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Las ventajas del bostezo, por Héctor Abad Faciolince

Las ventajas del bostezo, por Héctor Abad Faciolince 640

El otro día Ricardo Silva señalaba acertadamente que todo lo que ha pasado en esta semana desde la muerte de García Márquez, ya había sido escrito también en las novelas de García Márquez: los funerales a puerta cerrada en la Catedral, para los principales del pueblo y el representante del Papa en estas tierras lejanas; las frases hiperbólicas a favor o en contra del gran Gabo; los enanos mentales que hablaron de enanos morales; la amenaza del infierno; la protesta pública por no haber donado las coronas del Nobel para el acueducto de Aracataca (o incluso el de Bogotá, que dejó de funcionar dos días) en vez de gastarse la plata en una casa en Cartagena y de perder el tiempo escribiendo más novelas… En fin: la tonta y mezquina comedia colombiana que por lo menos esta vez no terminó en tragedia.

Se acabó la Semana Santa, y además de la muerte y resurrección de un dios humano, lloramos la muerte irremediable y celebramos la vida fructífera del más grande escritor de nuestra historia. Ahora vienen las elecciones presidenciales, el 25 de mayo, y la segunda vuelta el domingo 15 de junio, justo un día después del primer partido de Colombia en el Mundial, contra Grecia. Perdedores y ganadores políticos se lamerán las heridas viendo los otros dos partidos de la Selección en la primera ronda, el jueves 19 junio con Costa de Marfil y con Japón el 24 de junio. Si pasamos a la segunda fase será una dicha, y si no, ya habrá quien se encargue de echarle la culpa al gobierno, al nuevo si hay cambio, o al recién reelegido, que también esto está por verse.

Los comentaristas políticos se han quejado en estos días de que esta es “la campaña presidencial más aburridora que se recuerde”. Y miran este aburrimiento con desprecio, casi añorando la dicha de esas campañas presidenciales —por ejemplo la del año 90, en la que cuatro candidatos fueron asesinados en los meses anteriores a la votación—. Concuerdo en que en esas fechas nadie se aburría, y que también era imposible aburrirse con la furia incendiaria de un candidato como Uribe contra el Serpa samperista y el Pastrana pusilánime con la guerrilla. Durante años todo ha sido furor y miedo en un país al borde del abismo. Si algo le debemos a Santos, es verdad, es cierta dosis de cosas aburridas: hablar de vivienda y educación, de carreteras, de acueductos y salud, y el nuevo intento de terminar con medio siglo o con cien años de guerras civiles, mediante conversaciones y sin tiros. ¿No podríamos tener, al fin, un poco de paz, y una segunda oportunidad sobre la tierra como dijo García Márquez en su discurso de entrega del Premio Nobel?

El coronel Aureliano Buendía promovió 32 guerras y las perdió todas. Al firmar la paz se dio cuenta de que “era más fácil empezar una guerra que terminarla” y que “conquistar una derrota era mucho más difícil que la victoria”. Y sin embargo, al volver a Macondo nota que “había tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta años de retraso los privilegios de la simplicidad”.

Sí, nosotros también deberíamos descubrir, al fin, los encantos del bostezo y las ventajas de una campaña aburrida. Tal vez necesitemos menos quijotes y más sanchopanzas, menos héroes y más ciudadanos, más salud, educación, tierra y empleo y menos guerras civiles, más pleitos de vecinos por el ruido y menos ácidos y balazos, más polémicas artísticas, futbolísticas, políticas y literarias y menos delitos de honor y desplazados por la violencia.

Por mucho que el expresidente Uribe trate de enardecer los ánimos y subirles el volumen a la rabia y al peligro inminente, en sus trinos de Twitter, Santos ha conseguido un país más aburrido, más simple, menos bravo y menos aguerrido. Eso para algunos es una lástima. Pero para quienes estamos ya hartos de estos cien años de guerras civiles, de alegrías y tristezas excesivas, los bostezos, la simplicidad y el trabajo sereno son bienvenidos.

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Texto publicado en El Espectador