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El 10 de mayo de 2009, el cuerpo del abogado Rodrigo Rosenberg apareció abaleado muy cerca de su casa, en un barrio rico de Ciudad de Guatemala.
El país era entonces, y lo sigue siendo, un lugar devorado por la pequeña violencia: la industria del sicariato es allí tristemente próspera —tanto como lo fue en Colombia hace tres décadas—, pero sus usuarios no siempre son los sospechosos habituales, y los asesinatos políticos (cosa de todos los días, aún 13 años después de terminada la guerra) se mezclan con los ajustes de cuentas entre civiles desmadrados. La recurrencia de los crímenes por contrato es tanta que la esperanza de una solución es casi inexistente, y a nadie se le pasó por la cabeza un final distinto para el crimen de Rodrigo Rosenberg. Quién lo mató y por qué lo mataron eran en el 2009 preguntas que habían perdido sentido; había perdido sentido, también, la idea de que los responsables del crimen fueran a la cárcel.
Pero el día del funeral de Rosenberg pasó algo que nadie hubiera podido prever. Tras las palabras de despedida, Luis Mendizábal, un amigo cercano del abogado, tomó la palabra. “Los que estamos aquí queríamos mucho a Rodrigo”, dijo. Sacó un DVD de una bolsa llena de discos iguales, y añadió: “Si ustedes quieren saber la verdad de lo que le pasó, aquí está su testimonio”. Lo que había en el disco que ese día repartió Luis Mendizábal era una de las grabaciones más impresionantes que sin duda ha visto este tiempo nuestro donde todo se graba. En él, Rodrigo Rosenberg, vestido de saco y corbata y sentado delante de una sábana azul marino que cubría y disfrazaba el fondo del lugar, decía que él no había nacido para ser héroe, hablaba de un país destrozado por la corrupción y el narcotráfico, exhortaba a los guatemaltecos a recuperar o defender su país y hacía, por fin, esta acusación: “Señores, lamentablemente si ustedes están viendo y oyendo este mensaje, es porque fui asesinado por el señor presidente Álvaro Colom”.
La investigación que siguió no se parece a nada que hayamos vivido los latinoamericanos: una de esas tramas policiales que ni el novelista más audaz se atrevería a meter en una novela, por miedo de que le resultara inverosímil. (Baste decir, por rigor periodístico, que el presidente guatemalteco no era responsable de la muerte de Rosenberg). Pero el documentalista inglés Justin Webster le dedicó al asunto varios meses de los últimos años, y su documental Seré asesinado es una maravilla de investigación y una narración tan admirable como inquietante: una gran pieza de este género que tantas satisfacciones puede dar. Justin Webster ya nos había sorprendido con uno de los mejores documentales sobre fútbol que me ha tocado ver —Barcelona confidencial— y con investigaciones políticas testarudas y valientes (una de las cuales lo llevó a meterse, en compañía del juez Baltasar Garzón, en las zonas más arduas del Cauca); y ahora que Seré asesinado se presenta en el Festival de Cine de Cartagena, y ahora que los colombianos tendrán la oportunidad de verlo, no puedo no darles aviso de lo que se perderían si lo dejan pasar. Aunque —o precisamente porque— éste es uno de esos documentales que se quedan con uno y no lo dejan dormir tranquilo.
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17 de marzo, 2014
¿Hay que solicitar al sr. Justin Webster que se dé un paseito por este pobre-ex-rico país? Pero me avergonzará como es-venezolano lo que llegue a escribir o redactar en un documental.