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El derecho a la felicidad, por Umberto Eco

Texto publicado en El Espectador

Por Umberto Eco | 30 de abril, 2014

El derecho a la felicidad, por Umberto Eco 640

A veces me pregunto si muchos de los problemas que nos aquejan hoy en día —nuestra crisis colectiva de valores, nuestra susceptibilidad a la publicidad, nuestro insaciable deseo de aparecer en TV, nuestra pérdida de perspectiva histórica— no podrían atribuirse a un malhadado trozo de texto en la Declaración de Independencia de Estados Unidos.

Como reflejo de la fe masónica en la magnificencia y el progresismo del destino, ese documento establece que “todos los hombres son creados iguales y están dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables, entre los cuales están el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Suele decirse que, en la historia de la fundación de naciones, este documento fue el primero en declarar explícitamente que el pueblo tiene derecho a la felicidad más que simplemente el deber de obedecer. Y, a primera vista, efectivamente esto parece una afirmación revolucionaria, pero con el tiempo también ha provocado malas interpretaciones.

Se han escrito incontables volúmenes sobre la felicidad, desde tiempos de Epicuro y aun antes. Pero a mí me parece que nadie puede decir definitivamente lo que es realmente la felicidad. Si nos referimos a un estado permanente —la idea de que una persona pueda ser feliz a lo largo de toda su vida, sin experimentar jamás un momento de duda, sufrimiento o crisis—, una vida tal sólo podría ser la de una idiota o la de alguien que vive por completo aislado del resto del mundo.

El hecho es que la felicidad —esa sensación de plenitud absoluta, de alborozo, de estar en las nubes— es efímera. Es episódica y breve. Es la alegría que sentimos por el nacimiento de un hijo, al descubrir que nuestros sentimientos de amor son correspondidos, al tener el boleto ganador de la lotería o alcanzar una meta por mucho tiempo acariciada: ganar un Óscar, el trofeo de la Copa Mundial o algún otro logro culminante. Puede ser provocada incluso por algo tan simple como un paseo por una hermosa extensión de campiña. Pero todos estos son momentos transitorios, después de los cuales eventualmente vendrán momentos de miedo y estremecimientos, de dolor y de angustia.

Tendemos a pensar en la felicidad en términos individuales, no colectivos. De hecho, muchos no parecen estar muy interesados en la felicidad de nadie más, tan absortos están en la agotadora búsqueda de la propia. Consideremos, por ejemplo, la felicidad que sentimos al estar enamorados: con frecuencia coincide con la desdicha de alguien que fue desdeñado, pero nos preocupamos muy poco por la decepción de esa persona, pues nos sentimos absolutamente realizados por nuestra propia conquista.

La idea de la felicidad individual impregna el ámbito de la publicidad y el consumismo, en el que todo parece constituir un camino hacia una vida feliz: el humectante que nos devolverá la juventud, el detergente que elimina cualquier mancha, el sofá que tan milagrosamente podemos comprar a mitad de precio, la bebida que nos reconfortará después de la tormenta, la carne enlatada en torno a la cual se reúne jubilosa nuestra familia; incluso las toallas sanitarias que les evitan a las mujeres esos momentos de inhibición y bochorno.

Rara vez pensamos en la felicidad al momento de votar o de enviar a nuestros hijos a la escuela, pero casi siempre la tenemos en mente cuando compramos cosas inútiles. Y al comprarlas, pensamos que estamos disfrutando de nuestro derecho a buscar la felicidad.

Pero, a final de cuentas, no somos bestias desalmadas. En algún momento nos vamos a interesar por la felicidad de los otros. A veces eso sucede cuando los medios nos muestran la desgracia en su extremo: niños que mueren de hambre mientras son devorados por moscas, pueblos enteros devastados por enfermedades incurables o barridos por enormes marejadas. En esos momentos no sólo pensamos en la desgracia de los demás, sino que podemos sentirnos impulsados a ayudar. (Y, si de paso nos ganamos una deducción de impuestos, pues ni modo).

Quizá la declaración de independencia debió de haber dicho que todos los hombres tienen el derecho y el deber de reducir la infelicidad del mundo, la propia y la ajena. Quizás entonces habría más estadounidenses que entendieran, por ejemplo, que a nadie le conviene oponerse a la ley de atención médica accesible. Por supuesto, como son las cosas, muchos siguen oponiéndose a ella a causa de la equivocada sensación de que esa ley les obstaculizará ejercer otro derecho al parecer inalienable: la búsqueda de felicidad fiscal.

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Texto publicado en El Espectador

Umberto Eco 

Comentarios (8)

lola
1 de mayo, 2014

Por “reducir la infelicidad ajena” es que los venezolanos hemos llegado a vivir esta miseria.

Cuidar los intereses personales no tiene nada de malo, siempre y cuando no menoscabe los intereses ajenos. La felicidad va de la mano con la igualdad, y cuando hablamos de igualdad, me refiero a la igualdad de oportunidades. Es cierto que hay personas desfavorecidas, pero las desgracias de unos no deben ser la hipoteca que otros tengan que pagar.

Lo que dice el autor sobre:”Quizá la declaración de independencia debió de haber dicho que todos los hombres tienen el derecho y el deber de reducir la infelicidad del mundo, la propia y la ajena” es la razón por la cual se quiere imponer la propiedad social y restringir las libertades individuales.

