticos, fomentan la corrupción, exportan drogas, patrocinan nuestra guerra.

La coda histórica de la novela es desalentadora: Colombia produjo 610 toneladas métricas de cocaína en 2006, 180 toneladas más que en 2004. La cifra aumenta año tras año, porque mientras haya consumo, habrá producción.

La lucha contra las drogas, tal y como está planteada desde hace años por imposición de Estados Unidos, es absurda: los países consumidores ponen las fosas nasales y nosotros ponemos la sangre.

Lo que nos mata, entonces, no son las novelas. Para nosotros la condena de Sísifo no es literatura sino triste realidad: cargamos cuesta arriba una roca que siempre nos aplasta.

Alberto Salcedo Ramos 

Comentarios (2)

Edgard J. González.-
13 de mayo, 2014

Es esencialmente incoherente esa solicitud de mantener con vida al padre, pues sería el equivalente a la dichosa Máquina del Tiempo que, de existir y funcionar, trastocaría todos los eventos ya ocurridos y nos lanzaría a una vorágine de absurdos terribles. Ese chamo debe conformarse con las imágenes del padre que no conoció, obsequiadas en las páginas del libro que describe la ejemplar y rara trayectoria de Rodrigo Lara, uno de los pocos que se ha enfrentado al descomunal y primitivo poder del Narcotráfico y la Demagogia. Tampoco la realidad es tan simple como la propone Salcedo, con esa dicotomía de los EEUU haciendo de malos en la película, y todos los demás de víctimas y buenos en la fantasía conveniente. Un remake de “Del buen salvaje al buen revolucionario”, que busca minimizar los vicios y defectos de los aplaudidores de esas máculas como las FARC, el ELN, y los NarcoCapos.

javier monzon
14 de mayo, 2014

El dificil la lucha contra el narco. Hay que lograr cultivos alternativos y eliminar lasd plantaciones de cocas. Hay que crear fuentes de trabajo honestas para los que se dedican a esas actividades delictivas; pero como es dificil que alguien que gane la plata facil y en grandes cantidades se “acoja al buen vivir”, entonces, o hay que construir mas carceles para los miles de encorregibles, con lo que no estoy de acuerdo, o habilitar la pena de muerte para esos crimenes, (con lo que si estoy de acuerdo. No pueden ser las narices consumidoras como dice el autor, las que determinen el funcionamiento del “negocio”, sino el Estado colombiano. No se puede taponear las fosas nasales a los consumidores, pero se puede ir eliminando a las fuentes y a los narcos.

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