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¿Por qué los estudiantes?, por Federico Vegas

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Fotografía de Carlos García Rawlins (Reuters)

 

El joven Borges a manera de prólogo. En momentos de desconcierto acudo a Jorge Luis Borges como otros acuden a la Biblia. En uno de sus breves ensayos iniciáticos, escrito cuando tenía veintiún años, “Al margen de la moderna estética”, Borges nos habla de cuando sobre sus “espaldas descansa todo lo que posee el orbe de arrogante y de audaz”. Aunque está hablando de poesía y de estética, sus ansiedades y temores nos ayudan a entender por qué son los estudiantes quienes hoy han colocado sobre sus espaldas el futuro de Venezuela. Partiendo de sus palabras voy a ensayar cuatro respuestas.

Porque ya no había nadie más que lo hiciera. Mientras escribía la novela Falke, tuve que emprender una suerte de introspección espiritista y buscar dentro de mí resonancias y empatías con Rafael Vegas, Armando Zuloaga y Juan Colmenares, tres jóvenes entre los 21 y los 24 años que se levantaron contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. Encuentro muy poca diferencia en las vivencias que se dieron en la Calle Larga de Cumaná y las que están ocurriendo en esas calles de Caracas que se angostan cuando son atacadas por un Colectivo y la Guardia Nacional. Si entre los sucesos de 1929 y del 2014 existiera acaso alguna disparidad, esta enaltece a quienes se enfrentan desarmados a iracundos embestidos con armas y licencias para matar. Nunca me hubiera atrevido a proponerles semejante lance. La única protección de los estudiantes de nuestro tiempo es el azar de una pura y simple repartición entre los disparos y sus cabezas. Ellos saben, mientras corren juntos, que la suerte se está repartiendo y extinguiendo segundo a segundo, esperando a que alguno caiga y la ruleta vuelva a girar.

A los 55 años no logré convivir con el alma inmensa de Rafael Vegas. Mis experiencias a su edad nunca se acercaron a las suyas. Hoy caben en mi años de vida tres vidas de las que se están entregando a manifestar en la calle, y con una sola de ellas ya quedo rebasado en experiencia y sacrificio. Sólo me quedan, con suerte, unas dos décadas del futuro por el cual ellos luchan, y apenas me atrevo a decirles con humildad: “En vuestro espíritu me confío”.

Porque ellos carecen de foco y de programa. Diez años más tarde de escribir aquel ensayo sobre estética, Borges empieza a asomarse a otras dimensiones. Ya no habla solo de la vida, también de la muerte, “nuestra más vasta posesión y la más ignorada”.  Esa misma sombra la asomaron los viejos a los jóvenes en el Falke. Justo antes de bajar del barco y entrar en batalla, Román Delgado Chalbaud le dice a los estudiantes:

– Ustedes son jóvenes y valientes. Puede que hoy se crean inmortales, pero sepan que el desprecio a la muerte dura pocos años, así que úsenlo con juicio.

Horas antes, Linares Alcántara le había dicho a Delgado que los estudiantes deberían permanecer en el barco, y utilizó la frase de siempre:

– Ellos son el lujo de este movimiento.

Delgado Chalbaud lo interrumpió:

– Si no pelean, no son lujo sino lastre.

¿Quiénes eran realmente esos estudiantes y quiénes son hoy en día? La principal crítica en 1929 y en el 2014 es que carecían de programa, de foco, y su acción constituye una locura. La paradoja de este argumento es que resulta demasiado cierto e irrebatible, tanto que no parece permitir una opción, una alternativa.

Cuando alguien me pregunta cuál es la solución a lo que sucede en Venezuela le contesto que ni siquiera soy capaz de articular el problema. Es imposible criticar a un desastre que no tiene una arista legible o comprensible por donde agarrarlo. Apenas uno se asoma a los índices de inseguridad, de inflación, de corrupción, de represión hacia los medios, de incompetencia, de atropellos, de secretos y misterios, son tan escandalosas las proporciones que rebasan la capacidad de análisis. Todos los índices suelen venir acompañados de la misma adjetivación: “Los más altos del mundo”, al punto que su sumatoria efectivamente no parece cosa de este mundo. Y uno queda con una desalentada perplejidad: “¿Cómo es posible que semejante país todavía exista?”, “¿Como logra sobrevivir con tal grado de enfermedades?”.

