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Adolfo Suárez: el hombre que vino después de Franco; por Jon Lee Anderson

Por Jon Lee Anderson | 26 de marzo, 2014

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La muerte de Adolfo Suárez —quien sirvió como Primer Ministro democráticamente electo, desde 1977 hasta 1981, el primero tras la muerte de Francisco Franco— marca un hito para España. Suárez era un militante opaco del partido gobernante cuando fue designado para el cargo por el Rey Juan Carlos, quien asumió el trono apenas unos días después de la muerte de Franco en noviembre de 1975.

Suárez fue electo para ese cargo en los primeros comicios libres en España desde 1936 y ayudó a dirigir los frágiles pasos del país durante los siguientes cuatro años, lo que le valió el reconocimiento como el arquitecto de la anhelada transición de la dictadura. Suárez ganó todavía más elogios por enfrentarse a doscientos miembros armados de la Guardia Civil cuando invadieron las Cortes Generales (el Parlamento español) a las seis y media de la tarde el 23 de febrero de 1981, durante una sesión especial en la que se nombraría a su sucesor.

Mientras la mayoría de los políticos presentes se acobardaron o se arrojaron al suelo, Suárez y su delegado se mantuvieron firmes, desafiando abiertamente a los pistoleros de ultraderecha, quienes dispararon al aire y apuntaron sus armas contra Suárez. (El otro líder político que se comportó a la altura ese día fue Santiago Carrillo, el veterano líder del Partido Comunista, quien volvió a España después de años en el exilio gracias al acuerdo secreto que Suárez le ofreció: la legalización del Partido Comunista Español a cambio de que se comprometieran con el proceso electoral). Suárez fue tomado prisionero y detenido en una habitación de las Cortes, custodiado por guardias armados, durante toda la intentona de golpe, que terminó a la mañana siguiente después de que el Rey Juan Carlos dejara claro, en una transmisión televisada a la una de la madrugada, que los rebeldes no tenían su apoyo. El Rey Juan Carlos recibió la atención y la aprobación general durante mucho tiempo por su rol en el suceso, al salir en defensa de la democracia. A pesar de su retraso de siete horas en hacer el anuncio.

Juan Carlos había sido un protegido del dictador, encomendado a continuar su forma de gobierno de derecha. Pero en el momento decisivo, Juan Carlos y Suárez resultaron tener más huesos democráticos en sus cuerpos que lo que sus vidas bajo el franquismo jamás demostraron.

Después, en ese mismo año y tras el retiro de Suárez —quien fue reemplazado por otro político de centro-derecha: Leopoldo Calvo Sotelo—, el Rey Juan Carlos lo nombró duque y Grande de España.

Al cumplirse treinta y ocho años de la muerte del viejo caudillo, el fallecimiento de Suárez puede proporcionar algunas retrospectivas oportunas a los españoles que busquen algo bueno que decir sobre su país, que ha estado atrapado en un extendido malestar mientras trata de salir de una de las peores recesiones económicas de Europa. La economía española, basada principalmente en el auge de la construcción y de una burbuja inmobiliaria, se estrelló en 2009. Pocos países de la Unión Europea, aparte de Grecia, han caído en picada en tales proporciones, lo que resultó en cinco años de estancamiento económico, un 25% de desempleo nacional, recortes en los servicios públicos, un éxodo de su fuerza laboral inmigrante, una fuga de cerebros de profesionales jóvenes que buscan trabajos mejor pagados en el exterior y una deuda pública cercana al cien por ciento del PIB. Agregue a esto un venenoso debate sobre la unidad nacional y la identidad mientras Cataluña, una provincia autónoma, sigue adelante con sus planes de llevar a cabo un controversial referéndum este mismo año para obtener su independencia, más la legislación propuesta por el gobierno conservador de España de reintroducir una rigurosa, y socialmente divisoria, prohibición del aborto.

Incluso la monarquía, que es vista como el pegamento que mantiene unida a la sociedad desde el desempeño de Juan Carlos en la transición, ha descendido en popularidad a causa de un escándalo que involucra al yerno del Rey y a un traspié en 2012, cuando el Rey reveló que había ido a un viaje de cacería de elefantes en Botsuana —un paseo pagado por un lobbyist saudita— y con una mujer que no era su esposa, la Reina Sofía. El Rey pidió una disculpa pública, pero el daño a su reputación y a la de la monarquía puede haber sido permanente.

