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La detención de Leopoldo López. Escenas; por Jesús Torrivilla

En la Av. Francisco de Miranda, en Chacao y a la altura de la Av. Mohedano, no se sabe qué ocurre en la Plaza Brión, varias cuadras más hacia el oeste. Las noticias se replican desde quienes están más cerca a través del rumor de la masa y cada quien las confirma con llamadas telefónicas. Surgen preguntas y respuestas nuevas: si disolvieron los cordones de la policía, si se va a marchar o no hacia el Ministerio de Interior y Justicia, si dará tiempo de llegar allá. Quienes se devuelven parecen recuperar la señal de su teléfono . “Dicen que Leopoldo López está en Bello Monte… que va por la Casanova”. Nadie sabe por dónde va ni hacia dónde se dirige. Ni los manifestantes ni la radio ni los medios lo saben con seguridad.

En trabajo de las redes, entre reporteros y testigos, se traza la ruta mientras ocurre. No ha desaparecido el “en vivo y directo”, pero se ha mudado de soporte. La periodista Luz Mely Reyes, directora del diario 2001, reporta a través de su cuenta en Twitter que López se entrega a la Guardia Nacional Bolivariana a las 12:25 pm aproximadamente. Sin embargo, antes de hacerlo, se dirige a los asistentes desde la estatua de José Martí. Ese discurso parece cerrar uno de los nudos simbólicos de las protestas que han ocupado las calles de Caracas.

El pasado 2 de febrero, junto con María Corina Machado y el Alcalde Mayor de Caracas, Antonio Ledezma, López convocó a una Asamblea de Ciudadanos en la misma plaza donde hoy se entrega. Allí anunciaron una estrategia denominada #LaSalida para, según explicaron entonces, canalizar mediante protestas de calle el descontento de los venezolanos.

La situación se agudizó desde que un grupo de estudiantes de Táchira fueron trasladados a la Cárcel de Coro, por acusaciones de haber arremetido contra la residencia del gobernador del estado, José Vielma Mora, en una jornada de protestas universitarias. Eso movió a una serie de protestas que los asistentes a la convocatoria repasan de memoria hasta llegar al miércoles 12 de febrero, cuando el movimiento estudiantil de la capital convocó a una marcha hacia el Ministerio Público para solicitar la liberación de los detenidos en Coro, contando con la compañía de Leopoldo López. Ese día, tras unos eventos violentos que dejó un saldo de dos muertos de bala a los que se le sumó uno más durante la noche. La reacción ante estos hechos de violencia ha sido una serie de protestas que han dejado como resultado más de 200 detenidos, decenas de heridos en todo el país según el Foro Penal y Provea. Varios personeros del gobierno acusaron a Leopoldo López de tener responsabilidad directa de estos hechos y, esgrimiendo su inocencia, el ex acalde de Chacao decidió entregarse, en la misma plaza desde donde hizo el anuncio de su estrategia.

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La mañana. ¿Cómo es una ciudad que se pide la mañana para protestar? Es intermitente. Llena de ruidos que pasan entre las calles, entre el vacío y el tráfico restringido. Hay un movimiento magnético —polos, núcleos y vértices— entre las concentraciones que se piden espacios de la ciudad. Los servicios siguen: cafés, kioscos, empanadas y mototaxistas como centinelas de Hermes.

Las oficinas se debaten entre dar permiso para manifestar o cumplir la jornada. Empleados se reúnen y vuelan los consejos. En cada casa hay un ritual. Pañuelo, vinagre, gorra, casco, teléfono, efectivo, cámara…

Nadie conoce la ruta. El gobierno llama a sus seguidores a Plaza Venezuela, con miras a marchar hacia Miraflores. Se concentran en la Av. Urdaneta y en Puente Llaguno ubican la tarima. La oposición hace lo propio, pero en la Plaza Brión de Chacaíto, con la intención marchar hacia el Ministerio de Interior y Justicia, para acompañar a Leopoldo López hasta un punto no determinado, desde donde partirá solo. No dejaron montar el sonido para un posible discurso.

Los cordones. La Policía Nacional Bolivariana cierra el paso hacia el Municipio Libertador. Empezar a concentrarse es perder las comunicaciones: las líneas de teléfono colapsan, la posibilidad de internet desaparece, todo se apaga en lo que se decide ser masa. Nadie está seguro de si la marcha arrancará. Llegan miles de personas. Estudiantes con pasta de dientes entre los ojos como maquillaje de conflicto. Periodistas con cascos de guerra y chalecos antibalas. Amas de casa con sombreros para el sol. Vendedores que ofrecen a 150 bolívares franelas con el hashtag #VenezuelaPaLaCalle estampado. Es una feria de la crispación.

Muchos manifestantes están convencidos de que viven un momento decisivo, histórico, así que le reclaman a quienes sonríen para las fotos: “¡Esto es serio!”, les dicen.

Toda la ciudad no está aquí, pero las comunicaciones son imposibles: comienza a sentirse que la concentración es el límite del mundo. Las estaciones del metro cercanas están cerradas. Adyacente a la Plaza Brión, un grupo de manifestantes hace una cadena humana que enfrenta a la policía con postura marcial. Se entrecruzan gritos para asegurar la estabilidad de la formación, para cerrarla a los curiosos, a quienes todavía buscan su lugar.

