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Al límite: ¿No es hora de que despierte la MUD?; por Luis García Mora

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Ojo: puede ocurrir que la evidente voluntad desmovilizadora de quienes desde la Mesa de la Unidad Democrática quieren conducir la oposición, y hasta los destinos del país, termine por desconectarlos más de la realidad, de la victoria. Porque por más buena intención que tengan, esto de aparecer siempre quitándole fuerza a la acción, por lo que sea, porque con movilizaciones solamente y por la fuerza no se saca a un Gobierno, u otras ideas igual de atinadas, dan la impresión de no estar en el presente de los hechos.

Un ejemplo: además de Leopoldo López, una cisterna de energía política que ha demostrado, con un coraje admirable, que está dispuesto a afrontar la persecución, la cárcel y hasta la muerte, como en la mejor tradición democrática venezolana, está María Corina Machado, uno de los temperamentos políticos mas poderosos del momento, voluntariosamente radical en su planteamiento de salir de este régimen al que considera una dictadura.

Imaginábamos, creíamos que era posible que mientras María Corina cumplía su papel en Washington en esto que ha sido la ocasión para desnudar moralmente a la institucionalidad latinoamericana, aquí la MUD estaría al frente de una inmensa movilización nacional. Fuerte. Poderosa. Como se espera, dadas las prioridades de la agenda venezolana en lo que significa el cese de la persecución, la cárcel, la represión y la tortura, e imponerle así, desde la calle al Gobierno, junto a los muchachos y nuestra multitudinaria clase media, la materialización de un diálogo real para detener lo que se anuncia como el advenimiento de un caos social.

Pero no…

Al margen de la presencia siempre bien recibida de Henrique Capriles Radonski en alguna de las multitudinarias movilizaciones convocadas (sumando su accionar en internet y en lo poco que queda de prensa escrita), no se nota una concreta conducción del conflicto nacional por parte de la MUD.

¿Que estamos sólo a meses de una convocatoria a los comicios nacionales para una nueva institucionalidad parlamentaria? Sí, es cierto. ¿Pero la observancia del cronograma electoral –responsabilidad lógica y hasta obligatoria de cualquier conducta democrática–  los obliga a desconectarse del conflicto, por un mero prejuicio ideológico, y abandonar así la conducción política de esa otra parte del país que está sola, levantada en la calle y soportando los rigores del régimen?

Porque es cierto, como dice Joaquín Villalobos, que los militares disfrutan de mucha autoridad dentro del sistema y por lo tanto es difícil que se vuelvan en su contra. Y también que en combinación con el chavismo rico los militares siguen siendo la principal contención a la radicalización de la protesta. Y también que por ahora se mueven entre la indiferencia y la defensa de un régimen que los beneficia.

Pero quizás por eso es aún más importante que el liderazgo opositor no abandone a su suerte el desarrollo y la conducción inteligente de la protesta… y de las crisis.

Sí, de las crisis. La política. La económica. La social. Sin soslayar la de una institucionalidad aparentemente pulverizada, que el Gobierno y el régimen están en la obligación de enfrentar desde el poder. Porque para eso están ahí. Algunos electos y otros no.

¿Pero y la oposición? ¿Desde dónde pretende enfrentarla? ¿Desde la oficina? ¿Desde los cenáculos?

¿Con partes de guerra meramente retóricos, ante una verdadera paranoia de poder de un presidente y de un régimen que, como afirmaba esta semana Javier Ciurlizza, sin duda alcanzó en los últimos años algunos logros sociales importantes, pero al costo de las libertades civiles, del Estado de Derecho y, finalmente, de la estabilidad y la supervivencia económica del país?

Estamos a punto del quiebre y del colapso.

No, el país no se acaba hoy. Tampoco mañana. Y eso depende también de la oposición. No sólo del Gobierno.

O la oposición soporta al país sobre sus hombros y evita que se hunda o lo hundirá esta administración irresponsable e inepta.

Dadas las características del momento, esto sólo será posible desde la acción democrática y revolucionaria, hecha con asiento en la calle y en los votos.

En ese mismo orden.

Sí. Quizás estemos ante una verdadera revolución. Algo que (por definición) es imposible dirigir desde una boutique.

*

Cráteres

– Para ciertos sectores, la militarización de algunos lugares aceleró lo que se veía venir: la metamorfosis de las barricadas en otras formas de lucha y de protesta. Por ejemplo, en actos de masivos de consignas y de flores y de conversación con los militares. El Gobierno no esperaba esta reacción porque, desde la protesta, la oposición también aprende a desplazarse en zigzag.

– Como decía ese formidable historiador de las ideas que fue Isaiah Berlin, en su estudio sobre la mentalidad soviética: es importante desplazarse en zigzag, no en línea recta, pues el barco se balancea a causa del mal tiempo. Ésa fue la estrategia de Stalin y del Partido Comunista de la URSS para mantenerse en pie durante tantas décadas. Ese “asombroso invento de un instrumento mecánicamente poderoso y exhaustivo para la sumisión de los seres humanos, para quebrar sus voluntades”, al tiempo que intentaba desarrollar sus máximas habilidades para la producción organizada. Que, dice Berlin, “es el sueño de los explotadores capitalistas más despiadados y megalomaníacos, pues emerge de una represión aún mayor de la libertad y de los ideales de la humanidad”.

– Zigzag. Como Chávez, Nicolás Maduro en un gesto hipnótico convocó a una Conferencia por la Paz, al mismo tiempo que pasaba las palancas más brutales de la represión paramilitar y militar. Como en la URSS y como en Cuba: una línea política de sostenimiento a como dé lugar en el poder, administrando períodos de fermentación y avance, hacia el clímax revolucionario por un lado y otros, más frecuentes, en los cuales la situación tiende (o al menos parece tender) a la aquiescencia y la estabilidad.

– Es la etapa de plácida incubación durante la cual, amigos de la MUD, “se ve obligado a adormecer a sus rivales y enemigos potenciales, con una falsa seguridad” en la que acumula fuerzas mediante alianzas ad hoc y adopta disfraces liberales y humanitarios y, además, “cita textos antiguos que impliquen la posibilidad, e incluso el deseo, de una coexistencia pacífica de tolerancia mutua”.

– Zigzag también en la política superior. Ante un Nicolás Maduro que aparentemente se debate entre un fanatismo jacobino autodestructivo y el monstruo del Caribdis de la consciencia y el cinismo post-Chávez, en una sociedad como la venezolana en la que hoy, como decía Berlin de la URSS, “el agotamiento físico y nervioso que el sistema exige (sin ningún propósito humano discernible, más allá de la autoperpetuación del régimen) es espantoso: ninguna sociedad occidental podría sobrevivir a él”.

– Como dice el viejo y respetable jurista Alberto Arteaga Sánchez, ante la aberrante realidad: “Se apela a delitos que no existen; se imputan hechos sin base alguna; se determinan responsabilidades sin juicio ni defensa; se encarcela sin razón alguna, incomunicando a los presos, torturándolos como castigo o forma de intimidación, y para colmo de todo este cuadro trágico, se convoca a un diálogo y se llama a la paz”.