El jueves le pregunté a Paul Preston, el autor de una famosa biografía de Francisco Franco y otra del Rey, cómo veía el legado de Suárez. Preston escogió sus palabras cuidadosamente: “Después de la muerte de Franco, hubo una colosal demanda de la sociedad por un cambio, la cual se enfrentó contra una determinada oposición de las fuerzas armadas y de la extrema derecha. Lo que hizo Suárez para ayudar al Rey fue llegar a un acuerdo entre la izquierda moderada y los seguidores más progresistas de Franco. Suárez fue un negociador sinuoso y además tenía una estupenda presencia en los medios, lo que ayudó a vender la idea de una transición limitada al público masivo”.

La transición, que incluyó eso que llegó a ser denominado un “pacto de olvido” entre el nuevo orden político de España y la dictadura saliente, ha prevenido a las generaciones siguientes de españoles de la persecución por los crímenes cometidos bajo el largo mandato de Franco, sin mencionar los de la brutal Guerra Civil desde 1936 hasta 1939 que precedió al franquismo. Como consecuencia, los traumas del pasado siguen vivos para muchos españoles hoy en día. Incluso reconociendo las limitaciones de la transición, Preston cree que fue llevada a cabo de la única manera en que pudo haber ocurrido y no culpa a Suárez por sus fallas.

“En aquel momento, no había opción dada la hostilidad de las fuerzas armadas contra la democracia, incluyendo a la Guardia Civil y a la policía”, dijo Preston. Él mencionó otros aspectos dañinos del legado de Suárez, sobre todo la forma en la que el nacionalismo regional de Cataluña y del País Vasco fueron llamados “constructos artificiales” que “le pesaban a España con costos colosales e interminables oportunidades de corrupción”. Pero considerando el legado irresoluto de Franco, dijo: “El fracaso de romper las cadenas con el pasado debería atribuirse a la excesiva cautela de aquellos que seguían a Suárez”.

Suárez, un hombre gallardo y bien parecido, vivió sus últimos años apartado del escenario público, invisiblemente, padeciendo de Alzheimer. En 2005, su hijo anunció que su padre no podía recordar que una vez había gobernado España.

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Para leer el texto original en inglés en The New Yorker, haga click acá

Jon Lee Anderson 

Comentarios (3)

javier monzon
27 de marzo, 2014

Pienso que lo mejor fue lo que promovio Suarez; borron y cuenta nueva. Si los monstruosos crimenes cometidos por ambos bandos durante la Guerra Civil, hubiesen ido a Cortes, media Espana estaria tras las rejas. Solo los viejos recalcitrantes y los jovenes de las ultras -izquierda y derecha- pueden querer revivir ese pasado

jose maria
28 de marzo, 2014

Gran articulo.suarez marco la agenda para transitar de una dictadura a u.a democracia con mucha persuasoon y entusiasmo.eso deberia hacer capriles.

Bosco
28 de marzo, 2014

Buena semblanza de Suárez, aunque España aún se arrepiente de no haber sido capaz de hacer cambios más radicales durante la transición y que barriera definitivamente las desgracias a las que la dictadura la sometió. Por ejemplo, un poder judicial con mucho franquista camuflado y una derecha (hoy gobernante) que lleva a cabo políticas de extrema derecha para contentar a ese “franquismo sociológico” que todavía perdura. Respecto a que sólo la burbuja inmobiliaria ha llevado al país a la crisis económica que atraviesa es demasiado simplista de decir. España es un país industrializado, exportador y el segundo receptor mundial de turistas (60 millones al año) después de los EE.UU. España construyó en exceso, es totalmente cierto, pero quedó plenamente expuesta a la crisis financiera que se inició en los Estados Unidos a partir de 2007. Eso y la falta de políticas de estímulo han hecho que el desempleo esté golpeando de forma indiscriminada al país y que la sociedad española se haya empobrecido.

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