Enfrentar semejante organismo con racionalidad práctica y un sentido de la oportunidad equivale a curar a un paciente cuyos signos vitales indican que está muerto, y cuando el médico le pregunta cómo se siente, contesta siempre con la misma cantaleta:

– ¡Feliz! Una mayoría dice que estoy vivo.

Es difícil hablar de conducción política cuando la política se va separando de la realidad. ¿Cómo tender un puente ante un abismo? ¿Cómo dialogar con un espanto? Desde esta perspectiva la reacción de los estudiantes no fue ni oportuna ni lógica, sino sencillamente inevitable. No solo les falta foco, además están casi ciegos, que es la única manera de enfrentar una realidad que encandila con sus exabruptos y absurdos. Al no estar dirigidos en una sola dirección logran llegar al centro del problema, a su esencia fantasmal. Ya lo decía Duchamp: “Si no hay solución es que no hay un problema”. Y eso es lo que han revelado los estudiantes: El gobierno de Venezuela no constituye un problema, es un poderoso espectro que se sostiene mediante el miedo.

El despertar y el avance de los estudiantes, bajo circunstancias inconcebibles, fue el detonante, la densidad pasional que hizo visible el grado de inhumanidad del régimen, su ausencia de espiritualidad. Es entonces cuando comienza a dibujarse el significado de una guerra civil entre dos bandos tan desigualmente armados que se convierte en la más incivil de las guerras. Hay algo que ahora ha sido plenamente focalizado: no ha habido en la historia de Venezuela una represión contra los ciudadanos tan intensa, tan desproporcionada, tan extendida y llena de ira.

Porque ellos representan la estética y la poesía. El escritor  Peter Handke se define como un “pensador de instantes”. En su libro, Ayer, en camino, reúne sus apuntes de tres años a la deriva. En uno de sus paseos por España recuerda a santa Teresa y escribe;

En la llamada levitación consigues una y otra vez la conexión con tus fundamentos; entonces no tienes miedo de ninguna irrealidad; a la realidad de la historia prefiere la de lo que sucede a cada momento, la del devenir, del ser, del desaparecer”.

Ése es quizás el paseo por el mundo que proponía el joven Borges, o una de las posibilidades, de los descansos. Nuestros estudiantes han tenido que asumir la versión más dura de nuestra realidad histórica, que es precisamente su amargo sabor de irrealidad, de demencia. Por años han estado sometidos a las normas cada día más rígidas que propone la concepción estática de este régimen. Esta es la situación que ha agudizado en ellos una concepción del cosmos dinámica y libre, abierta a interpretaciones y cambios. Es muy doloroso que se hayan visto obligados a  resolver sus vidas en las calles más inseguras del mundo, ahora convertidas en altares de sacrificio. Allí han tenido que encontrar sus sufrimientos y sus goces, allí han debido expresar “la milenaria juventud de la vida que se devora, que surge y renace en cada segundo”.

Ya navegando hacia Cumaná, Rafael Vegas recuerda la manifestación de un 28 de enero, “cuando las niñas más bellas de Caracas seguían de cerca nuestras valientes pasiones”. Ahora las mujeres participan con la misma valentía de esa pasión. Y al llegar a este punto no puedo evitar una imagen dolorosa, que quisiera callar por evidente: las balas persiguen la belleza. Las tragedias siempre ofrecen augurios, providencias y casualidades, como la de una joven llamada Génesis que fue a su primera marcha porque creía en un nuevo comienzo.

Esa fuerza cubre con su manto a todos los estudiantes, al punto que muchos jóvenes inocentes, y sus padres, han querido creer que genera un escudo protector. Grave error, toda fuerza estética es esencialmente frágil. Ya lo decía Rafael Vegas cuando se paseaba por París mientras recordaba aquella “semana del estudiante”, cuando se rebelaron por primera vez:

Comprendo el significado de nuestra inesperada semana de rebelión, pero, ¿cómo podemos repetir algo tan pobremente planificado? ¿Cómo volver a lograr tanto con tan poco? Sabemos que los estudiantes pesan pero me temo que este peso tenga que ver con nuestra liviandad.

Este lograr tanto con tan poco parte de esa misma fragilidad. En apariencia, si solo medimos contextura y armamento, los estudiantes son un enemigo ideal para destruirlo, pero a riesgo de convertirte en un vil Goliat que tarde o temprano recibirá una pedrada del destino. Lo liviano se eleva, pero no desaparece en el cielo, pasa a formar parte de otra dimensión que es imposible contener, reducir, aplastar.