Son los principios altruistas-colectivistas los que llevan la sociedad hacia la decadencia. Si Ud quiere personalmente hacer algo por las personas desfavorecidas, entonces nadie se lo impedirá.

melodia792
1 de mayo, 2014

NO conocìa este aspecto de Umberto Eco que me ha gratamente sorprendido. Sí la felicidad del individuo es episòdica, un instante huyente que se alterna a largos tratos de sufrimiento y de dolor. La muerte se acerca y no puedo hacer nada para remediar a la infelicidad del hombre si no ha transcurrido su vida en el amor.

J. Alejandro
1 de mayo, 2014

No es lo mismo el derecho a la busqueda de la felicidad, que el derecho a la felicidad.

El primero está basado en el derecho individual natural. Para el segundo es que se inventan estas barbaridades:

El “Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo” en Venezuela.

Luis Pirela
1 de mayo, 2014

Este artículo me ha recordado de una película que vi hace poco, se llama “The Fever” (http://www.imdb.com/title/tt0368725/?ref_=nm_flmg_act_17). Es interesante cómo algunos encuentran felicidad en el consumismo material, mientras que otros la encuentra en lo opuesto: la desinteresada idea de darse al mundo. Creo que de lo anterior, se podría decir que el concepto de felicidad, como bien lo ha dicho el Sr. Eco (así lo interpreto), es casi imposible de definir en una connotación que nos satisfaga a todos. Pero eso no quiere decir que no todos la entendamos o no seamos parte de ella, al contrario. Yo por ejemplo, la veo como un mándala que nace dentro de uno mismo, que no proviene de otros, pero que sí se puede exteriorizar (sin garantizar que los demás lo interpreten como nosotros queramos o esperamos). Al ser joven (tengo 21 años), no niego que a veces obtener cosas materiales me hace muy grato, podría afirmar que me hace feliz (cuando tuve mi primer celular, por ejemplo). Pero también a mi corta edad, entiendo que la felicidad (en mí caso muy particular), la he encontrado en su mejor expresión en momentos compartidos con “seres queridos” (sustantivo y adjetivo que nunca deben decirse a la ligera), por ejemplo: cuando estaba en una relación romántica (y hasta idílica). Quizás conforme vaya envejeciendo, mi concepto de felicidad mute…pero ojalá nunca pierda el sentido.

melodia792
2 de mayo, 2014

Umberto Eco tiene mi etad aproximadamente ; tambièn vivo desde muchos años en Venezuela. Cuando lleguè me parecìa haber alcanzado un poco de felicidad mas ha sido efimera, considerando la situaciòn del paìs. Con esto no quiero decir que en mi paìs, Italia, se viva mejor. Depende de la edad; creo que no me halaga màs tener dinero cuando antes màs joven no lo tenìa suficiente. Entonces una gran parte la doy en caridad para atenuar la tristeza y el sufrimiento de todos nosotros. Cuando lograràn mi edad se daràn cuenta que la felicidad en este mundo no existe. Tengo la esperanza que exista un mundo mejor despuès de mi muerte fìsica.

N. Vermolen
2 de mayo, 2014

Cuando Thomas Jefferson redactó sobre “la búsqueda de la felicidad” en la Declaración de la Independencia de Estados Unidos estaba invocando la tradición filosófica griega y romana en la que la felicidad está ligada a las virtudes cívicas del coraje, la moderación y la justicia. Debido a que son virtudes cívicas, no sólo atributos personales, la búsqueda de la felicidad por lo tanto no es meramente una cuestión de lograr el placer individual. Según Aristóteles, el hombre cree alcanzar la felicidad con riquezas, o con honores y fama, y otros creen obtenerla por medio del placer. Concluye diciendo que no se alcanza la felicidad mediante ninguno de los caminos mencionados, sino mediante la práctica de la virtud. (La virtud es la integridad y excelencia moral. El virtuoso es el que está en camino de ser sabio, porque sabe cómo llegar a sus metas sin pisar las de los otros, porque pone a los demás de su lado y los lleva a alcanzar un objetivo diferente. El virtuoso es el que “sabe remar contra la corriente”). El Buda describe sus enseñanzas como el correr en contra del camino que sigue el mundo. El camino que sigue el mundo es el camino de la complacencia personal, la búsqueda de la felicidad mediante la persecución de los objetos en los que creemos que vamos a encontrar plenitud y satisfacción real. Por lo tanto la renunciación, al alejarse de las ansias del deseo compulsivo y a la atracción por lo gratificante, se convierte en la clave para la liberación y la paz. Google/Wikipedia; FB: Nelson Vermolen G).

margarita lopez
3 de mayo, 2014

La felicidad es relativa. Lo que satisface a uno, no quiere decir que lo haga con el otro. Hasta para una persona, la felicidad es variable en el tiempo.

Hector A.. Escalona S.
6 de junio, 2014

Sabiamente los constituyente no fraguaren un estado de felicidad, la felicidad no la hicieron obligatoria, lo que permitieron fue su busquedad dejando a la libertad de cada uno tal busquedad, decretar la lucha contra la infelicidad es algo mas restrictivo y que permitiria una intromision del gobierno en todos los niveles, por ejemplo, los gays por lo visto le causan infelicidad a los homofobicos y siendo por lo vistos estos mayorias tendrian que suprimir a los primeros, no recuerdo quien lo dijo pero seguramente parodiando cierta cita “ama y haz los que quieras, pero no estes tan seguro lo que es amar” podriamos decir en la busquedad de la felicidad has de todo, pero ten presente primero que es la felicidad.

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