Es imposible saber lo que ocurre a apenas unos metros de separación. En la Av. Venezuela de El Rosal se escucha la sucesión de aplausos que indica la llegada de las figuras emblemáticas de la oposición. Son María Corina Machado y Antonio Ledezma, dicen, pero es difícil verlos. Comprobar su llegada obliga a acercarse y atravesar el rumor automático que confirma los nombres.

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La detención. Al otro extremo de la marcha, el momento en que la Guardia Nacional se lleva a Leopoldo López es tan lejano que llega a través de noticias. Un conato de pánico hace que todo el mundo corra. Es quizás la evidencia de que algo sucedió. Se escucha un “¡Sí se puede!” que se ha repetido como un mantra a lo largo de todo el día. Un grupo pide calma y se vuelven a tranquilizar los ánimos, pero ya la entrega es un hecho y los asistentes empiezan a devolverse, en sentido hacia Altamira, por la Av. Francisco de Miranda, y hacia Las Mercedes, por la Av. Principal. “¡No se vayan! Estamos aquí para acompañar a Leopoldo”, gritan algunos. Y entonces el silencio en los teléfonos. Las confirmaciones no llegan. No se sabe dónde está, pero todavía se mantiene llenando la zona una cantidad de gente considerable.

Quienes siguen ahí parecen reaccionar con prisa a un tiempo que se ralentiza. Se restituye el tráfico hacia la Av. Pichincha, mientras un grupo de manifestantes enfila hacia los Policías Nacionales que permanecen formados. Los manifestantes se acercan a los efectivos. Les hablan de la escasez, de la inseguridad. Algunos gritan. “¡No puede ser que estén aquí para reprimirnos, mientras a nuestros hijos los mata la delincuencia!”. Unos policías miran de frente, con una seriedad inusitada. Otros voltean o intentan buscar solidaridad en la mirada de algún compañero. Una señora les grita “¡No a una dictadura como la cubana!” y se quiebra el discurso. Manifestantes y policías rebufan, se ríen, voltean y retoman su camino.

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Escoltas. Un grupo saluda desde el elevado. Trancan el tráfico en la Autopista Francisco Fajardo. A lo lejos también se observa la Guardia Nacional y se oye el rumor de motorizados. Hay personas corriendo en varios sentidos, como en una carrera de relevos. En grupos más pequeños, que se organizan mientras se hace espacio, todos se preguntan dónde estará López.

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En El Rosal, enfilando por la Av. Tamanaco en dirección al Centro Lido, vuelve a reventar un estruendo. Se activa con potencia la fuerza magnética, cuyo vértice esta vez se hace espacio entre los asistentes, que no los dejan pasar. Son las dos de la tarde y aparece una camioneta donde está, ya cautivo, Leopoldo López.  No dejan que el vehículo avance. Algunos quitan del medio a quienes se atraviesan fuera de sí y los devuelven a la calma.

Desde un megáfono, López le pide a sus seguidores que permitan que el vehículo donde lo transportan continúe su recorrido. Los manifestantes de ese punto acceden, pero la voz se corre muy rápido y comienza a llegar mucha gente a llenar con velocidad todas las calles aledañas. Sin saber el destino de la caravana, le hacen la corte al camión. Son una multitud vestida de blanco y jeans, como el mismo López había solicitado la noche antes.

En el techo del camión, por lo menos seis guardias nacionales les hacen señales de calma a los manifestantes mientras tratan de abrirse paso en dirección al este. El recorrido que hace la camioneta por las calles de El Rosal va impulsado por una euforia militante que evidencia su propósito. La camioneta se adelanta y toma hacia la Av. Francisco de Miranda. Llega al Distribuidor Altamira y se precipita rápidamente hacia la Base Aérea La Carlota. Minutos más tarde, la multitud se explaya en la autopista, separados de la pista por una reja. Todo el mundo espera.

Para ese momento, Carmen Meléndez, Ministra de Defensa, acaba de dirigirse al país. Ahora lo hace Nicolás Maduro. Son las tres de la tarde y se encienden las hélices de dos helicópteros. Sin que el grueso de los manifestantes pueda notarlo, arrancan horizonte arriba, dejando atrás la marea de camisas blancas.

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El regreso. La cotidianidad de las ciudades es una fuerza mayor que sus coyunturas: el ritmo del trabajo y de la rutina se cuela entre las consignas. Comienza a llover y la misma ruta por donde justo pasó Leopoldo López se llena de empleados que salen de sus trabajos. Las franquicias de comida y los cafetines reciben a los hambrientos. En uno de los locales, un grupo de Policías Nacionales hace tregua ante el paso azorado de los manifestantes.

En los bancos todavía quedan algunos empleados uniformados. Los mototaxis llevan raudas pasajeras con loncheras de almuerzo y carpetas. Muchos manifestantes se dejan llevar por la impresión de lo irremediable: “¡Acá no pasa nadie!”. Concentraciones y barricadas se despliegan por toda Caracas y se crea una vez más el caos vehicular.

En la bomba de gasolina de Las Mercedes se resguardan muchos otros. Toman café, agua, meriendan. Se discute si el helicóptero va para la cárcel de Ramo Verde, para los tribunales. Se habla de un teniente capitán que va de chofer, o de acompañante. Llegan las noticias de media docena de heridos en Valencia.  Entre ellos una miss. Leen sus teléfonos mientras descansan en el suelo o apoyados en algún carro.

La ciudad, al fondo y como un rumor, una vez más digiere el paso de las manifestaciones y se reconfigura para la próxima jornada.

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