Quienes no logren advertir belleza en las hazañas de nuestros estudiantes, les será más difícil no percibir la fealdad que ha caído como una plaga sobre el gobierno. Esta semana de protestas ha decretado el final del chavismo y su envoltorio de promesas para dar comienzo a un intempestivo y frenético madurismo, con su enorme carga de reiteración y de farsa. Se puede enfrentar un cataclismo económico con encanto y carisma, pero no cuando eres insoportablemente previsible y monotemático. El Hugo Chávez que en la ONU olió azufre en las huellas de Bush, ha dado paso al Maduro que se arrebata con un tweet sobre un collarín volteado y reta a un escritor a una junta médica. Hasta Chaderton luce más acartonado y tieso, como atrapado en una crisis de inercia, al salir sonriente y triunfante de la OEA.

Y luego están las imágenes y los testimonios más horrendos, las palizas, los balazos a los hogares, los estudiantes asesinados como si le dispararan a monigotes en una feria, mientras la oligarquía revolucionaria vive en una cúpula jurando que los está invadiendo el imperio. Toda su estructura se ha tornado feroz, gótica, como en un esfuerzo concertado para crear “un eterno y mustio universo de pretéritos símbolos”.

Porque los estudiantes definen una historia. Andrés Cardinale sostiene que los pueblos solo tienen historia cuando son capaces de imaginarla. Ésa era mi meta al escribir la novela Falke, y mi principal escollo, porque no lograba conectarme, ver las escenas, imaginarlas, sentirlas. Hasta que un día alguien me contó que a finales del siglo XIX los estudiantes en París se rapaban el pelo antes de los exámenes para no salir de juerga. No sólo le corte el pelo al rape a Rafael Vegas, también me sometí a la misma operación y, pasándome la mano por los retoños, pude imaginarlo estudiando, cerrando el libro, marchando a un destino desconocido.

Este asunto del pelo se regó al resto de la novela. Pocos días después Armando Zuloaga le explica a Rafael Vegas cuál es la única verdadera diferencia entre ellos y “esa pila de viejos”:

¿No viste cómo durante la reunión todos se escarbaban los pelos de la barba como buscando restos de comida? Algunos incluso se aferraban a ambos extremos del bigote. ¡Qué manera de manejar una situación! Usan el bigote como si fuera el manubrio de la historia. 

Aquí estamos ante otra fuerza de los estudiantes, su capacidad de hacer la historia imaginable, de hacernos sentirla y sufrirla en nuestros huesos. Lo comenta Delgado una noche: “Es imposible hablar con ustedes y no pensar en lo que uno fue o creyó ser”, y luego se extiende:

Uno cree que la historia es remota y ajena, hasta que el tiempo se detiene y se le viene encima. Hay épocas, como la mía, en que los jóvenes no tenían tiempo de conversar con los viejos, simplemente los retaban o se arrimaban. Ahora todo cambió: Juan Vicente Gómez paralizó la política. Tiempo para hablar es lo que sobra.

Y nos llegó el día en que ya no pudimos hablar más. Los sucesos de febrero tendrán un impacto impredecible sobre el futuro y también sobre el pasado. Es la piedra de David que ha caído sobre un agua estancada. Es por eso que sus ondas son tan visibles, tan concéntricas. Leopoldo López, quien logró fusionarse con esa potencia que parecía dormida y despertó y es quien más ha apostado al rendir su libertad a una esperanza tan frágil como inmensa, ha repetido muchas veces: “Estamos del lado correcto de la historia”. Es sin duda una frase arrogante y audaz que ha comenzado a hacerse cierta.

El sacrificio espontáneo de quienes menos poder y organización tienen está escribiendo un nuevo libreto, una nueva gesta que va delineando la maldad de un cascarón vacío, sin más cohesión que el poder, el manejo del botín y el miedo a ser condenados por la historia.

Y la historia está cambiando de bando. Ella adora a los innovadores, a los creativos, los desmedidos. Y Chávez lo fue, tenía la gracia, el ángel, la suerte, hasta consumirse en la llama de sus propias pasiones. Pero la historia también es dura y despectiva con los repitientes e imitadores. Y los pueblos necesitan un texto digno para contarlo a sus hijos, para compartirlo con ellos. Esos hijos de todos son hoy los estudiantes. Allí están los verdaderos protagonistas que están comenzando a escribirle una nueva historia a Venezuela.